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La seguridad perfecta no existe / Voy y vuelvo
Seguridad en Bogotá

Los frentes de seguridad constituyen un excelente capital de experiencias que vale la pena revisar.

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Diana Sánchez / Archivo EL TIEMPO

La seguridad perfecta no existe / Voy y vuelvo

¿Dictan los colegios protocolos de seguridad para sus alumnos? ¿Les compete?

El título de esta columna lo inspira un excelente análisis del diario ‘El País’ de España a propósito del ensañamiento terrorista contra ciudades europeas. Es un llamado a que los centros urbanos, cada vez más apetecidos por el radicalismo violento, desarrollen estrategias en contra de ataques como los perpetrados recientemente en Barcelona y permita generar una mayor confianza entre los ciudadanos.

Para ello, según el mismo análisis, es indispensable reconocer que las ciudades tienen el deber de actuar contra estas manifestaciones extremistas no solo a través de sofisticados esquemas de seguridad, sino, sobre todo, empleando tácticas que ya se aplican en varias ciudades para prevenir el delito, como en Aarhus, segunda ciudad de Dinamarca.

Allí han encontrado que la fórmula para evitar acciones terroristas está en una lucha frontal contra el radicalismo que comienza en las escuelas. Colegios, Policía y entidades oficiales desarrollan programas conjuntos que permiten detectar conductas que puedan derivar en acciones peores en el futuro o para explicarles a los jóvenes en qué entorno se mueve hoy el mundo y darles elementos de juicio para comprender lo que sucede y las consecuencias que acarrea.

El análisis hace énfasis en la necesidad de descentralizar las políticas de prevención y ampliar los planes de acción local, lo que en nuestro caso significaría recuperar la importancia de los frentes de seguridad ciudadana, por ejemplo, y revisar el actual esquema de cuadrantes. Solo una estrecha relación entre Policía y vecinos puede generar la confianza perdida; solo una comunicación permanente entre miembros de una misma comunidad hace posible que los delincuentes se lo piensen dos veces antes de apoderarse de un barrio, una calle o, incluso, una estación de transporte público. Los frentes de seguridad constituyen un excelente capital de experiencias que vale la pena revisar.

En nuestro caso, resulta desconcertante que los estudiantes ya tengan identificados a los sujetos que permanentemente los asaltan en la exclusiva zona T para robarles sus celulares pero no haya aún una acción para capturar a los hampones que merodean por el lugar. Me lo cuentan los propios alumnos de colegios vecinos que han sido víctimas. ¿Dictan los colegios protocolos de seguridad para sus alumnos? ¿Les compete? ¿Hay en los conjuntos residenciales, en las juntas comunales, en los barrios alguna estrategia de protección o capacidad de reacción ante eventuales hechos de inseguridad? Tenemos que aprender a ‘mapear’ nuestros barrios para detectar dónde están sucediendo las cosas que nos afectan en este sentido.

Un análisis del BID añade algo que tampoco podemos perder de vista. Parte de la solución requiere abordar los riesgos de violencia urbana, que se traducen en desigualdad, desempleo y justicia. Y sobre esto último, no nos cansaremos de repetir que es una de las mayores falencias de nuestra sociedad y gran responsable del actual estado de cosas. La seguridad perfecta no existe, pero sí las herramientas para estar cada vez más cerca de ella.

ERNESTO CORTÉS FIERRO
Editor Jefe de EL TIEMPO

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