Sylvia Ramírez lleva años preguntándose qué hace que en la vida haya gente a la que le va ‘bien’ y otra a la que le va ‘mal’. Tanto la llamaba esa pregunta que hace cinco años renunció a la firma de abogados en la que trabajaba y se dedicó a tratar de responderla. Hoy, con estudios de posgrado en Programación Neurolingüística (PNL) e Inteligencia Emocional por la Universidad de La Sabana, dicta conferencias y asesorías en las que habla de cómo comprenderse y enfrentarse a uno mismo.
Una intención similar tiene su más reciente libro Felicidad a prueba de oficinas (Editorial Paidós): busca enseñarles a las personas a ser felices en su contexto laboral, especialmente frente a la típica ecuación de que trabajar equivale a sufrir. Hablamos con Ramírez de qué se trata esa felicidad.
¿Por qué se tiene la idea de que trabajar es sufrir?
Vivimos en una época que hace un culto a la productividad. La gente se siente orgullosa de estar dañando su salud por estar muy ocupada. Así, el trabajo deja de ser un medio por el cual uno se financia y empieza a ser un fin en sí mismo. Nunca ha estado tan clavado en la mente de la gente como ahora que sin sacrificio no hay beneficio.
Cuando a uno el trabajo lo mortifica demasiado es porque tiene esa camiseta demasiado puesta. Si uno se permite tener una vida de verdad, el trabajo empieza a relativizarse. Lo más importante para lograrlo es que entendamos que uno es trabajador, pero al tiempo es hijo, padre, pareja de alguien, amigo: tiene muchos roles que vivir.
¿Qué debería identificar una persona para sentirse mejor en el trabajo?
Lo primero: entender qué es exactamente lo que no le gusta, porque no es cierto que todo esté mal. La solución probablemente no es soltar todo e ir a poner un bar en la playa. ¿Es el jefe? ¿Son los compañeros?
Lo segundo: entender cuál es mi función con eso que me molesta. Cuando entiendo que uno está en la oficina para cumplir una función y que lo tiene que hacer bien, la relación con los demás se vuelve un segundo plano.
Lo tercero: hacer un autoexamen. Si ve imposible sentirse bien en donde está, entonces váyase. Sin embargo, siempre evalúe primero cómo puede reconfigurarse en el trabajo.
Lo cuarto: tenga proyectos personales. De lo contrario, podría volverse dependiente de su trabajo.
¿Pero no caería uno en el error de pensar que el problema es uno y no el trabajo?
Creo que tenemos que aprender a ser felices con lo que tenemos, y entonces, como una expresión de su felicidad y no como una forma de huir, ahí sí cambie de contexto si lo considera necesario. Si odia su realidad, no va a ser capaz de construir una mejor. Se trata de una capacidad cerebral: no podemos gastar nuestra energía en odiar el trabajo y al mismo tiempo esperar que invirtamos más energía en algo creativo. Hay que hacer una cosa a la vez, y también tenemos que entender que si todo fuera predecible o tranquilo, estaríamos más felices. La estabilidad, en ese sentido, es sinónimo de estar muerto.
MARU LOMBARDO
Redacción CARRUSEL
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