Llueven venezolanos en la estación Héroes de TransMilenio (TM), literal: desde las 5:30 de la mañana y hasta las 10:30 de la noche, llegan por cientos los inmigrantes del vecino país a esta céntrica parada del transporte.
Hasta las 8 de la mañana, hombres, mujeres y niños comen el desayuno tras comprarles a sus compatriotas que venden las arepas tradicionales que comían en Caracas, Maracaibo, Barquisimeto y demás ciudades. Es el caso de Jeison Rodríguez y Jackeline Suárez, una pareja que junto a sus dos hijas de 4 y 8 años van y vienen de norte a sur, y de oriente a occidente, ganándose la vida a punta de vender caramelos y hacer adivinanzas en los buses.
“¿Quieres que te diga por qué nos venimos todos los días para Héroes? Porque aquí nos sentimos como en familia, comemos lo que nos gusta y estamos como entre hermanos”, confiere Jeison. Dice que en Venezuela era oficial de Policía –muestra el carné–, pero que el pago era “una miseria que no servía para comprar nada”.
Enseguida, su compañera advierte: “Yo no quiero tener a las dos niñas en TM, sé que no está bien. Pero no las puedo dejar en cualquier parte. A la menor me la van a recibir el próximo año en el jardín, pero a la mayor está difícil porque no tenemos su certificado de estudio, aunque iba muy bien”.
Como en toda plaza o parque, la población es flotante en Héroes. Algunos se quedan horas, otros apenas minutos y muy pocos permanecen todo el día. Entre ellos coinciden en que no hay un líder y que más bien se trata de un lugar de encuentro para buscar información, oportunidades, algún empleo. Desde barrios como Santa Fe y localidades como Ciudad Bolívar y Usme, vienen los llamados bolivarianos.
Yo no quiero tener a las dos niñas en TransMilenio, sé que no está bien. Pero no las puedo dejar en cualquier parte
“A veces trabajamos todo el día y apenas conseguimos para pagar la habitación en la que estoy viviendo con mi amiga; nos cuesta $ 18.000 pesos diarios. Hay días que nos vamos a dormir con apenas una comida en muchas horas”, relata Bárbara Hermoso (23 años), quien caminó desde Cúcuta hasta Bogotá porque el dinero que traía de su país se le convirtió en nada cuando cruzó la frontera.
“Caminar por los páramos de Berlín y El Picacho fue muy duro. Veníamos 23 personas, incluidos niños. Una familia que nos llevaba ventaja paró a descansar, pero en ese frío es un peligro quedarse quieto”, continúa la joven. “Cuando se fueron a levantar, la niña se había congelado. Se murió”.
Al mediodía retorna el movimiento que en la mediamañana baja, porque la mayoría estaban rebuscándose los pesos de la jornada.
Es la hora del almuerzo y la estación se vuelve un hervidero de gente. Las bancas son usadas como improvisados comedores. ‘Chamo’, ‘pinga’ y ‘verga’ son las palabras que más se oyen. Abundan las gorras, camisetas y morrales con la bandera amarillo, azul y rojo, pero con las estrellas que la distinguen de la colombiana.
Radamel Benítez descarga una caja de icopor, la destapa y empieza a entregar perros calientes, que arma a la carrera, con salsa y papitas. Uno a uno se le acercan sus hermanos de patria, que cuentan las monedas para poder pagarse el que será su almuerzo, y quizás último alimento del día.
El trabajo de Radamel (25 años) no es tranquilo. Mientras va untando de salsa el pan con salchicha, voltea la mirada para vigilar que no se acerquen policías, quienes tienen la obligación de desalojarlos de este espacio público. Su esposa, que también vigila –y en las noches organiza los productos de la venta ambulante–, no deja de mirar hacia el combo de agentes uniformados que caminan por la puerta más lejana.
“En Héroes es donde comemos y vendemos, aunque yo trabajo más al norte”, comenta Radamel. “Uno aquí es corre y corre, porque los policías nos advierten que no podemos estar. La verdad, tampoco nos tratan mal, pero sí nos advierten y nos hacen salir de la estación”, agrega, antes de ‘escapar’ hacia un articulado, pues los uniformados se aproximan.
Según la Administración, al Distrito han llegado 220.000 venezolanos. Unos 150 arriban cada día al terminal Salitre. Muchos, para quedarse; otros, para seguir su camino hacia Ecuador y Perú, donde esperan conseguir una vida digna, la que dicen les quitó “la tiranía” que gobierna a Venezuela.
FELIPE MOTOA FRANCO
Bogotá
En Twitter: @felipemotoa
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