Acaba de terminar en Cartagena un interesante encuentro sobre comunicación y política que, para quienes no estamos en el mundo de las consultorías, resultó revelador de hasta dónde se pueden crear verdaderos líderes o verdaderos esperpentos para que gobiernen una sociedad.
Entre las múltiples conferencias, quedó claro que el fenómeno populista y el nacionalismo exacerbado han encontrado un faro común para transmitir sus ideas: las redes sociales, lo cual sonaría obvio si no fuera porque también quedó en evidencia cómo ambas corrientes están pelechando en ellas a base de generar mentiras abiertas o posverdades, como se las conoce hoy. Detectarlas no es sencillo, pero hay que hacerlo ahora que arranca la campaña y donde habrá mucho de esto. Ojo.
Primero hay que hacer el ejercicio de detectar a los populistas solo con poner atención a la forma de actuar y de expresarse: apelan al discurso de la lucha contra las élites, contra el sistema predominante; tienden a exacerbar los ánimos de la gente, a arreglarlo todo por la vía de las manifestaciones. Lo cual no está mal, es una corriente que ha funcionado a lo largo de la historia y ha conseguido réditos que, sin embargo, pueden terminar en catástrofes como la venezolana, desafortunadamente.
Aun así, no hay que tenerle miedo al populismo. Nuestra ciudad duró casi quince años con gobiernos populistas aceptables, regulares y malos, como el de Samuel Moreno, alcalde promovido por el Polo Democrático que terminó robándose la ciudad, según ha sentenciado la justicia.
Lo que sí debe preocupar de los populistas, pero también de los nacionalistas –que en sus discursos anteponen palabras como ‘patria’, ‘soberanía’ y ‘régimen’–, son las expresiones mentirosas y faltas de argumento. Y mucho me temo que han encontrado terreno más que abonado en las redes sociales para transmitir lo que Juanita León, directora de ‘La Silla Vacía’, llama “narrativas oscuras”.
En ese mismo escenario salieron a relucir definiciones acerca de un populismo mal entendido que bien podríamos aplicar a personajes de nuestra fauna política que aprovechan el glorioso momento que brinda la tecnología para crear comunidades, formar una logia de seguidores y usarlos como ruedas de transmisión para golpear al adversario con poco esfuerzo.
Basta apelar a “cantos de sirena” –como los definió Guillermo Velasco, uno de los conferencistas– con frases plagadas de antisistema para seducir a la ciudadanía y, una vez seducida, alentar “el miedo, la desesperanza, la crispación y hacerlas crecer como pólvora”, mientras que el nacionalista condena el globalismo y se centra en el localismo, y por ello hoy irrumpen en el escenario fuerzas que hablan de proteccionismo y cierre de fronteras.
Otra característica de un populista es el caudillismo. Se sienten los salvadores del pueblo; su círculo cercano debe rendirse solo a él, porque solo él tiene la verdad, la fórmula para solucionar todos los problemas. Su estrategia es simple: desacreditarlo todo; es “sencillo y atractivo”. ¿Les suena conocido? Revisen sus redes y encontrarán mucho de esto; no faltará que hallen por ahí a quien suele referirse a las “mafias del poder” cada vez que sufre un ‘impasse’, como acaba de hacerlo López Obrador en México luego de recibir un huevo en la cabeza.
Tampoco hay que llamarse a engaños; las circunstancias ayudan a generar este hábitat. Fenómenos como la corrupción, el terrorismo, la frustración de la gente o, para no ir muy lejos, subirles a los parqueaderos de centros comerciales o promover taxis de lujo ayudan a posicionar los discursos populistas.
Si antes las manifestaciones de este corte eran propias de la plaza pública o el barrio, ahora lo hacen a través de internet, y en particular de Twitter, un medio que “crea mucha opinión pero que resta credibilidad”, decía Jim Vandehei, cofundador del portal 'Politico', en reciente encuentro con periodistas.
Esa falsa información o la información que se acomoda para generar un efecto –como el video que editó el concejal Morris sobre el incidente del cono– se alimenta de la polarización, el escenario ideal de un populista, porque genera sesgo, parcializa la verdad y la vuelve viral. “Mientras más falsa es una noticia, más interacciones crea en la audiencia que sigue el medio”, señaló Craig Silverman, editor de BuzzFeed News. Y el antídoto bien puede estar, decía la periodista Camila Zuluaga, en una actitud más responsable de la gente a la hora de consumir información.
Otra forma de posverdad es hacer insinuaciones para que la persona sea quien termine interpretando las cosas a la medida del interesado o editorializar en medios sin que la gente se entere de si quien le habla es un candidato en ciernes, con aspiraciones políticas y por ende con agenda propia.
La Alcaldía de Bogotá, para no ir muy lejos, ha sido blanco perfecto de muchas de estas cosas. ¿Que ha dado papaya? Sin duda, lo hace permanentemente. Pareciera no entender que hay “un revanchismo social”, frase de Carlos Lorenzama, que debe combatirse con una mayor cercanía al ciudadano, a su “metro cuadrado” de vida, como lo expresé aquí mismo hace poco.
Combatir las noticias falsas, las tergiversaciones, las frases efectistas de los populistas que abundan en las redes solo es viable si se tiene claro cómo se están comunicando los ciudadanos, rindiendo cuentas, apelando a los hechos, no a las promesas; generando confianza y una luz de esperanza, que es exactamente lo que no ofrece el populista. Ante los escenarios catastróficos que pintan, hay que buscar al ciudadano como protagonista de las cosas que están cambiando, si es que de verdad están cambiando.
Hace poco, un populista criticaba que en la ciudad se limpiaran postes, paredes y se hicieran murales en los barrios. Pues bien: yo limpio postes en mi barrio y me siento orgulloso de aportar ese grano de arena. Y si lo hacen los funcionarios, con mayor razón: ese es el metro cuadrado de la gente. Extraño que no lo entienda un populista consumado.
ERNESTO CORTÉS FIERRO
Editor Jefe EL TIEMPO
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