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Bogotá

Protestas: ni ángeles ni demonios / Voy y vuelvo

Miembros del Esmad y manifestantes se enfrentan en las marchas del 21 de septiembre.

Miembros del Esmad y manifestantes se enfrentan en las marchas del 21 de septiembre.

Foto:César Melgarejo. EL TIEMPO

Ponerles protocolo a las protestas es el punto intermedio al que algunos quieren llegar.

Ernesto Cortes
Esta semana quedaron en evidencia las profundas diferencias que existen entre el Gobierno Nacional y la Alcaldía de Bogotá. Diferencias que se acentuaron con la concepción que cada quien tiene acerca de las protestas sociales que se vienen sucediendo, particularmente en la capital. Pero eso, lejos de preocupar, debería alentarnos, pues se trata de la expresión máxima de democracia.
Que dos gobiernos, en orillas ideológicas totalmente opuestas, tengan que sentarse a acordar unas reglas mínimas –así haya sido ordenado por un tribunal– que garanticen la libre expresión de los manifestantes es una buena señal en medio del desbarajuste institucional que se percibe.
Si bien los trágicos hechos del 9 y el 10 de septiembre fueron el detonante mayor, lo que venía ocurriendo de tiempo atrás con las marchas ya develaba signos preocupantes. La misma muerte de Dilan Cruz o la asonada de noviembre pasado indicaban que las cosas no podían sino empeorar. Y empeoraron.
Después del carro bomba que mató a 22 estudiantes de la Escuela de Policía General Santander, el año pasado, Bogotá vivió momentos de terror con el asesinado de 13 personas, la mayoría jóvenes, esos 9 y 10 de septiembre.
Todo parece indicar que la Policía estaría involucrada en tales crímenes. Por supuesto, las cosas no podían seguir así, el derecho a la protesta no podía seguir siendo sinónimo de barbarie por parte de agentes del Estado ni el escenario para que vándalos acaben con el patrimonio público y privado.Ahora, por orden judicial, Gobierno y Alcaldía, por primera vez, tendrán que diseñar el mecanismo para evitar que esto siga sucediendo.
La protesta, justificada o no, no solo está generando indignación entre los mismos manifestantes por los episodios recientes de maltrato y estigmatización, sino que del otro lado también se ha generado un sentimiento de repudio por los desmanes que terminan afectando no solo estaciones, edificios, mobiliario y demás, sino que están dejando en la calle a comerciantes, transportadores y generando una semiparálisis en la ciudad. Y en tiempos de pandemia, ese costo es muy alto.
(Lea también: ¿Por qué? / Voy y Vuelvo).
Ponerles protocolo a las protestas es el punto intermedio al que algunos quieren llegar, empezando por la alcaldesa Claudia López, quien ha insistido en que estas necesitan de acuerdos mínimos para evitar tragedias como las ya mencionadas. De hecho, ha exigido que la policía no esté armada en las marchas pacíficas y que las personas que resulten detenidas sean trasladadas no a un CAI, sino a una dependencia especial del Distrito.
Estas decisiones se suman a otras que tomó la Corte Suprema, entre ellas ordenar que los agentes del Esmad dejen de usar una de sus llamadas armas no letales: la escopeta calibre 12.
Como era de esperarse, las ya viejas tensiones entre Alcaldía y Ejecutivo afloraron con estos temas, pues desde el Gobierno se quieren implantar reglas que para algunos rayan en lo absurdo: no pintar paredes ni monumentos, que los promotores de la marcha adquieran una póliza y, una de las más polémicas, que se evite el uso de capuchas.
Las opiniones están divididas. Y con razón, pues no deja de sonar exótico que se pretenda que las protestas estén encabezadas por ‘ángeles’ de buen comportamiento. Ha habido marchas pacíficas, sin duda, pero la mayoría termina en algún tipo de enfrentamiento por culpa de los encapuchados.
¿Que lo hacen por miedo? ¿Por los gases? Pues se supone que eso es lo que pretenden evitar los protocolos, entonces, ¿para qué capucha? En el contexto nuestro, resulta casi imposible una protesta sin alteraciones, siempre habrá el pequeño grupúsculo enmascarado que, aupado por organizaciones al margen de la ley o por políticos amigos del caos, quieran romper las reglas. Y se romperán. Y entonces la protesta ya no será de ‘ángeles’, sino de ‘demonios’ infiltrados, de redes terroristas, como las llama el Gobierno.
Lo positivo que tiene todo esto, insisto, es que, dadas las circunstancias dolorosas del pasado, hay al menos un intento por garantizar la protesta, al tiempo que se evita la violencia. Suena coherente. La violencia y la destrucción no nos han traído nada bueno, quizás más odio y más división, con lo que el reclamo de una protesta termina opacado.
Además, resulta sensato pensar que si a la Fuerza Pública se la va a desarmar y se le va a condicionar su proceder al máximo, lo mínimo que se pide es que desde la contraparte exista también algo de control y responsabilidad. Quién quita que desarmando la intolerancia y alejando los prejuicios terminemos encontrando el espacio para oírnos.
Si por cosas de la vida se logra ese consenso, es decir, se garantiza una protesta dentro del marco del respeto por los derechos de todos, de los que se manifiestan y de los que no, es deber del Gobierno sentarse a resolver los reclamos que se le hacen.
Es lo mínimo, pues, entre otras, se caería el trillado argumento de que “el Gobierno no negocia con vándalos” y a los medios se nos acabarían las disculpas para registrar el pillaje antes que los reclamos. Y quienes hoy ven en estas expresiones la reunión de un grupo de forajidos que solo quieren acabar con todo podrían por fin entender lo que está pasando.
Sería el mundo ideal en medio del inconformismo general. Pero el mundo ideal no existe, desafortunadamente. El pulso que se inicia entre poderes está cercado por intereses de lado y lado, por protagonismos políticos, con una campaña en ciernes y mucha rabia contenida. Y es justamente todo esto lo que primero tiene que desarmarse para seguir adelante con unos protocolos que permitan el derecho a la protesta sin rotular a sus protagonistas como ángeles o demonios.
¿Es mi impresión o... la ampliación de la autopista Norte sirvió para tres cosas: para nada, para nada y para nada...?

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ERNESTO CORTES
Editor jefe EL TIEMPO
Twitter: @BogotaET
Ernesto Cortes
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