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Carrusel

Sofía Gómez, una deportista que toca fondo

Comenzó a practicar esta disciplina desde hace cuatro años y hoy es la mejor colombiana en la categoría femenina.

Comenzó a practicar esta disciplina desde hace cuatro años y hoy es la mejor colombiana en la categoría femenina.

Foto:Esteban Duperli

La apneísta se perfila como una de las nuevas figuras de un deporte que reta los límites humanos.

Cuando Sofía Gómez respira, la tela de su blusa sube y baja con levedad a la altura de su abdomen. No es su pecho el que se infla, es su estómago el que se mueve con el encogimiento del diafragma. Otras veces, en su respiración no hay sutileza: cuando entrena, su vientre se repliega hasta forrar las costillas y luego sus músculos abdominales se agrupan en una protuberancia que se contrae y expande, como si un grotesco parásito espacial estuviese acomodándose bajo la piel. Y otras veces, en cambio, Sofía no respira.
El año pasado en Chiapas (México), Sofía dejó de respirar durante tres minutos y nadó en una piscina olímpica la distancia de 195,76 metros. Cuando sacó la cabeza del agua y se agarró del borde, los espasmos por la privación de oxígeno la sacudieron desde el tronco. En la cara enrojecida tenía una mueca de esfuerzo, la boca estaba estirada en una dolorosa carcajada, como alguien que intenta escupir una espina. Durante unos segundos luchó para dominar las convulsiones y evitó ser descalificada. Ese día batió el récord panamericano en apnea dinámica. Un año antes, en el 2013, lo había intentado en Cali, pero cuando alcanzaba los 180 metros perdió el conocimiento y se hundió como galeón español. El cuerpo de un apneísta que se ahoga suele caer apacible, con gravidez lunar. No hay resistencia, solo un tranquilo descenso: una rendición narcótica al agua. “Un 'blackout' –un desmayo en argot apneísta– se siente delicioso, uno se duerme. Cuando me sacaron yo ya estaba soñando”, dirá ella.
Apnea es una palabra que se usa con más frecuencia en medicina para nombrar a la interrupción involuntaria de la respiración mientras se duerme: apnea del sueño. No son muchos los que la conocen como una disciplina deportiva que se practica en varias modalidades tanto en aguas abiertas como en piscinas. Aunque desde la ficción, en 1988 la película 'Le grand bleu' ('Azul profundo'), del director francés Luc Besson, contó la rivalidad entre Jacques Mayol y Enzo Maiorca –dos de los primeros apneístas en superar la barrera de los 100 metros de profundidad¬–. El filme se convirtió en un clásico sobre la épica y trágica lucha de los deportistas por superar sus límites, que terminan entregando sus vidas en el océano. Y desde la realidad, hace poco los noticieros y periódicos del mundo registraron el caso de Natalia Molchanova, la rusa campeona absoluta en todas las modalidades de este deporte, que la tarde del domingo 2 de agosto se sumergió en el Mediterráneo, cerca de la isla Formentera, y jamás regresó a la superficie.
Sofía devora una poderosa hamburguesa Pepper Jack término medio, acompañada de papas en cascos; un día antes, dio buena cuenta de un plato de tacos al pastor, un burro y una ración de guacamole, y antes de eso desapareció 10 bocados de sushi y una entrada de calamares. Cuando formaba parte del equipo de natación con aletas –en Risaralda y luego en Antioquia– consumía ocho mil calorías diarias, pero desde que hace apnea no las cuenta. Sin embargo es flaca y fibrosa. Su índice de grasa corporal es del once por ciento –el de una mujer que se ejercita con regularidad puede ser del doble– y cuando se inclina sobre la mesa apoyando los codos, los hombros se dibujan bajo las mangas como dos gotas ascendentes. Sofía nada todas las mañanas una hora y media y, al final de la tarde, entrena en un gimnasio durante otra hora y media. Mientras hace sentadillas o pedalea en una bicicleta estática usa un 'nose clip', que es una especie de nariguera que bloquea sus fosas nasales. Lo hace para obligar a sus músculos a trabajar con un suministro de oxígeno limitado. Las venas en su frente se exponen como raíces verdosas. En tres semanas irá a Dominica a entrenar en el mar y luego irá a Baja California, en México, a competir en el campeonato Big Blue en noviembre (cerca del día de circulación de esta revista), donde planea romper el récord suramericano en peso constante con aletas y descender más de 76 metros –en entrenamiento ha logrado 80–. Si lo consigue, será la campeona en las tres categorías de profundidad del sur del continente –ya lo es en peso constante sin aletas y en inmersión libre–. Si lo consigue estará unos metros más cerca de la legendaria Natalia Molchanova.
Acaba de alcanzar 83 metros de profundidad logrando un nuevo record mundial de apnea.

