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Barranquilla

'Me arrastró dos kilómetros un arroyo y terminé en el río Magdalena'

Los arroyos en Barranquilla han provocado la muerte de decenas de ciudadanos.

Los arroyos en Barranquilla han provocado la muerte de decenas de ciudadanos.

Foto:Archivo/EL TIEMPO

William Ortega cuenta cómo sobrevivió a la fuerza de estas turbulentas corrientes de Barranquilla.

Son contadas las historias que se conocen en Barranquilla de personas que han sobrevivido tras ser arrastradas por uno de los arroyos que se forman en esta capital cuando llueve. Pero la de William Alberto Ortega Ortiz, uno de los sobrevivientes de estas turbulentas corrientes, es única.
Logró salir con vida de uno de los arroyos más peligrosos y que más vidas ha cobrado en esta ciudad, luego de ser arrastrado casi dos kilómetros y terminar en el río Magdalena.
En Barranquilla, cuando se recuerda esta historia, no dudan en decir que fue un milagro y para muchos este hombre volvió a nacer ese día, porque como dijeron los testigos de ese episodio: “el que se cae al arroyo de la 84 no sale más”.
El 17 de agosto del 2019, a las 10 de la mañana, William se encontraba como de costumbre en la esquina de la carrera 49C con calle 85, en el norte de la ciudad, atendiendo su negocio de venta de agua y frutas, que tiene montado en una carretilla.
Entre los detalles de ese día, no olvida que se puso uno de los interiores nuevos que había comprado la semana anterior. Confiesa que la prenda le dio algo de seguridad y se sintió protegido cuando salió a trabajar.
“Desde hace dos años trabajaba en ese punto. Es bueno porque hay movimiento de gente por las clínicas”, comenta William, al recordar lo que hacía la mañana de aquel aciago sábado, minutos antes de ser sorprendido por una corriente de agua. “Vi que el cielo estaba algo cargado y había amenaza de lluvia”.

Soy nadador desde pelaíto, de esos que hace trampolines en el río, que tira brazo duro y no le tiene miedo al agua

William llegó a Barranquilla en el 2015, procedente de El Piñón (Magdalena), municipio ubicado sobre la margen derecha del río Magdalena, en busca de oportunidades y consiguió montar su negocio de venta de agua y frutas, que movía en una carretilla, la cual ubicaba a un costado de la vía.
William Ortega trabaja hoy en Cartagena, donde también se conoció su historia.

William Ortega trabaja hoy en Cartagena, donde también se conoció su historia.

Foto:John Montaño / EL TIEMPO

Haber nacido cerca al río le sirvió para convertirse en un experto nadador. “Soy nadador desde pelaíto, de esos que hace trampolines en el río, que tira brazo duro y no le tiene miedo al agua”.
El primer trueno lo alertó. En Barranquilla cuando se escuchan los primeros relámpagos en temporada invernal ya las personas saben que hay que quedarse quieto donde lo coja el agua.
“Estaba pendiente, porque por la calle 85 bajó un arroyo y toca estar pilas”, recuerda. Los aguaceros que caen en Barranquilla tienen una particularidad, o caen sobre el mediodía o por la noche, y por lo general no tardan más de media hora.
No eran las 11 cuando comenzó a sentir el primer rocío y recuerda ver a la gente corriendo buscando protegerse. “Comencé a prepararme para recoger las cosas, y fue cuando me sorprendió el agua”.

Hombre al agua

“Comencé a recoger mi negocio antes que se me metiera el agua -recuerda-. Trataba de empujar la carretilla, cuando se me vino el agua, de un momento a otro el arroyo estaba aquí”.
El arroyo de la calle 85 cae al de la calle 84, el cual drena las aguas de escorrentía de los barrios El Tabor, El Poblado, Altos del Prado y algunos sectores de Riomar, en el norte de Barranquilla.
“Ya tenía el agua un poco debajo de la rodilla, cuando de repente sentí que una piedra me golpeó en el pie derecho, y eso fue lo que hizo que perdiera el equilibrio y cayera al arroyo. Intenté nadar, pero el agua iba muy rápido; sin embargo, traté de llegar a uno de los andenes, pero era imposible, por mucho brazo que tirara el agua me arrastraba”.

