La sorpresa fue grande. El nombramiento de Maria Grazia Chiuri como la nueva directora creativa de Christian Dior no solo terminó con las especulaciones sobre el sucesor de Raf Simons en la casa francesa, también puso fin a la hegemonía de los creadores masculinos en sus siete décadas de historia. Tras la muerte de Dior, en 1957, siete hombres habían tomado el mando de la maison en el 30 de Avenue Montaigne de París: Yves Saint Laurent (1957-1960), Marc Bohan (1960-1989), Gianfranco Ferré (1989-1997), John Galliano (1997-2011) y Raf Simons (2012-2015), además de la corta fase de Bill Gaytten como interino tras el despido fulminante de Galliano, por sus comentarios antisemitas. Maria Grazia Chiuri, quien durante siete años estuvo al mando de Valentino junto a Pierpaolo Piccioli, rompió con el patriarcado imperante de una empresa cuyo principal objetivo es satisfacer los deseos de sofisticación y elegancia de las mujeres.
El cambio de mando en Dior es un golpe a la tradición del liderazgo creativo androcéntrico que ha marcado los últimos cincuenta años de la costura europea. Las colecciones de las grandes marcas de lujo francesas e italianas —las que generan mayores ganancias y las más nombradas en las publicaciones de moda— obedecen mayoritariamente a los patrones y visiones que diseñadores hombres tienen e imponen sobre las mujeres. Revisemos: En Louis Vuitton está Nicholas Ghesquiere, Balenciaga sigue las directrices de Demna Gvasalia, Givenchy impone tendencia con Riccardo Tisci; en Balmain es Olivier Rousteing quien se lleva los aplausos, mientras que Alessandro Michele es presentado como el redentor de Gucci, y hasta la pasada temporada los destinos de Saint Laurent eran potestad de Hedi Slimane. Y, bueno, también está el omnipresente Karl Lagerfeld, quien desde hace más de tres décadas es amo y señor de Chanel, y de las colecciones de la firma italiana Fendi.
Hasta hace dos temporadas, las mujeres que realmente marcaban presencia e imponían poder en el planisferio de la moda exclusiva con sello europeo eran pocas: la italiana Miuccia Prada, la japonesa Rei Kawakubo y el triunvirato de creadoras británicas Stella McCartney, Vivienne Westwood y Phoebe Philo, que dirige la casa de modas francesa Celine. Es cierto que Donatella Versace es un nombre que resuena constantemente, pero las decisiones estéticas siempre las consulta con creadores hombres como Anthony Vaccarello, Christopher Kane o Jonathan Anderson. Tampoco es innegable el respeto que han logrado diseñadoras como Sarah Burton, Chitose Abe, Consuelo Castagnoli y Carol Lim –quienes dirigen Alexander McQueen, Sacai, Marni y Kenzo, respectivamente–, pero sus etiquetas tienen una mirada más independiente y distan del gran poder de las marcas de lujo.
Aunque no se puede hablar de una tendencia a la feminización en la dirección de las grandes marcas, lo cierto es que el tema ha comenzado a discutirse. Especialmente porque a fines del 2014, la diseñadora Nadège Vanhée-Cybulski asumió las colecciones de Hermès, y en marzo de este año, luego de una larga polémica, la veterana diseñadora de alta costura Bouchra Jarrar asumió el mismo puesto en Lanvin. Ambos nombramientos azuzaron el debate sobre la posibilidad de que una mujer ocupara el puesto que Simons dejó vacante en Dior en octubre del año pasado. En ese momento se habló de Phoebe Philo como la posible sucesora, pero la prensa de inmediato descartó esa posibilidad, porque la creativa de Celine había impuesto numerosas cláusulas en su contrato con el fin de mantener en equilibrio su vida familiar con el trabajo en la moda: pidió más tiempo para estar con sus hijos, se negó a aumentar el número de colecciones que diseñaba (un fenómeno cada vez más recurrente en el negocio), pidió no realizar giras publicitarias y tener su base de operaciones y su equipo de diseño en Londres, en lugar de cambiarse a París, donde está la casa central de la marca. Un esquema inaceptable para los ejecutivos de Dior, que en los últimos años realiza cada vez más colecciones cápsula y requiere entrega total de su director creativo. Y esta situación fue la causa de la renuncia de Raf Simons, quien prefirió bajarse de esta máquina de exigencias.
Las invisiblesEn octubre de 2015, Vanessa Friedman publicó un artículo en The New York Times en que analizaba la escasa representatividad de las mujeres en las casas de moda. Y se centraba, especialmente, en la escena francesa, donde aseguraba que en los 91 desfiles del calendario oficial de París, menos del 20 por ciento eran marcas que tenían mujeres como directoras creativas.
