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Barranquilla

La Cueva: cronología de un renacimiento anunciado

Restaurante La Cueva, en Barranquilla, fotografiado por Nereo López.

Restaurante La Cueva, en Barranquilla, fotografiado por Nereo López.

Foto:Archivo fotográfico de la Biblioteca Nacional de Colombia - Fondo Nereo López

El bar-restaurante de García Márquez y sus amigos vuelve con gran fiesta en la ‘Noche de velitas’.

carlos polo
Corría el año de 1954 en una Barranquilla descollante y con cierto donaire cosmopolita. El periodista y político Alfonso Fuenmayor, avezado y curioso rebuscador de sitios improbables, se topó con la que sería para él y su particular grupo de amigos entrañables una muy personal cueva de Alí Babá.
Alfonso, que le había tomado manía a rebuscar entre las calles de la ciudad agradables tiendas de barrio, pero sobre todo lugares discretos para compartir con sus amigos de tertulia, de animosidades etílicas, el desparpajado placer de armar y desarmar las convenciones del periodismo nacional, la literatura, el cine, la música, en últimas el mismo mundo, se encontró con la que sería la cueva ideal para sus ‘confabulaciones’, justo un día en el que no estaba dedicado a sus ‘vaivenes’ de sempiterno rebuscador informal de lugares para la reflexión, el ocio y el provechoso alimento para la confraternidad.
Una tarde, Alfonso, atendiendo la invitación de su amigo, el abogado Mauricio Rafael Buitrago, se encontró detrás de la barra de una exótica tienda de barrio llamada El Vaivén, ubicada en una estratégica esquina, en donde se demarca la delgada línea fronteriza de dos barrios tradicionales de la ciudad, Boston y El Recreo (carrera 43- No 59-03).
Del otro lado de la barra, entre distintos abarrotes, oferta comestible, cajas de peinillas, lociones y otros elementos, estaba el propietario de esta rara y pequeña tienda con ‘complejo’ de miscelánea e ‘ínfulas’ de almacén, Eduardo Vilá, un afable bromista, aficionado a la caza y dentista de oficio, que para más señas de los divertimentos del azar y el destino, terminó siendo pariente suyo, hijo de doña Sofía, hermana de su progenitor.
Alfonso, asombrado por el fortuito descubrimiento, intuyó enseguida que en ese lugar se podrían cocinar mucho más que habas. Al fondo de El Vaivén, un Vilá entrado ya en carnes y de fino bigote, tenía también su propio consultorio dental. Vilá le dijo a su primo que no le gustaba ser tendero y Fuenmayor llamó a su carnal Álvaro Cepeda Samudio, escritor que vinculado a la Cervecería Aguila, le convirtió aquello en un bar.
(Vea: Aracataca le apuesta al turismo a través de la vida y obra de Gabo)
La ecléctica puesta en escena adquirió visos hemingwayanos por el fuerte componente que le aportaban los amigos del dentista, aficionados como él a la caza, colegas del Club de Tiro, del Club de Caza y Pesca de la ciudad, más el aditivo del proletariado, la clientela fija que se desplazaba desde los barrios Rebolo y Chiquinquirá hasta esta, la esquina de ese Vaivén, que seguía siendo tienda, consultorio dental, lugar de cazadores pero que ahora, con Fuenmayor y Cepeda a la cabeza, sería bar tertuliadero de sus amigos.

