Lo más brutal es que no existe ni una sola escena, ni una, en la que siquiera dude por un momento que ese drama que le están contando es real, que está ahí, a la vuelta de la esquina; que puede ser su marido, pero también su padre, su primo, su tío, incluso su hermano. O el vecino. El horror son esos hombres que odian a las mujeres, esos tipos que las convierten en el objeto de su inmundicia, de su desprecio por el mundo, de su frustración. Ellos, los que las matan porque eran suyas, porque eso les inculcaron siempre.
Víctor Gaviria (Medellín, 1955) tiene el increíble don de poner a este país frente a un espejo que nos devuelve una imagen cruel, pero real, de lo que somos. Ya lo hizo en Rodrigo D. No futuro (1990, ese retrato descarnado sobre un grupo de jóvenes de las comunas de Medellín); en La vendedora de rosas (1998, ¿acaso alguien ha olvidado el drama de Lady Tabares dentro y fuera de la pantalla?); en Sumas y restas (2004, o cuando el narcotráfico penetró en todos los estratos sociales) y ahora, en este, su más reciente filme, quizás el más oscuro y demoledor: La mujer del animal, en cartelera desde este 9 de marzo.
Termina la película y se siente como un puñetazo en la cara. Un golpe seco que te sacude, que te deja sin respiración y que te acongoja. No es un relato fácil de digerir. Incluso, de entrada, puede generar rechazo. Voy pensando en ello cuando me encuentro con Víctor Gaviria. ¿Cree que el público colombiano está preparado para este filme?, le pregunto. “Sé que algunos hombres van a salir avergonzados. Yo me enfoqué en una historia que era aterradora y que hace parte de los cientos de historias aterradoras que en cierto sentido nadie tiene en cuenta porque son como esa equivocación del ser humano, del ser colombiano. La película refleja un momento del país, de esos barrios de invasión donde no había nada. Y resulta que el 70 por ciento de Medellín fueron esos barrios; ahora ya nadie se acuerda. Esta película no solo es sobre la violencia de género. Es sobre la pobreza, la exclusión, el lugar donde ocurre esa violencia”, dice.
Esta película no solo es sobre la violencia de género. Es sobre la pobreza, la exclusión, el lugar donde ocurre esa violencia
A La mujer del animal (que se acaba de alzar con el premio al mejor director en el Festival de Cine de La Habana), Gaviria llegó después de una sucesión de fracasos (“el que quiere hacer ficción tiene que esperar”, me dirá después). De películas que, a veces, reconoce él, “es un triunfo no hacerlas”.
La primera vez que lo vi andaba en España, en Madrid, haciendo la investigación para el que sería su nuevo trabajo, un relato sobre el viaje incierto de los migrantes colombianos que en la década del 2000 desembarcaban en aquel país buscando mejores horizontes. Gaviria escuchó a exdelincuentes, exguerrilleros, miembros de bandas juveniles, madres que habían dejado a sus hijos en Colombia e hijos que de la noche a la mañana se veían viviendo en un país ajeno al que no querían pertenecer y que tampoco los quería. Aquel proyecto naufragó, pero el director se embarcó en otras aventuras: Sangrenegra, que también se malogró, y Sosiego, que espera que se haga realidad.

Víctor Gaviria, director de La Mujer del Animal.
Claudia Rubio/ELTIEMPO
Trabajando en Sosiego (una historia más esperanzadora) se topó con un material que él y sus colegas habían grabado mientras investigaban para lo que sería Verdugo de verdugos, otra película más que no resultó. Gaviria recordó que había entrevistado a una mujer que le contó las atrocidades a las que durante años la sometió un tipo al que ella llamaba, con absoluta naturalidad, “el animal”.
Lo que lo empujó a abordar esta historia, lo que le hizo clic en la cabeza fue el hecho de que ella, surgida de las entrañas de las barriadas más pobres de Medellín, le relatara que en los años 70 había vivido una pesadilla que no le deseaba ni al peor de sus enemigos. Lo que más le dolía a esta mujer, me cuenta Gaviria, es que nadie, ni su familia, ni sus vecinos le habían creído. Tampoco nadie la ayudó. Todos pensaban que Margarita estaba con 'el animal' por voluntad propia, cuando en realidad vivía sumergida en el miedo a que él la matara. En la impotencia de no poder hacerles entender a sus allegados que aquel hombre le había dado escopolamina a los 18 años; que la había raptado y la había convertido en su mujer a la fuerza. Que la violó sistemáticamente. Que tuvo tres hijos fruto de esas violaciones.