Ese ‘man’ es un tigre tirando brazo, lo que pasa es que estaba muy gordo y por eso no alcanzaba llegar a la orilla

Un testigo presencial de ese instante fue Alejandro Tucayo, un joven venezolano que cuida carros en esa cuadra, y que estaba en la misma acera donde se encontraba William cuando se lo llevó el arroyo. “Él nadaba, pero se cansaba”. No olvida que todo el mundo gritaba, algunos acompañaban la angustiosa escena con la mirada y otros corrían tratando de seguir el cuerpo arrastrado por el agua, hasta que se perdió cuando cruzó a unos 30 metros por carrera 50.
En ese lugar estaba Robinson Romero, que trabaja en ese sector, lavando y cuidando carros, quien con impotencia vio la lucha de William tratando de llegar a una orilla.
“Ese ‘man’ es un tigre tirando brazo, lo que pasa es que estaba muy gordo y por eso no alcanzaba llegar a la orilla”, dijo.
Harold De la Hoz insistió a la Policía que cuando se formen los arroyos deben colocar agentes cerca, dado que los conductores deben detenerse incluso si transitan por lugares inseguros.

Harold De la Hoz insistió a la Policía que cuando se formen los arroyos deben colocar agentes cerca, dado que los conductores deben detenerse incluso si transitan por lugares inseguros.

Foto:Archivo/EL TIEMPO

Pero la agonía de William apenas comenzaba. “Cuando vi que ya no podía vencer la corriente, me dejé llevar, bajé por toda la carrera 50, ya dejé que el agua me arrastrara, eso si, nunca me dejé arrastrar al fondo. Siempre estuve consciente de todo lo que me estaba pasando”.
En ese punto, el arroyo aumenta su fuerza, hace una curva y toma el callejón de la calle 84B para salir a la carrera 51 y seguir a la calle 84A, en donde la corriente llega a la carrera 51B para caer a un box culvert.
“Me dejé caer, sentí el vacío, pero de repente todo estaba oscuro. Se me perdió el sol, la luz, me asusté. Solo escuchaba el ruido del agua zumbándome en los oídos, ahora sí estaba solo. No veía a nadie que me gritara, que me quisiera ayudar. Entonces me encomendé a Dios”. William había entrado al arroyo de la calle 84, uno de los más tenebrosos y peligrosos de la ciudad.

La oscuridad

Allí debajo de la placa de la calle 84, William era arrastrado por el box culvert por las turbulentas aguas del arroyo. “Uno piensa en todo, pero al final el único que lo salva es Dios. No veía nada, pero trataba de mantener la calma y no dejarme hundir por el agua, sabía que como me dejará arrastrar al fondo hasta ahí llegaba, pero no podía oponer resistencia, el agua era más fuerte que yo”.

Solo escuchaba el ruido del agua zumbándome en los oídos, ahora sí estaba solo. No veía a nadie que me gritara, que me quisiera ayudar. Entonces me encomendé a Dios

No olvida los golpes que recibía en la espalda, brazos y piernas por algunos objetos como piedras, troncos, botellas que iban en el agua. “Solo recibía y esperaba golpes, en especial cuando chocaba con los muros”.
El haber sido un buen nadador fue lo que en esta ocasión lo ayudó a mantener el control del cuerpo y alejarse de los muros, que era por momento donde el agua se estrellaba con violencia.
Barranquilla invierte más de 700 mil millones de pesos en la canalización de los arroyos más peligrosos.

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Foto:Archivo EL TIEMPO

“Lo que me preocupaba era que por culpa de un golpe quedara ciego y paralítico. Pensaba en mi hija y le pedía a Dios”. Por eso siempre intentó llevar la cabeza arriba y estar consciente de lo que estaba viviendo.
Repentinamente apareció la luz y el sonido ensordecedor del agua disminuyó. Estaba en la carrera 75, es decir había sido arrastrado 24 calles abajo. Allí terminaba el box culvert y sigue la canalización del arroyo por todo el barrio Siape, donde algunas personas lo vieron pasar e intentaron tirar sogas, pero fue imposible. El agua iba muy rápido, rumbo a la desembocadura en el río Magdalena.