Vanessa Friedman aseguraba en su artículo que una de las razones de este fenómeno era una idea asentada en la industria de la moda: las diseñadoras mujeres hacen ropa que ellas desean usar, mientras que los creadores masculinos diseñan ropa para las mujeres que idealizan. Son más fantasiosos que prácticos. Son más abiertos a la experimentación que a la funcionalidad. Este razonamiento es bastante reductivo, porque la creatividad no es patrimonio de ningún género. De hecho, ningún conocedor de la moda se atrevería a cuestionar la creatividad casi surrealista de Miuccia Prada o Rei Kawakubo.
Basta revisar la historia para comprobar que la moda francesa fue cimentada por mujeres. En el siglo XVII, la costura se consideraba una labor femenina y los hombres no podían realizarla, porque suponía disciplina, delicadeza y devoción. Además, era un trabajo que se enseñaba en las escuelas de los conventos, en una época en la que la mujer prácticamente carecía de independencia económica. Más tarde, en el París prerrevolucionario, las mujeres también poseían cierto control sobre la moda como mercaderes y comerciantes. Entre esas se destacaba Rose Bertin, modista de María Antonieta, quien fue considerada responsable de provocar la pasión de la reina por los vestidos y las frívolas galas. A fines del siglo XIX, ese poder comenzó a decaer con la aparición del modisto Charles Worth, quien instauró el sistema que convirtió a París en el centro de la alta costura. Luego apareció otra figura masculina, Paul Poiret, y la presencia de las mujeres se recluyó a los talleres donde se convirtieron en las manos (las prodigiosas petits main) que interpretaban los caprichos de los diseñadores.
Eso cambió con la aparición de las couturières del período de entreguerras, como Gabrielle 'Coco' Chanel y otras como Madame Grès, las hermanas Callot, Sonia Delaunay, Nicole Groult (la hermana menor del modisto Paul Poiret), Jeanne Lanvin, Nina Ricci, Elsa Schiaparelli y Madeleine Vionnet. Ellas trabajaban en una escena de igual a igual con sus compañeros hombres, pero como escribía Cecil Beaton en su libro El espejo de la moda, "la emoción residía en el reinado de las mujeres".
Aunque en los decenios siguientes aparecieron otras mujeres importantes en la moda, como la francesa Sonia Rykiel y la británica Mary Quant (quien popularizó la minifalda), el protagonismo femenino comenzó a languidecer. Entre los años 60 y 90, la figura del hombre como creador se hizo evidente, se instaló la idea del diseñador dictador-divo y se engrandeció.
Gabrielle Chanel siempre descalificó a los hombres que creaban moda para las mujeres. Decía que odiaban a sus clientas y les hacían vestidos horribles. "Lo hacen solo por el perverso placer que sienten al desnudarnos... Les gustan los rostros embadurnados de grasa. Si lograran amputar los pechos a las mujeres, sería para ellos una declaración de triunfo", decía en 1948. La causa de su malestar era el éxito de Christian Dior y su New look, que estaba cambiando la costura con sus siluetas femeninas, sus finas cinturas, amplias faldas acampanadas y chaquetas que resaltaban las formas. A mademoiselle Chanel, la propuesta de Dior le parecía aborrecible. Especialmente para ella, quien había luchado por liberar a las mujeres del corsé, y se coronó como la diseñadora más influyente con una moda funcional, carente de artificio y de una femineidad obvia.
El arribo de Maria Grazia Chiuri a Dior podría ser interpretado como una señal de feminización en los puestos creativos de la moda; en estricto rigor, su nominación parece no pasar de una anécdota. En Estados Unidos, firmas originalmente dirigidas por mujeres ahora han contratado creativos hombres: Donna Karan nombró al frente a la dupla conformada por Maxwell Osborne y Dao-Yi Chow. Diane von Furstenberg eligió a Jonathan Saunders para reemplazarla en la creación de sus colecciones. El sexismo en la moda estadounidense ya había sido reportado en el 2012 por Nicole Phelps, la editora de Style.com, en un texto donde destacaba la escasa presencia de diseñadoras jóvenes y exitosas en la primera línea de la moda de Estados Unidos. Un país donde, consignaba, las escuelas de diseño están dominadas por estudiantes mujeres. La editora contrastaba esta cifra con la plantilla de miembros del CFDA, que pese a tener como presidenta a Diane von Furstenberg, en su mayoría eran hombres: un 60 por ciento, sobre un 40 que integran diseñadoras y empresarias de la moda.
En Inglaterra la situación es bastante más optimista. Además de las consagradas Stella McCartney, Vivienne Westwood, Sarah Burton (Alexander McQueen), Victoria Beckham, Emilia Wickstead, Mary Katrantzou o Sophia Webster, en el programa de la semana de la moda londinense las mujeres son mayoría: 48 de las 83 firmas que desfilan están lideradas por directoras creativas.
JUAN LUIS SALINAS
El Mercurio (GDA)
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