Acaba de alcanzar 83 metros de profundidad logrando un nuevo record mundial de apnea.

Foto:Esteban Duperly

Los apneístas son especialistas en medidas. En 'Le grand bleu', Enzo Maiorca estira un metro y se lo muestra a Jacques Mayol: le señala la distancia que hay entre ambos. “¿Ves? Este es tu récord: 90 centímetros más que el mío. Visto desde aquí no parece mucho”, le dice con esa voz tan grave y cansada que parece un eructo prolongado. Un metro más o un metro menos es la diferencia entre la gloria o la indiferencia. Todo está calculado, todo se dosifica, todo cuenta. Cuando un deportista entra al agua debe saber cuáles son sus límites. Su vida depende de ello. Hay que administrar cada movimiento, cada brazada, la cantidad de oxígeno que se lleva en los pulmones y en la boca para compensar la presión. No hay estallidos de potencia ni giros de último minuto, solo una tranquilidad zen que traspasa la frontera de la resistencia humana. “Este deporte es 30 por ciento cuerpo y 70 por ciento mente”, dirá Carlos Correa, uno de los más destacados apneístas colombianos. Mente para dominar un cuerpo que colapsa. En las inmersiones cada pulmón se puede comprimir hasta el tamaño de un puño, la sangre se concentra en el cerebro y el tronco, el ritmo cardiaco baja a apenas 20 pulsaciones por minuto, la saturación de oxígeno en la sangre es del 50 por ciento, el dióxido de carbono aumenta a niveles tóxicos, el diafragma se contrae involuntariamente intentado respirar. Desde el punto de vista médico, estas condiciones no son compatibles con la vida. “¿Usted sabe por qué se murió el hombre pájaro? Porque quería ser pájaro. Lo mismo puede pasar con el hombre pez, porque no estamos adaptados para eso”, dice Carlos Francisco Fernández, asesor médico de EL TIEMPO.
Pero Sofía en el agua es pura armonía. Desciende en perfecta vertical, despliega sus piernas y enseguida sus brazos para impulsarse, luego se repliega y se deja caer. El océano prístino se oscurece a medida que baja y se convierte en una garganta negra. Hay belleza en el movimiento, en el flujo sereno del cuerpo que se desvanece en la profundidad. “En el fondo está la paz total: vos estás completamente solo, estás tú con el agua. Arriba está el mundo”, dice Sofía mientras se ve a sí misma en un video en Youtube. Algo parecido le dijo a 'The Red Bulletin' el plusmarquista francés Guillaume Néry el año pasado: “El momento más mágico de todos es cuando me libero de la gravedad. Vuelo con los brazos abiertos y entonces estoy totalmente en paz. Todo lo que hay a mi alrededor se funde en una sola realidad, de la que entro a formar parte”. El mismo Guillaume ha convertido la apnea en una propuesta visual y estética, con videos como Ocean Gravity –en el que el deportista se deja arrastrar por las corrientes submarinas y corre en el fondo oceánico– o Narcose –en el que dramatiza los efectos alucinatorios de la narcosis, un estado que pueden experimentar estos deportistas a grandes profundidades¬– e incluso ha protagonizado ese surreal e hipnótico video de Naughty Boy, de la cantante Beyoncé.
El apartamento es pequeño y queda en una casa de dos pisos que se dividió en espacios independientes para sus inquilinos. Un baño, una sala, una habitación. Un clóset, una cama, un cepillo de dientes. Sofía tiene el pelo mojado –acaba de tomar una ducha–, usa un 'short' de yin deshilachado y una camisa de hilo color crema. La típica estudiante universitaria en un típico apartamento de estudiante universitario. Sofía está por terminar su carrera de ingeniería civil y en un sencillo mueble modular junto al sofá hay libros de cálculo intercalados con novelas ¬que van de J.K. Rowling a García Márquez. En la parte superior tiene varias de las medallas que ha ganado y tres botellitas con arena de las playas de Bahamas, Taganga y Venezuela.
Algo que me da temor es graduarme y empezar a trabajar y que la vida se me convierta en levantarme e ir a la oficina y llegar a mi casa a dormir. Yo quiero vivir de la apnea –dice.
—¿Y se puede vivir de la apnea?
—Pues si eres campeón mundial, sí. Todos los grandes apneístas viven de la apnea, ya sea porque son instructores o porque son famosos en sus países y les pagan por campañas publicitarias.
Desde Pereira, Paulina Gómez, la hermana mayor de Sofía, recuerda su relación con el agua: cuando tenían cuatro y siete años, ambas competían aguantado la respiración en una piscina inflable. A los nueve años Sofía ya practicaba nado sincronizado y a los 10 comenzó a hacer natación con aletas. Al terminar el colegio, Indeportes Antioquia –entidad que la patrocina– la llamó para que formara parte de su equipo y hace cuatro años empezó a competir en apnea. “Un día, cuando hacía natación con aletas, hicimos ejercicios de respiración. Yo no sabía nada de apnea, pero ese día aprendimos un poquito y al final el entrenador nos dijo: ‘Bueno, hagan una apnea máxima a ver cuánto hacen’. Estábamos en una piscina de 25 metros y usábamos bialetas. Ese día hice 100 metros”, cuenta Sofía. Y 100 metros, por supuesto, es una distancia poco más que notable para cualquier principiante. Luego empezaría a romper las marcas nacionales y más tarde las continentales. Y ahora está trabajando para lograr su primer récord mundial, que piensa batir el año entrante.