Lo que me preocupaba era que por culpa de un golpe quedara ciego y paralítico. Pensaba en mi hija y le pedía a Dios

A unos pocos metros de la desembocadura, cuando el arroyo pierde fuerza y las aguas se vuelven mansas, fue cuando William vio que tenía una oportunidad y sacó las últimas fuerzas que lo acompañaban.
“Me aferré a Dios para salir, vi que podía nadar y tiré brazo hasta la orilla”. Llegó hasta donde estaba un grupo de pescadores. “Allí me tiré en el suelo, los pies no me daban más”.
Los pescadores lo llevaron cargado hasta un billar, donde se tiró en el piso a recuperar la fuerza, luego lo acostaron en una de las mesas para prestarle los primeros auxilios.
“Un señor que había pertenecido al Ejército Nacional fue quien me limpió las heridas, luego llamó a la ambulancia y en vista que no llegaba me llevó en una camioneta al hospital Niño Jesús, que era el más cercano”.
Aún recuerda con algo de malestar la pregunta que le hizo una enfermera, pese a verlo mal trecho: ¿y tú qué hacías ahí? Dice que se la quedó mirando y con algo de sarcasmo le respondió: “es que estaban pasando muñecas bonitas y me tiré para cogerle una a la hija mía”.
William resultó con una herida entre el párpado y la ceja, que le tomaron siete puntos. Lo único que tenía cuando salió del agua era el calzoncillo nuevo, la ropa había sido despedazada por la furia del agua.
“Volví a nacer”, cuenta el hombre. Ante la cantidad de golpes, la herida en el párpado y los raspones le dieron una incapacidad de 15 días.
“No podía ver por un ojo, que se me cerró de la hinchazón. Tenía raspones en todo el cuerpo, los brazos, las palmas de las manos, las piernas, los tobillos, cuando me sentaba no era nada, el cuento era levantarme, hasta las nalgas se me pelaron”.

Las marcas del arroyo

Los días que siguieron no fueron fáciles. Por las noches, al cerrar los ojos, William revivía los momentos de angustia que vivió en el arroyo.
“Me despertaba gritando, tirando brazos para no ahogarme, me movía en la cama como culebra en candela”. Una amiga sicóloga de su pueblo lo ayudó con algunas terapias, que le permitieron recuperar la calma. “No me quería acordar de esos momentos, pero cómo hace uno para olvidarse de una vaina tan fea”.
Cuando regresó a la esquina a trabajar, con la venta de agua y frutas, amigos y algunos clientes lo recibieron en medio de abrazos y voces de aliento para que siguiera adelante.
William era una figura, su cara estaba en entrevistas que le hicieron en televisión, además de la historia en las redes sociales y sus fotos en los periódicos de Barranquilla.

Me despertaba gritando, tirando brazos para no ahogarme, me movía en la cama como culebra en candela

Una semana después de estar de regreso en la esquina su pesadilla volvió. Cayó un aguacero que fue noticia porque arrastró varios carros del sector donde la calle 85 con carrera 49C. “Apenas sentí las primeras gotas, recogí mi carretilla y me quedé quieto”, desde la parte alta, mientras conversaba con sus amigos y veía pasar el agua, pero sentía que el miedo se volvía apoderar de él. “En la noche volví a tener pesadilla”.
Para la tranquilidad de William, la Alcaldía de Barranquilla anunció la canalización del arroyo de la calle 85, obra que tiene un costo de 71.500 millones de pesos, y que el alcalde Jaime Pumarejo gestiona.
Pero estos anuncios no fueron suficientes. El 15 de enero pasado, William cogió su ropa y se fue mejor a trabajar a Cartagena, repartiendo domicilios en una tienda del sector de Ternera, donde asegura que más de uno lo ha reconocido por ser el hombre que logró sobrevivir a uno de los tenebrosos arroyos de Barranquilla.

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Leonardo Herrera Delgans
Corresponsal de EL TIEMPO
Barranquilla
En TW: @leoher70
Escríbeme a leoher@eltiempo.com
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