Gaviria le creyó. Y se empeñó en arrojar luz sobre esta y tantas historias de mujeres víctimas de esos animales que recorren estos parajes. Un grito entre tanta oscuridad. Una voz para los que no la tienen. Pero no fue fácil: “Cuando estaba escribiendo el guión todo el mundo me decía que no, que iba a gastar tiempo en un personaje que no es heroico para nada, que si ella siguió con el tipo era porque le gustaba. Y ahí está lo que llamamos revictimización. ¡Los que no me creían eran hombres!”.
Asomándose a ese mundo descubrió que la sombra ominosa del animal sigue aquí. Que puede ser cualquiera. Incluso esos hombres que integran la Bacrim dueña de la barriada donde se grabó la película y a la que hubo que pagar 'vacuna' para que los dejaran rodar.
Esta historia ocurrió en 1975, pero pudo ser escrita en el 2017. Gaviria lo comprobó cuando se dio a la tarea de buscar actores naturales que supieran de qué les estaban hablando. Una filosofía de trabajo que ya es su huella personal y que le ha valido un gran reconocimiento en el mundo del cine. Esa búsqueda, una investigación que se desarrolla entre el 2009 y el 2014, está consignada en el documental Buscando al animal, dirigido por Dani Goggel.
Allí están los testimonios de esas mujeres a las que el animal engulló. Está la historia de la chica a la que un exnovio manda a matar porque ya no quería seguir con él y acaba viva de milagro tras recibir más de 100 puñaladas; la de la mujer que con lágrimas en los ojos le cuenta a la cámara que su marido la dejaba encerrada bajo llave, que la emprendía a golpes con ella porque sí y por que no; la de la una más que, acostumbrada al maltrato, enviaba a su hijo pequeño a la casa del vecino para que no viera la golpiza que se anunciaba; la del tipo que afirma, sin sonrojarse, que si un hombre le pega a su mujer es porque ella algo le hizo…
“Yo no sabía que el animal existía como una entidad. Hay una realidad en este tipo de acontecer y es el caos en el tejido social que produce una enorme pobreza y la gente queda en la orfandad muy rápido. Y ahí se reproduce la violencia. Cuando entrevistaba a hombres buscando al animal, mucha gente me contaba de delincuentes con esas características. En más de una ocasión llegué hasta los bajos fondos, hasta paramilitares y mafiosos, gente que me contaba cómo violaban en grupo a las mujeres; esos son los animales que se montan sobre una comunidad, pero que lo hacen más profundamente sobre la violencia de género. No se trata de ideología o de territorio. Es por deporte. Cuando te vas al fondo de estas historias te das cuenta de que eso no ha estado en la agenda política del conflicto, porque parece que fuera insignificante, y no lo es. Esto ha pasado desapercibido a todo nivel: Policía, Ejército, barrios, bandas, guerrilla, paramilitares…
¿Qué pasa por la mente de esos hombres?
Que son absorbidos por una condición digamos de extrema crueldad y de odio profundo a los débiles, esencialmente a las mujeres.
Hay algo territorial en algunos, el eterno 'tú me perteneces'…
Esa es la mentalidad de todos los hombres.
Yo dije algunos, usted dice todos…
Sí, esa es la mentalidad de todos: tú me perteneces. Y en esa medida hay que renunciar a esa mentalidad. Algunos lo consiguen, otros se quedan ahí.
¿Después de hacer esta película ha reflexionado sobre la importancia del feminismo?
Es que yo no sabría decir qué es el feminismo. No lo he conocido ni recorrido. Pero quiero hacerlo desde mi condición de hombre. Esta película me enseñó que uno no puede interpretar la conciencia de la mujer, ni su ser ni su cuerpo.
Tatiana Escárraga
Editora Carrusel
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