                                                                           ***
Según Diver Alert Network, unos 40 'freedivers' –buceadores a pulmón, entre los que se incluyen los apneístas– mueren al año en el mundo, aunque la gran mayoría de accidentes suceden por no seguir los protocolos de seguridad. Este año desapareció Natalia Molchanova en las islas Baleares, y en el 2013, el estadounidense Nick Mevoli falleció en el Vertical Blue –un campeonato en Bahamas– tras su intento de romper la marca masculina de 96 metros de profundidad en peso constante sin aletas. Mevoli se convirtió en el primer deportista en morir durante una competencia. Y en el 2002, la francesa Audrey Mestre quiso romper el récord de Tanya Streeter en la modalidad No Limits, que consiste en bajar halada de un trineo y que no está avalada por la Asociación Internacional para el Desarrollo de la Apnea (Aida) por considerarla demasiado riesgosa. Mestre se sumergió a unos increíbles 171 metros, pero el globo de aire que la impulsaría a la superficie no funcionó. Ocho minutos con cuarenta segundos estuvo bajo el agua y su muerte fue declarada ese 12 de octubre en la Clínica Canela, en La Romana (República Dominicana).
La apnea tiene una fama trágica, incluso en la ficción: en 'Le grand bleu' ambos protagonistas terminan muertos, aunque en la realidad Enzo Maiorca continúa con vida, y Jacques Mayol tuvo otro destino, acaso menos poético pero más triste: se ahorcó el 22 de diciembre del 2001. Sin embargo, los deportistas aseguran que buena parte de esa fama es infundada. El apneísta tunecino Walid Boudhiaf me dirá por teléfono que “siempre tenemos en cuenta los peligros. Esto es como pilotear un avión, es una actividad que parece riesgosa, pero cuando seguimos unos protocolos y unos estándares de seguridad, es incluso más seguro que manejar un carro”. Lo mismo dirá Carlos Correa: “Cuando uno se pasa por encima de esos parámetros de seguridad es cuando ocurren los accidentes”. Y Sofía concluirá que “en las bases de datos de Aida hay como 50.000 inmersiones registradas y solo una muerte. Hay más posibilidades de que te atropelle un carro cuando montás bicicleta de que te mueras haciendo apnea”.
Pero la posibilidad existe y Sofía lo sabe. El año pasado entró al agua en Bahamas y comenzó su descenso por el Blue Hole, un agujero cercano a la costa que tiene 202 metros de profundidad y que se abre como un túnel al inframundo. Llegó a 63 metros y tuvo un ataque de pánico. Es difícil imaginar lo que se puede sentir en medio de la oscuridad, en el silencio absoluto, mientras se cae como plomo en la negrura infinita. “Y si me muero aquí, ¿quién me saca?”, se dijo. Su mamá también lo sabe: “Ahí la tengo, con el corazón en la mano. Me parece que lo que ella hace implica unas cosas que no son normales en el humano: dejar de respirar. Y en una profundidad tan impresionante”. Pero esa es su épica: hacer lo que nadie más puede, romper los límites, sobreponerse al miedo. Lo dice mejor Mauricio Mosquera, gerente de Indeportes Antioquia: “Esas son las hazañas que el hombre siempre ha logrado. A nosotros nadie nos pidió que subiéramos al Everest y nadie le está pidiendo a Sofía que baje al fondo del mar, pero al hombre le gusta romper los retos y admiramos a las personas que son capaces de representarnos en ellos. Cuando esa persona lo hace, lo hace por todos nosotros, por eso celebramos al que sube al Everest, al que se tira en paracaídas desde muy alto, al que llega al fondo del mar. Los celebramos porque son superhombres”.
¿Qué busca alguien que deja de respirar?, ¿acaso en la profundidad está la epifanía?, ¿en el fondo somos distintos, nos descubrimos? Sofía dirá que sumergida encuentra la paz, la liberación: “En esos últimos momentos de la apnea, cuando sentís que ya necesitás respirar, es cuando liberás todo lo que estás sintiendo. Liberás rabias, tensiones. Cuando estoy triste, por ejemplo, me voy para el fondo un ratico, porque vos podés llorar en el agua y nadie se da cuenta”. Un par de días después, mientras caminamos por el barrio Laureles, también dirá que en la apnea encuentra el reto, la estimulante ferocidad de la competencia: “Yo entreno para ganar, para ser la mejor. Si uno hace este deporte a nivel competitivo es porque quiere ganar o si no se quedaría entrenando solito o haciéndolo como 'hobby'. Y a mí me gusta ganar”. A y B no se excluyen, son las caras de un deporte que parece mezclar en partes iguales la vanidad del atleta con el misticismo del monje.
A los nueve años Sofía ya practicaba nado sincronizado y a los 10 comenzó a hacer natación con aletas

