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Bogotá

Qué hacer con las ventas informales / Voy y vuelvo

Las ventas informales son el problema más evidente de ocupación del espacio público en Bogotá, y creció con la pandemia del covid-19.

Las ventas informales son el problema más evidente de ocupación del espacio público en Bogotá, y creció con la pandemia del covid-19.

Foto:Mauricio Moreno

No nos digamos mentiras: no hay autoridad que dé abasto, ni medida que aguante.

Ernesto Cortes
Si antes de la pandemia el tema era complejo, la crisis sanitaria lo volvió crítico. La informalidad, entendida como los trabajos que no cuentan con una remuneración estable, ni seguridad social ni nada que se le parezca, se tomó las calles de Bogotá.
Y en ese renglón, el de las ventas ambulantes, que vienen a ser algo así como el eslabón más débil de la cadena, es el sector que más duramente se ha visto golpeado y el que más tensiones sociales está generando por estos días.
No nos digamos mentiras: no hay autoridad que dé abasto, ni medida que aguante ante la apabullante realidad del comercio callejero y descontrolado que copa distintos puntos de la capital. El director del Instituto para la Economía Solidaria (Ipes) escasamente se lo ve.
Las estrategias, cuando no pocas, se toman en el último momento, después de que los medios han dado cuenta de las aglomeraciones y la cooptación del espacio público. Órdenes como el uso de las pipetas de gas tienen que reversarse en cuestión de horas ante la tozudez de los hechos y de las protestas de quienes hacen uso de ellas en sus negocios informales. El centro es la muestra de qué tan complejo es el asunto y de lo difícil que resulta contenerlo. Pero no es el único: la carrera 15, el Ricaurte, Suba centro, Usaquén tienen un panorama similar.
Más que encontrar culpables, hay que comprender la realidad. El mismo Dane certificó hace pocos días que la informalidad es lo único que está generando empleo creciente en el país. Es una buena noticia, pero con el agravante de que su estructura es incierta. Y compleja para la economía formal, que paga impuestos sin ver buenos ingresos y con una competencia desleal; crítica para las mujeres y los jóvenes, quienes han llevado la peor parte con la ola de desempleo, y desoladora para una ciudad que de tiempo atrás ha intentado por todos los medios recuperar espacios que son de todos.
Lo mismo pasa con Uber –del que he sido crítico–, pero, dada la coyuntura, ¿quién puede salir a cuestionar a aquellos que por esta vía también se rebuscan lo del diario? ¿A qué hora se les ocurrió a los taxistas promover paros ante la avalancha de desocupados que nos deja la pandemia? Es un problema global que golpea sobre todo a América Latina, donde los informales pueden llegar a sumar 150 millones de personas.
Se entienden las medidas que ha adoptado la Administración Distrital para atajar semejante lío, esto es, ventas controladas y supervisadas en lugares estratégicos a fin de evitar aglomeraciones y contagios e invasión de calles y andenes, en 23 puntos específicos de 15 localidades. ¿Cómo se autorizarán los puestos de ventas? ¿Les sirven a los informales?
Son paños de agua tibia y hay que aceptarlo. Es imposible frenar a los ambulantes instalados en los puentes peatonales de TransMilenio, en las estaciones, en los carros particulares, en los semáforos o en el piso, tratando de sobrevivir. Y con la llegada de la Navidad, el problema tiende a desbordarse, pues se suma la indigencia propia de estos días.
Ahora bien, aceptando que, como dicen las señoras, ‘el palo no está para cucharas’, la ocupación ilegal del espacio público y las concentraciones que genera avivan más una serie de irregularidades que vienen de tiempo atrás y tienden a aumentar con la actual crisis. Las mafias del espacio público, la explotación de niños, de mujeres indígenas, de migrantes, de jóvenes desempleados son algunas de ellas. Pero también están las de reconocidas empresas y marcas que han convertido la calle y el andén en puntos de venta, sin que nadie les diga nada.
Controlar estos fenómenos de forma efectiva ayudaría también a atender mejor el problema, a dimensionarlo en sus justas proporciones. Es lo que sucede con los llamados tierreros, que de no ponerlos a buen recaudo seguirán aprovechándose de los más humildes, como viene ocurriendo.
Ojalá que el Ipes y la Alcaldía, más que desalojar a los ambulantes o intentar encerrarlos en espacios reducidos, tarea imposible, puedan organizarlos al tiempo que se le pone orden al espacio público, por cuya recuperación hemos pagado un alto precio.
La Administración, a través de las alcaldías locales, debe velar por proteger hasta donde sea posible un espacio que pertenece a las mayorías, no a unos cuantos, y mucho menos a usurpadores de este. Cuando sea el gobierno el que tome las riendas del asunto podrá hablarse de orden, podrá haber una mejor disposición de andenes, plazas y plazoletas para que los vendedores ambulantes ejerzan allí su oficio con dignidad, sin incomodar, tal como sucede con los mercados de pulgas, por ejemplo.
Y una recomendación final que hace la Organización Internacional del Trabajo (OIT): que la informalidad fruto de la crisis no se lleve por delante los esfuerzos en educación. Llevar a menores a la calle a ejercer un oficio los condena a la pobreza.
¿Es mi impresión o... este año de tanto encierro ha hecho que se multipliquen las luces navideñas en las casas para paliar tanta tristeza e incertidumbre?

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Ernesto Cortés 
Editor Jefe de EL TIEMPO
Ernesto Cortes
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