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Bogotá

De Rosales a Castilla / Voy y vuelvo

En esta cuadra, los delincuentes abordaron a Adriana Sobrero Salazar. Los vecinos denuncian que ha aumentado la inseguridad.

En esta cuadra, los delincuentes abordaron a Adriana Sobrero Salazar. Los vecinos denuncian que ha aumentado la inseguridad.

Foto:Alejandra Tibacan

No hay condición social para los delincuentes, siempre se estará a merced de un atracador.

Los focos se posaron esta vez sobre el barrio Rosales, un prestigioso sector de Bogotá que colinda con los cerros orientales, en el norte, y en el que habitan varias personalidades y tienen sede residencias de ilustres embajadores, entre otros. En este escenario, ocurrió el caso de la mujer asaltada y baleada para robarle el carro, pero también el del hombre a quien le hurtaron su reloj entrando al garaje y la joven que fue atracada cuando transitaba cerca a la quebrada La Vieja. Hasta el dirigente de izquierda Aurelio Suárez fue víctima de los cacos, quienes le robaron su carro.
Pero más que las personas que habitan allí lo que disparó las alarmas fue el cinismo, la estrategia y el modo de operar de los ladrones: motos, carros, seguimientos, comunicación, violencia... Las imágenes son brutales y dan miedo.
Es el mismo miedo que sienten hoy los residentes del barrio Castilla, más popular, ubicado en la localidad de Kennedy, pero también azotado por la delincuencia: seis apartamentos han sido asaltados en los últimos meses. Menos mediática la cosa, pero igual de grave.
Las cámaras muestran cómo entra un hombre alto, una mujer menuda y varios individuos que al poco rato abandonan el edificio con el botín a cuestas sin que la seguridad privada se dé por enterada. Extraño.
Los dos casos permitirían concluir que no hay condición social para los delincuentes y que no importa dónde se viva o la calle por donde se camine, siempre se estará a merced de un atracador, el principal dolor de cabeza de los bogotanos, según las encuestas.
Una nota editorial de este mismo diario advertía de la falta de policías y de la poca cooperación de la justicia como causas probables de que el tema se esté agravando, pues los ladrones que se capturan quedan libres.
Pero yo agregaría otras. ¿Qué pasó con la prohibición del porte de armas de fuego? Todos estos asaltos que escuchamos a diario tienen a hombres armados que se desplazan en moto o en cicla o a pie. ¿Se bajó la guardia en el control de armas? ¿Por qué es tan difícil detectar el comercio ilícito de estos elementos?
Una buena estrategia para sorprender a quienes cargan un revolver son los retenes, pero como las nuevas tecnologías advierten de ellos, no hay mucho qué hacer.
En segundo lugar está la seguridad privada. Son frecuentes las denuncias ciudadanas sobre el papel que estas compañías cumplen. ¿Cómo es posible que alguien entre fresco a un conjunto y salga con lo robado y ni las cámaras ni los hombres de seguridad se percaten? Un alto porcentaje de lo que una familia paga por administración en un conjunto se va precisamente en seguridad, donde por lo general no le responden al afectado. Hay empresas muy buenas, doy fe de ello, pero otras que dejan mucho que pensar.
En el pasado se planteó una alianza entre guardas de seguridad y policías; entre policía y taxistas, para que ayudaran en la vigilancia. Pero nada de eso parece haber prosperado.
Pues bien, ha llegado la hora de retomar esas iniciativas, aquí lo que se necesitan son más ojos, más tecnología, más cooperación, más denuncias y más facilidades para que la gente lo haga. Pero si de entrada le dicen que el trámite de denunciar se demora cuatro horas, que debe trasladarse hasta el otro extremo de la ciudad para hacerlo o que la persona puede quedar encartada y señalada por los delincuentes, pues apague y vámonos.
A propósito: el concejal del Polo Álvaro Argote debería tener el coraje de quedarse a oír al funcionario al que acaba de agredir verbalmente antes que escabullirse por la puerta de al lado.
ERNESTO CORTES FIERRO
Editor Jefe EL TIEMPO
erncor@eltiempo.com
En Twitter: @ernestocortes28
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