Ya se sienten los primeros estertores de la ruda campaña presidencial que se avecina. Ya se producen las renuncias protocolarias y se lanzan frases a Juan para que las entienda Pedro: “A Colombia no le conviene la república del coscorrón”, suscrita por Humberto de la Calle en la Universidad Nacional. Ya comienza la fila de aspirantes que buscan acomodo en medio de un ambiente caldeado por la incorporación de las Farc, las muertes de líderes sociales, los escándalos de corrupción y el oportunismo solapado.
Y este último sí que nos toca a los bogotanos. Por ser la capital, por anidar aquí el poder político real, por ser la Alcaldía más visible del país, por su caudal electoral, por venir de una década de gobiernos de izquierda ahora huérfanos de poder; por estar en ella quien recibió el respaldo del exvicepresidente, por tener asiento fuerzas políticas que practican la posverdad, por todo esto y más hay que estar preparados para lo que viene.
Y lo que viene es, cómo no, una campaña en la que seguramente aflorarán rencillas a costa de la ciudad, que será el trompo de poner para ganar adeptos, encuestas, reconocimiento nacional. Para ganar a costa del futuro de la misma ciudad. No está mal que se haga campaña exhibiendo logros –si existen–, defendiendo causas, aceitando nodos, recorriendo colegios, organizando a papás o a jóvenes inconformes. Lo que estaría mal es que se pierda la sindéresis y se apele a la mentira abierta, a la ignorancia o inocencia de la gente, a las verdades a medias para conseguir votos.
¡Y fácil que resulta! No se necesita apelar a un batallón de simpatizantes para difundir un mensaje tan contundente como falso. Basta la cloaca de las redes sociales, la forma más eficaz y rápida de atrapar incautos. Con el agravante de que una vez lanzada la mentira cuesta el doble tratar de atajarla. Pero esos son los tiempos de hoy y las estrategias de hoy. Y preparémonos para que Bogotá esté en esos correos virulentos en el que se exhibirán tragedias como los niños sin refrigerio, los abuelos sin subsidio o los pacientes muertos pero vivos (¿?).
Aquello de que deba garantizárseles a los votantes que pueden tomar decisiones informadas, como decía en un análisis reciente Peter Singer, está hoy más en riesgo que nunca. Porque simplemente la gente dejó de creer en los hechos y ahora cree en las verdades que otros ofrecen. Y no hay nada que hacer, excepto dudar. Siempre dudar.
ERNESTO CORTÉS FIERRO
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