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Así es la vida en las viviendas gratis que entregó el Distrito
Habitantes de Plaza de la Hoja, en la calle 19 con carrera 30, muestran su vida ‘puertas adentro’.
El Tiempo
Ubicado en el barrio Cundinamarca, en el centro de la ciudad, este conjunto residencial, conformado por 12 torres de entre cinco y quince pisos, ha recibido a cientos de familias desplazadas por la violencia, quienes han acomodado su nuevo estilo de vida en apartamentos de 50 metros cuadrados.
Estos hogares fueron entregados en obra gris. Cuentan con dos habitaciones –o tres según como lo determine el propietario–, sala, cocina y un baño separado del sector de la ducha. Deben estar 10 años en las viviendas para poder disponer de estas, es decir, para rentarlas o venderlas.
Cerca de estos apartamentos se encuentra el centro comercial Calima, la parroquia San Gregorio Magno, la plaza de Paloquemao y un tramo de la carrilera del tren.
Antes de llegar a la avenida NQS, es posible observar un grafiti gigantesco con la palabra 'Vida', pintado por cinco artistas españoles del colectivo Boa Mistura, ayudados por algunos de los habitantes de Plaza de la Hoja.
Quienes viven en este conjunto residencial desean cambiar la imagen de la población que habita allí y demostrar que hacen parte de la población trabajadora del país. Una de las iniciativas que demuestra esto es que buscan que el trabajo de las mujeres sea digno y respetado, motivo por el cual un grupo de ellas lleva a cabo un proyecto de huertas urbanas en algunas de las terrazas de sus viviendas.
Así es la vida de Claudia, Doris, Deyanira y Julia* desde que llegaron a este lugar.
Las historias de vida que renacen entre el cemento
En este complejo de viviendas, familias desplazadas por la violencia luchan por construir un mejor futuro.
Cuatro de las torres tienen 15 pisos y son las más altas, desde allí se pueden observar bellas panorámicas del centro de la ciudad.
Ana González Combariza / EL TIEMPO
Un tramo de la carrilera del tren de la Sabana pasa por uno de los costados del conjunto.
Ana González Combariza / EL TIEMPO
Algunas zonas comunes no están en el mejor estado, especialmente las de los niños.
Ana González Combariza / EL TIEMPO
Varias mujeres conforman un proyecto de huertas urbanas en las terrazas de las torres de este complejo habitacional, una de ellas es Claudia Bohórquez.
Ana González Combariza / EL TIEMPO
El grafiti con la palabra Vida se convierte en el escenario para niños y jóvenes que salen a jugar, montar tabla o caminar por allí, justo al lado de la carrera 30.
Ana González Combariza / EL TIEMPO
Los colores de las cortinas y decoraciones de la intimidad de cada apartamento hacen contraste con los grandes bloques de cemento de todo el conjunto.
Ana González Combariza / EL TIEMPO
Algunos habitantes optan por asegurar sus bicicletas, fuera de sus casas, con cadenas.
Ana González Combariza / EL TIEMPO
Niños, abuelos, jóvenes y familias completas que llegaron a la capital del país a mejorar su futuro permanecen dentro de estos edificios.
Ana González Combariza / EL TIEMPO
Por fuera, todos los apartamentos son iguales: puerta blanca y el número de la vivienda sobre un fondo negro.
Ana González Combariza / EL TIEMPO
Según varios de los habitantes del conjunto la zona que estaría dedicada a locales comerciales, administrados por los residentes de este complejo de apartamentos, nunca se desarrolló del todo, razón por la que permanece en abandono.
Ana González Combariza / EL TIEMPO
A Deyanira la desplazaron jóvenes que ella misma vio crecer
“Eran pelados que se habían criado ahí en el barrio. Después ingresaron a grupos armados", comenta.
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Deyanira Cuellar es una mujer de 50 años, desplazada por la violencia de Barrancabermeja-Santander, en el año 2005. Tiene cuatro hijas y ocho nietos. “Cuando me desplacé, me vine con mis hijas, una de ellas tenía cuatro meses de embarazo y mi primer nieto tenía cinco meses de nacido”, recuerda.
Según comenta, algunos de los responsables de su desplazamiento forzado fueron niños que ella misma vio crecer. “Eran pelados que se habían criado ahí en el barrio, yo los conocía desde peladitos. Después ingresaron a todos esos grupos armados. Unos al EPL, otros a las Farc y otros a las AUC”.
Deyanira cuenta que el primer destino al que llegó junto con su familia fue a Medellín, allí duraron un poco más de un año. “Sufrimos mucho porque a mis hijas hasta comida les tocó pedir y estuvimos muy mal”.