A los nueve años Sofía ya practicaba nado sincronizado y a los 10 comenzó a hacer natación con aletas

Foto:Esteban Duperly

Hace un par de meses, Pirry –el periodista– puso en su Facebook un video de una inmersión de Sofía acompañado del siguiente texto: “@sofigomezu, una de esas deportistas excelentes que muchos no conocemos porque la apnea no es un deporte muy popular, sin embargo les dejo este video para que entiendan un poco la mística, la resistencia, el coraje y la belleza de este deporte. No hay que perderla de vista y apoyarla desde ahora y no solo cuando nos sorprenda como una Mariana Pajón o un Orlando Duque. Bella y tesa Sofía, we follow you”. Sofía ya sorprende –aunque aún no sea conocida, aunque aún no tenga suficientes patrocinadores– con sus marcas nacionales y continentales y, seguramente en poco, con su primer récord mundial. Tiene 23 años y para los estándares de la apnea es una chiquilla. La mayoría de los competidores en este deporte alcanzan su punto más alto después de los 30, incluso Natalia Molchanova consiguió su última marca a los 53 años. “Sofía tiene un nivel tremendo y está empezando. Ella tiene disciplina, que es lo más importante, y por eso esa pelada va a llegar lejos. Yo creería que ella perfectamente puede quedar en los primeros lugares a nivel internacional”, dirá Carlos Correa.
Sofía, a un lado de la piscina, se sienta con las piernas entrelazadas, en la posición de flor de loto. Bajo las cejas gruesas, los párpados caen. Respira. Hace de nuevo sus ejercicios respiratorios y, de nuevo, su estómago se mueve como si hospedara a un alienígena. Luego entra al agua. Mira su reloj y se pone el 'nose clip' y las gafas de natación. Alguien le habla, ella sonríe. Está rodeada de personas, pero parece que estuviese sola. A través de la opacidad de los lentes se queda mirando como quien descansa, como quien medita. Se moja la cara. Da resoplidos lentos, llenadores. Enseguida una bocanada de aire. Se sumerge y su cuerpo va desapareciendo bajo el agua: la cabeza, luego el torso y al final los pies. Las ondas circulares se expanden lentas en la superficie. Sofía no respira.

Modalidades de la apnea

En piscina existen tres modalidades: dinámica con aletas, dinámica sin aletas y estática. En las dos primeras se debe nadar con una sola respiración la mayor distancia posible, usando una monoaleta o los pies desnudos, respectivamente.
En la estática el deportista no se mueve y se mide por el tiempo que aguante sin respirar. En el mar también existen varias modalidades en las que se busca llegar a la mayor profundidad.
En inmersión libre, el apneísta desciende y asciende impulsándose de una cuerda con los brazos. En peso constante sin aletas, el deportista baja y sube sin ningún apoyo y con los pies desnudos. Y en peso constante con aletas, usa una monoaleta, por ello suele lograr inmersiones más profundas.
No limits, otra modalidad, no está avalada por Aida y ha sido bastante polémica, pues se considera la más riesgosa. En ella el deportista baja tirado por un trineo lastrado y sube impulsado por un globo de aire. En No limits se han logrado las mayores profundidades, 214 metros en la categoría masculina y 160 en la femenina.
JULIÁN ISAZA
*Este perfil fue publicado en la Revista Carrusel en la edición 1660 del 5 de noviembre de 2015.
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