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Limonada de coco: La vida en carnaval

"El carnaval es una catarsis colectiva que nos permite soportar el tiempo que sigue, el de la vida de siempre".

"El carnaval es una catarsis colectiva que nos permite soportar el tiempo que sigue, el de la vida de siempre".

Foto:MiguelYein

El carnaval es "una vaina seria". Bien seria.

Estoy conversando con dos paisanos sobre un tema que por estos días resulta obligatorio: el Carnaval de Barranquilla.
—Esta es una fiesta muy seria– interviene Pepe.
Para ilustrar su afirmación esgrime una cifra: el año pasado el carnaval les garantizó empleo a treinta mil personas.
—Es un dato significativo –añade–. Imagínense que con los desempleados de Colombia se fundara cada año un nuevo pueblo. Bueno, gracias a la fiesta todos los habitantes de ese lugar tendrían algo que hacer para ganarse el sustento: unos harían máscaras de madera, otros diseñarían carrozas, otros fabricarían disfraces…
—Y faltaría incluir a los que se benefician indirectamente –tercia Víctor.
Entonces menciona a los comerciantes informales, a los músicos, a los propietarios de establecimientos públicos. Lo mejor del carnaval, según él, es que genera “tejido social”.
A propósito de esto último, les digo a mis acompañantes que siempre me ha molestado la forma en que los medios hacen la cobertura de nuestras fiestas más importantes: las presentan como si fueran episodios faranduleros o simples farras hechas por gente que solo pretende atiborrarse de licor. Nada más injusto. A través de estas celebraciones los colombianos resistimos mejor nuestra tragicomedia de cada día y acentuamos el sentido de pertenencia a nuestras regiones.
—La fiesta es una vaina seria– insiste Pepe.
A continuación desenfunda nuevas cifras: según la Federación Nacional de Comerciantes, el Carnaval de Barranquilla movió en el 2016 la suma de sesenta mil millones de pesos, un dinero que se irriga en la economía local y sirve para costear educación y otras necesidades. Durante la fiesta llegaron 191 mil visitantes procedentes del extranjero y de distintos lugares del país. La ocupación hotelera fue del 96 por ciento. Si se mira la temporada completa y no solo los cuatro días de carnaval, hubo ocho mil personas adicionales que se ocuparon en servicios de producción y en tareas logísticas.
Le digo a Pepe que si el carnaval es “una vaina seria”, como él plantea, no es solo por esas cifras sino también por sus beneficios inmateriales. En esta celebración afloran ciertas expresiones burlescas contra quienes hayan sido dañinos para la ciudad: parodias callejeras, coplas satíricas, disfraces de escarnio. Eso tiene una gran utilidad porque, en la práctica, es una herramienta de denuncia ciudadana. Además, al suspender el tiempo de las obligaciones, se subvierte el orden de siempre, y así es posible mirar con humor el revés de la realidad. Se desatan los furores aplazados, se estimula la inventiva popular, se derrumban las barreras sociales, se instaura un nuevo orden donde es posible convertir la carencia en abundancia y el descalabro en dicha.
El carnaval es una catarsis colectiva que nos permite soportar el tiempo que sigue, el de la vida de siempre.
—A mí me gusta –dice Pepe– que el carnaval termine con la muerte de Joselito, ese personaje simbólico.
También a mí, digo. Ese ritual nos recuerda que la muerte no es el fin sino el comienzo de un nuevo ciclo. Joselito muere para ponerse a salvo y renacer en la próxima fiesta. André Malraux lo decía mejor que nosotros: “Cultura es todo aquello que, en la muerte, es la vida”.
ALBERTO SALCEDO RAMOS
Para CARRUSEL
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