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Barranquilla

El miedo no se ha ido de los pueblos del Canal del Dique

Algunos sectores permanecen inundados como ocurrió en el 2010.

Algunos sectores permanecen inundados como ocurrió en el 2010.

Foto:Leonardo Herrera / EL TIEMPO

En el sur del Atlántico extensas zonas de cultivo y ganadería permanecen bajo el agua. 

Las apacibles aguas del Canal del Dique que en silencio recorren el cono del sur del departamento del Atlántico siguen asustando a los habitantes de los pueblos ubicados en este recodo del Caribe colombiano, en donde aún no superan los recuerdos que les dejó la ruptura de este brazo del río Magdalena el 30 de Noviembre del 2010.
En Santa Lucia, uno de los 17 pueblos que quedó bajo el agua hace 12 años, los habitantes llegan todos los días al muro que defiende al municipio de estas corrientes a mirar el nivel. Allí hay enterrado un madero de unos 40 centímetros, que le permite a la comunidad mirar si aumento o disminuyó la amenaza de inundación.
Se ve la puntica, ha bajado dos centímetro”, explica Alberto, mientras me señala la punta del madero que se asoma entre el agua. El hombre desde hace tres meses llega en las mañanas a mirar el nivel del Canal del Dique. 
A penas cantan los gallos anunciando el nuevo día y el olor a café se cuela por las cercas de los patios y los techos de zinc, ya en Santa Lucía hay personas en el malecón mirando como amanecieron los niveles del Canal del Dique.
Es tanto la zozobra y el miedo que se siente en las calles de este tranquilo pueblo, cuna de danzas y pescadores, que muchos cogieron sus cosas y se fueron esperando que el agua baje y la amenaza de inundación desaparezca.
En Santa Lucia los habitantes viven bajo el temor que de desborde el Canal del Dique.

En Santa Lucia los habitantes viven bajo el temor que de desborde el Canal del Dique.

Foto:Leonardo Herrera / EL TIEMPO

“Yo mandé a mis dos pelaos, de 7 y 9 años, con la mamá para Barranquilla, no quiero que ellos pasen por lo que nos tocó a vivir a nosotros”, cuenta al Alberto, quien asegura que él siguió el ejemplo de otras familias, muchas de las cuales no han retornado.
Asegura que hombres de los pueblos vecinos como Arenal, Suán, Manatí, Campo de la Cruz, también llegan todos los días a mirar que tan crecido amaneció el Canal del Dique para ayudar a tapar con bolsas de arena donde vean que hay filtraciones.

Yo mandé a mis dos pelaos, de 7 y 9 años, con la mamá para Barranquilla, no quiero que ellos pasen por lo que nos tocó a vivir a nosotros

Frente al muro de contención que bordea el pueblo, una robusta estructura de concreto sobre la que esta el malecón, hay barricadas de sacos que ayudan a contener la fuerza de la corriente de agua.
Efraín Orozco, de 60 años de edad, reconoce que hay un poco de calma, pero muchas familias no se confían. “En estos dos días ha bajado un poco, el palito es el que nos da algo de tranquilidad, pero cuando el agua lo cubre, aquí la gente ya tiene las cosas lista para arrancar. Ya algunos se fueron”.
Para Jorge Luis Mercado Pérez, de 50 años de edad, quien dice que el primer tinto del día se lo tomó frente al Canal del Dique, indica que en el pueblo la esperanza es que el agua baje, para que cuando llegue la segunda creciente del año, a finales de año, no haya peligro.
“La vaina se ha normalizado un poco, pero el peligro sigue ahí”, me dice mientras me señala las aguas mansas del Canal del Dique.

Tierras bajo el agua

Extensas zonas donde crecían cultivos de maíz, plátano, patilla, melón, ají, sorgo, guayaba y yuca se ahogaron. El agua mantiene cubierta estas tierras en las que cientos de familias de campesinos derivan su sustento.
Muchas de estos terrenos son aluviones que deja el río Magdalena en el verano, pero cuando llega el invierno los inunda. El tema aquí es que la situación no se presentada como ahora está desde el 2010, cuando se reventó el Canal del Dique.
Para poder llegar a sus casas algunos campesinos deben utilizar canoas.

Para poder llegar a sus casas algunos campesinos deben utilizar canoas.

