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La era del spam

"─En este tema hay una red de espionaje y de tráfico de datos –advirtió después del incómodo silencio–".

"─En este tema hay una red de espionaje y de tráfico de datos –advirtió después del incómodo silencio–".

Foto:Miguel Yein

¿Estamos dispuestos a soportar un momento histórico en el que regalamos toda nuestra información?

En la era del spam lo más dispendioso de tener una cuenta de correo electrónico no es responder los mensajes importantes, sino eliminar el montón de basura que nos llega día tras día a la bandeja de entrada.
En efecto, abrir el correo en estos tiempos es como regresar a un rancho abandonado: hay que limpiar polvo aquí y remover escombros allá.
Un remitente informa que hará una venta de garaje en Los Ángeles, otro ofrece “técnicas y herramientas para la recuperación de cartera morosa”, el de más allá dice que te acabas de ganar dos millones de libras esterlinas, otro manda un mensaje de autoayuda con una musiquita patética, y así.
Desde una cuenta que se llama “ISO Nova” prometen convertirnos en “expertos en sistemas integrados de gestión”, desde otra que se llama “Creativos únicos” ofrecen “la fórmula mágica para estimular la imaginación”.
Un amigo me contó que, al día siguiente de su cumpleaños número cincuenta, empezó a recibir, como por arte de magia, ofertas de potenciadores sexuales.
─No es solo que nos inunden de basura el correo electrónico –dijo–, sino que además nos espían.
─Y saben lo que necesitas…
El amigo esbozó una sonrisa forzada.
─En este tema hay una red de espionaje y de tráfico de datos –advirtió después del incómodo silencio–. La dinámica es siempre la misma: días después de hacer compras o usar ciertos servicios, te abruma una avalancha de mails con ofertas comerciales.

No es gratuito que a estos mensajes masivos se les conozca también con el nombre de “cadenas”: estamos atados, y no bastará un simple clic para zafarnos.

Es cierto. Si te hospedas en un hotel, recibes al poco tiempo ciertos mensajes que te indican dónde debes alojarte para que tus vacaciones sean inolvidables. Si vas al odontólogo, te atacan con ofertas de enjuagues orales. Hay mucha gente enterada de tus pasos que se arroga el derecho a suponer lo que necesitas y a invadirte. La arremetida es incesante: electrodomésticos, ropa, cursos de inglés, teléfonos móviles, computadoras, víveres a domicilio, cruceros a las Bahamas. Basura, basura y más basura.
Hoy lo que más nos ocupa no es leer el correo, insisto, sino limpiarlo, mandar al pozo negro los mensajes indeseados.
Encontrar basura al explorar el correo electrónico es tan inevitable como divisar árboles al viajar por carretera. Según Google, los 2.200 millones de usuarios que tienen internet en el mundo registran cada día 250 mil millones de interacciones. Estas simples cifras indican que es casi imposible mantenerse a salvo de los corsarios virtuales.
Quizá, en el fondo, tampoco estemos interesados en mantenernos a salvo. Al fin y al cabo, mientras más correos spam nos lleguen, más demoraremos eliminándolos. Esa es una forma de alargar la liturgia de cada día en internet, para dedicarle más tiempo al dios que hoy nos rige: el computador.
No es gratuito que a estos mensajes masivos se les conozca también con el nombre de “cadenas”: estamos atados, y no bastará un simple clic para zafarnos.
Hoy nos acostaremos dejando la bandeja de entrada limpia. Mañana la encontraremos llena de hojarasca otra vez. Para cerrar y reabrir el círculo vicioso, nada más apropiado que el nuevo mensaje que entonces veremos: un correo basura que nos promete defendernos, por fin, de los correos basura.
ALBERTO SALCEDO RAMOS
Para CARRUSEL
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