Un gran cambio

Así se fue cocinando a juego lento la historia de este lugar, que se convertiría en ícono de nuestra ciudad y de todo el país.
Fue el descubrimiento de Fuenmayor el que desencadenó otros importantes arribos al Vaivén, como el periodista y escritor Germán Vargas Cantillo, y así, con mayor y menor frecuencia, arribarían otros cofrades, como la artista plástica Cecilia Porras, el connotado pintor Alejandro Obregón, el escritor Gabriel García Márquez, el músico Rafael Escalona y otros artistas como Orlando 'Figurita' Rivera, Noé León, Juan Antonio Roda y el fotógrafo Nereo López, entre otros ilustres ‘confabuladores’, que hicieron parte de esta historia.
Poco a poco la tienda empezó desaparecer para darle paso a la cantina. En eso jugaron papel importante Cepeda Samudio, Enrique Scopell y el mismo Julio Mario Santo Domingo. De acuerdo con las pesquisas del cronista Heriberto Fiorillo, consignadas en su libro La Cueva, crónica del Grupo de Barranquilla: “Sobre una pared del bar –comenta Germán Vargas– Vilá había puesto un letrero en que se leía: ‘La Cueva, sitio de reunión de cazadores’, y cuando empezamos a frecuentarla nosotros, le añadió debajito: ‘… Y de intelectuales’. Después le daría la vuelta por completo: ‘de intelectuales y cazadores’ ”.
El anecdotario y parte de todo ese imaginario que se desprendió tras décadas de fraterna complicidad, cofradía, jolgorio, encuentros y desencuentros, partiendo de un espacio en donde nadie, pero nadie, nunca tuvo la razón, hace parte hoy de la memoria histórica y colectiva de los residentes de la ciudad, una bella narrativa que exalta a la amistad cómplice entre creadores.
Aunque sea doloroso comprobar un axioma, tal como reza la popular canción interpretada por Héctor Lavoe: ‘Todo tiene su final, nada dura para siempre’, La Cueva de Vilá cerró en 1969, culminado un ciclo de tres lustros de apasionada tertulia y creación.
Las memorias del Grupo de Barranquilla permanecen en la Cueva.

Las memorias del Grupo de Barranquilla permanecen en la Cueva.

Foto:Archivo

Regresó en 2004

La Cueva reabrió sus puertas al publicó en 2004 tras 35 años de soledad. La investigación de Heriberto Fiorillo, plasmada en su libro 'La Cueva, crónica del grupo de Barranquilla', suscitó un renovado interés en este espacio, en el grupo de insignes cofrades y en esa época dorada de la ciudad.
De la mano de Fiorillo y gracias a la entrega del lugar en comodato por parte de la familia Char Abdala, La Cueva resucita y emprende una nueva aventura de contertulios, de cultura, de eventos, música, buena mesa y creación.
Antonio Celia Martínez-Aparicio y Heriberto Fiorillo ponen en marcha a la Fundación La Cueva, nace una cuidada y depurada programación cultural, con programas bandera como el Carnaval Internacional de las Artes, evento multidisciplinario en el que consagrados artistas de diferentes territorios del mundo comparten sus procesos creativos y su talento con el público de la ciudad, el programa lúdico lector, La Cueva por Colombia, que ha impactado 30 mil estudiantes de diferentes territorios de la geografía nacional y el Premio Nacional de Cuento La Cueva, uno de los más prestigiosos del país.
La Cueva, un lugar único en todo el territorio nacional, que fue declarado Patrimonio Cultural de Colombia en 2002, tuvo de nuevo que cerrar sus puertas en 2019, debido a la crisis sanitaria ocasionada por la pandemia del coronavirus.
Tras un año y nueve meses de cierre obligatorio, la espera ha terminado y este 7 de diciembre volverán todos los habitantes de sus recodos y resquicios a renacer. La celebración de este renacimiento anunciado y esperado se hará con todos los ‘juguetes’, con una gran fiesta, música en vivo y una nueva y recién estrenada carta, entre velas y faroles.
En esta celebración de renacimiento no podrán faltar la performancia, la quiromancia, las 4 fiestas, porque un nacimiento de verdad se celebra convocando a los espíritus de los ancestros, y en este renacimiento especial, no podrán faltar las presencias tutelares de Macondo, de la cacería, del periodismo y la narrativa, de Gabito, de los Buendía, del Nene Cepeda, de Quique Scopell, de Vilá, de Germán Vargas, el confabulador de ojos verdes y pulmones rosaditos, y claro, de Alfonso, el descubridor por accidente, de 'Figurita' y de Obregón, y hasta del saltamontes que fue a parar al estómago del pintor, el elefante que pisó la entrada con su parsimonia, la escopeta con que se disparó a La Mulata, las silenciosas piedras gigantes como huevos prehistóricos que siguen en su silencio solitario de 100 años, y de esta, nuestra Cueva, que ahora aparece de nuevo porque su destino rotundo es no caer jamás en el olvido.
CARLOS POLO
Especial para EL TIEMPO
BARRANQUILLA

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