Bogotá tiene uno de los aires más contaminados de América Latina. En el primer semestre del 2015, diez niños menores de 5 años murieron por causas asociadas a problemas respiratorios. En el mismo lapso del 2016, la cifra subió a 17. La prevalencia de tos en esos mismos menores por culpa del material particulado PM10 afectó esencialmente a pequeños de Fontibón, Usaquén, Antonio Nariño, Los Mártires y Kennedy.
Datos de las secretarías de Ambiente, Salud, Movilidad y Policía muestran que en el año 2015, el 93 por ciento del transporte público superó los “niveles máximos de emisión de material particulado’’ hasta en un 48 por ciento. Todas las batallas que se han librado para acabar con los vehículos chimenea han fracasado. Nadie controla los centros de diagnóstico de gases para verificar que efectivamente se sanciona a un vehículo por contaminar. Solo basta salir a la calle para comprobar tamaña desidia.
Poco se ha profundizado en torno a las nuevas zonas mineras que ha decretado el Ministerio de Ambiente en la Sabana con serios riesgos para la fauna y flora. Decenas de quebradas se han secado por décadas en los cerros orientales como consecuencia de planes urbanísticos en la capital y su entorno. Varios humedales siguen amenazados por la falta de control de las autoridades. La recuperación del río Bogotá avanza a paso muy lento, el nivel de ruido exacerba tanto que hasta homicidios se han cometido por culpa de este delito ambiental. Y nadie protesta. Cuando la administración habla de limpiar paredes y fachadas, nadie la secunda. ¿Por qué tanta indiferencia?
Podríamos seguir citando más. Pero nada de esto indigna. O la gente se cansó. ¿Qué más puede hacer un ciudadano si, impotente, confirma que un humedal, como el Córdoba, es ahora orinal de taxistas y no pasa nada?
Sin embargo, el decomiso de cuarenta peces en un centro comercial alborotó la opinadera en las redes sociales. Ese sí resultó ser un tema importante. Obvio, en las redes siempre será más sexi posar de ambientalista y más rentable, políticamente hablando, denunciar que se decomisaron cuarenta peces exóticos que reclamar por las muertes de niños por culpa del mal aire que respiran. Eso no genera ‘likes’, de eso no habla esa nueva definición de amistad virtual. Los peces sí. Estos animales resultaron tener más dolientes que la víctimas que por décadas ha dejado el aire en la ciudad o que los perros abandonados o los niveles de salubridad de la comida callejera. Nadie reclama por los animales en cautiverio que se venden en plazas de mercado o a lo largo de la avenida Caracas. O que se trafican sin compasión. Que son miles. No. Lo que importan son cuarenta peces que Ambiente se ufanó de rescatar para después encartarse con ellos y facilitarles a sus detractores todo un arsenal de críticas y verdades a medias. Papayazo.
¿Qué quería demostrar con esa acción? ¿Que son tan sensibles al tema que no les tiembla la mano a la hora de rescatar cuarenta peces de un centro comercial de estrato seis? ¿Que es una prueba de que a ricos y pobres se les aplica la ley con la misma severidad? El caso me recuerda la misma soberbia que en su momento exhibió la pasada administración cuando pretendió levantar un edificio en el parque de la 93 para ‘exponer’ a desplazados y víctimas de la violencia, sin ningún tipo de estrategia ni consideración por ellos, solo para “provocar al establecimiento”.
Yo no digo que no haya que proteger a los peces o a los zancudos o los ratones o todos los seres vivos, si se quiere. Pero sí creo necesario llamar la atención en que, antes de hacerlo, un gobierno tiene que fijarse prioridades. Y, claramente, controlar los focos de contaminación del aire en Bogotá es mucho más importante que cuarenta peces entre un sofisticado acuario.
Pero qué le vamos a hacer. Esto de los peces terminó confirmándonos una verdad de a puño: que las redes sociales imponen las nuevas verdades, sus verdades, y que temas menos relevantes que otros se vuelven virales porque así lo decide un manojo de personas que o no tienen claras las prioridades de la ciudad o aprovechan semejante trinchera para defender sus propios intereses.
Ya quisiera yo que una porción del debate que seudoespecialistas armaron con este tema lo hubieran hecho también con las familias que cargan a cuestas toneladas de reciclaje desde que se acabaron las zorras. O que la noticia de que por fin Bogotá tiene un instituto dedicado a la protección de animales hubiera tenido una cadena de ‘likes’.
Pero no. Como dijo Umberto Eco, el grado de estupidez en las redes sociales ha dado hasta para que se pida revocar al Alcalde por unos peces. Ese es el nivel de debate que estamos teniendo en la ciudad.
ERNESTO CORTÉS FIERRO
Editor Jefe EL TIEMPO
erncor@eltiempo.com
En Twitter: @ernestocortes28
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