Con todo respeto, lo sucedido en las últimas horas con el juez que dejó libres a dos sujetos que portaban material explosivo –similar al empleado en el último ataque terrorista en los alrededores de La Macarena–, un mapa y con antecedentes, explica en buena medida por qué la gente no cree en su justicia.
Tras arduas labores de la Policía para evitar que casos como el del patrullero Albeiro Garibello Alvarado, 23 años, asesinado por milicianos del Eln en ese mismo atentado, se repitan, la acción de las autoridades se vio truncada porque para el juez no era suficiente evidencia, no había flagrancia o porque los explosivos no estallaron, ¡vaya uno a saber!
¿Con qué cara quedaron los agentes que los detuvieron y probablemente evitaron otro ataque contra la ciudad, contra miembros de la Fuerza Pública o contra civiles? ¿Con qué ánimo el secretario de Seguridad, Daniel Mejía, puede seguir exigiendo resultados? ¿Cómo se le pide a la gente que denuncie, que colabore, que actúe contra los delincuentes si al final todo termina siendo en vano? ¿No podía el juez hacer un trabajo más exhaustivo?
No quiero pensar lo que en este instante pueden estar sintiendo los padres de Garibello, el patrullero al que el jefe de esa agrupación subversiva cínicamente responsabilizó de su suerte por “meterse de Policía”. Y eso que hablan de paz. Y aplica también para el caso inverso: cuando se producen detenciones sin suficientes pruebas, por ejemplo.
No quiero pensar lo que deben estar sintiendo los uniformados que a diario velan para que Bogotá no termine de nuevo amilanada por los terroristas, mientras sus simpatizantes ni siquiera condenan los hechos. Estaba tan indignado el secretario Mejía este sábado que poco antes de que amaneciera, ya había un comunicado expresando su inconformismo.
Con lo que acaba de suceder se le da la razón al fiscal Néstor Humberto Martínez, cuando rechaza el proyecto de ley del Gobierno Nacional que prevé la excarcelación de no menos 20 mil presos. Si a esto se le suma que los jueces los dejan libres porque los hampones no terminaron de ejecutar sus fechorías para ser debidamente judicializados, pues apague y vámonos.
Polémicas decisiones como estas son las que después sirven de argumento para otro tipo de acciones igualmente condenables: la de ejercer justicia por mano propia, por ejemplo. Pero es que el ejemplo debe empezar por nuestro sistema de justicia.
ERNESTO CORTÉS FIERRO
Editor Jefe EL TIEMPOerncor@eltiempo.com@ernestocortes28