Foto:Leonardo Herrera / EL TIEMPO

“No alcanzamos a coger ni una mazorca para una sopa”, dice en tono desolado Carlos Alberto Rojano, es un agricultor que asegura perdió todo.
El nivel del río Magdalena las tres primeras semanas de julio llegó a 8 metros con 32 centímetros en la estación San Pedrito, en Suan, siendo la cota máxima de desbordamiento de 9 metros con 20 centímetros, por lo que el Consejo Departamental para la Gestión del Riesgo de Desastres declaró la alerta amarilla en el Atlántico por los altos niveles del río y la alerta naranja en el Canal del Dique, mientras que las alcaldías de los municipios emitieron decreto de calamidad pública el pasado 18 de mayo.
Desde la carretera Oriental, entre Calamar (Bolívar) Puerto Giraldo (Atlántico) se aprecian vastas zonas bajo el agua. En el solo tramo entre Campo de la Cruz y el corregimiento de Bohorquez el panorama es desolador, unas 300 hectáreas estaban bajo la lámina de agua que brilla con intensidad, mientras las matas de maíz y plátanos agonizan.
Maira Alejandra Rivera Guerrero, 36 años, quien vive en una finca en la vía a Campo de la Cruz, le contó al corresponsal de EL TIEMPO que desde mayo el agua se metió en la tierra, les dañó los muebles, muchos de los animales han muerto, otros los mandó para donde su mamá y el resto debió mal venderlos.
“Estamos pasando problemas se me enferman los pies porque estoy todo el día en el agua, los mosquitos no nos dejan dormir”, manifiesta la mujer quien sostiene que el agua le da hasta la cadera.
Los pescadores que ahora pasan por el patio y frente de su casa son los que le dan el chance, para que como ella dice, salir a la carretera, a tierra firme, a estirar los pies.
El malestar de los habitantes de estos pueblos se ha hecho sentir con bloqueos y protestas en las vías. La calma ha retornado en estos últimos días porque los niveles del Canal del Dique han descendido levemente.
Pero además, explica Juan Alejandro, trabajador de una panadería en Campo de la Cruz, “acabaron de pasar las fiestas de la Virgen del Carmen, y eso sí que distrae a la gente, pero ahorita se vuelven a rebotar”.

Los ricos también lloran

Pero el agua no solo ahogó los cultivos de humildes campesinos, sino también de poderosos ganaderos que debieron mover sus animales a otras zonas, lo que ha mermado la producción de leche y carne.
“Esto está duro, ha caído mucha agua y la que falta”, dice Alfredo Laforie un conocido ganadero de la región que mira con mucha preocupación la situación que se vive en la zona y que recuerda que los dos grandes desastres naturales que han golpeado al sur del Atlántico ha sido sobre la misma fecha: 30 de noviembre de 1984 y 2010, cuando todo quedó bajo las aguas del Canal del Dique.
Fincas ganaderas y casas de descanso se encuentran bajo el agua.

Fincas ganaderas y casas de descanso se encuentran bajo el agua.

Foto:Leonardo Herrera / EL TIEMPO

El agua también inundó importantes proyectos de desarrollo turísticos que se ejecutan en esta zona del sur del Atlántico. Haciendas campestres están anegadas y abandonadas ante la impotencia de trabajar en medio del agua.
Lo mismo con exclusivas fincas de producción multipropósito, donde corrales de ganado, porquerizas, galpones y estanques piscícolas están destruidos por el agua, al igual que los cultivos. Maquinaria amarrilla es utilizada para tratar de frenar la fuerza del agua que pareciera llegara de todos lados.
El alcalde de Campo de la Cruz, Richard Gómez Martínez explica que si bien en algunas zonas rurales hay áreas inundadas, en el casco urbano la situación es estable, pero advierte que el temor de ellos no es que el Canal del Dique de desborde, porque se podría controlar con barricadas, sino que la presión del agua lo rompa como ocurrió en las dos ocasiones anteriores cuando todo se inundó.
“Tenemos que reconocer que hay obras como el levantamiento de la vía Oriental y las reforzamiento de la vía Calamar-Villa Rosa, realizadas por el Fondo de Adaptación, que sirven como dique, nos han protegido y han funcionado”, subraya el alcalde, quien estima en que los niveles del río Magdalena y el Canal del Dique seguirán descendiendo en los próximos días, “confiamos en Dios que no pase nada”, dice.
LEONARDO HERRERA DELGANS
Enviado especial de EL TIEMPO al sur el Atlántico
@leoher69

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