El crimen de Angy Katherine Herrera, de 26 años, quien fue asesinada el 15 de enero de una puñalada por su pareja, el policía Fray Vicente Ardila, de 28 años, en el barrio Venecia de Bogotá, sumió en una doble tragedia al pueblo de Quetame en Cundinamarca: víctima y victimario nacieron en el mismo pueblo. Las familias Herrera y Ardila se conocen de toda la vida y se distinguen una a la otra como gente trabajadora y honrada, aunque sus hijos no se frecuentaran desde pequeños. De hecho, Angy y Fray comenzaron su relación hace tres años luego de conocerse en una fiesta de fin de año en el municipio de Cáqueza, en la que las dos familias coincidieron.
De ahí la doble tragedia. Todo Quetame se reunió en la iglesia del municipio para despedir a la joven que soñaba con estudiar comunicación social, sacar adelante a su hija de 2 años y ayudar económicamente a sus padres y hermanos.
En medio del sepelio y ante todo el pueblo, el padre del victimario pidió perdón por el crimen de su hijo. “Don Vicente Ardila estaba muy afectado. No dejaba de llorar. Se levantó y nos pidió excusas”, rememoró Marina Velásquez, madre de Katherine. (Lea también: Feminicidio dejó a una bebé sin mamá ni papá)
“Edilberto, mi esposo, se abrazó con él, luego conmigo y con mis otros hijos. Lo perdonamos por lo que hizo Fray porque sentimos que también le dolió la muerte de Angy. Me acuerdo que decía: yo no crié a Fray para que hiciera el mal, yo lo crié para que fuera un hombre de bien”.
Además de una nieta, la hija de Angy y Fray, hoy los Herrera y los Ardila comparten la misma tristeza: el hogar que conformaron sus hijos se desmoronó debido a la violencia intrafamiliar. “Es que no entendemos por qué Fray atacó así a mi hija. Si él decía que la amaba. Tenía sus episodios de celos, eso sí, pero nunca pensamos que fuese a responder de esa manera”, comenta Marina.
Las dos familias son oriundas de la vereda Llano Grande, del municipio de Quetame. Él hacía parte de la Policía cuando comenzaron a salir. Al cabo de un año, la pareja estaba esperando una hija.
“Nosotros conocemos a don Vicente y a su hijo desde hace tiempo. Somos de la misma zona, venimos del campo. Solo que mi hija conoció a su hijo en esa fiesta que le digo”, afirma Velásquez en la pequeña plaza de Quetame, un poblado de 6.000 habitantes anclado cerca del río Negro y que vive de la venta de arepas, la agricultura y los paraderos de camiones y flotas, ubicados sobre la inspección de Puente Quetame.
Fray les aseguró a los padres de Angy que se encargaría de ella y de la bebé. Debido a su trabajo, Ardila permanecía en Bogotá y visitaba cada tanto a su pareja. Pero desde el año pasado decidieron rentar una habitación en el barrio Venecia.
Los padres de Angy tenían planeado vivir en la ciudad para estar más cerca de ella y ayudarla en el cuidado de la niña. “Nuestro deseo era que la niña –Angy– y sus hermanitos estudiaran, porque en nuestro pueblo no hay muchas oportunidades. Nos queríamos ir a Bogotá para sacar a la familia adelante”, afirmó Edilberto Herrera, quien trabaja como conductor de vehículos de carga.
‘Era un buen muchacho’Los Herrera no tienen casa propia. Su actual hogar es una vivienda arrendada con dos cuartos, una cocina y una pequeña sala a la orilla del río Negro. Los actuales vecinos vieron a Angy en su época escolar y conocieron a Fray, a quien describen como un hombre correcto. José Joaquín Ortiz es el dueño de la funeraria del pueblo. Queda muy cerca de la casa de los Herrera. Ese fue el sitio de velación de la joven. Marina Velásquez organizó un altar en honor a su hija, con flores, velas, carteles y una foto del día en que se graduó de bachiller del Instituto Técnico Comercial Puente Quetame, en el 2012.
“Los compañeros y profesores de Angy llenaron la sala. También estuvo don Vicente y su esposa. Los vimos muy conmovidos”. Según Ortiz, Fray y su padre eran conocidos en la región por participar en las actividades de la comunidad. De hecho, el patrullero fue coordinador de deportes y miembro activo de la junta de acción comunal de la vereda Llano Grande. Por eso, a él, al igual que a la familia Herrera, le extraña que haya asesinado a Angy. “Mientras Fray estuvo en la familia fue buen muchacho, por eso las dos familias y el pueblo no salimos del impacto”, señala el padre de la joven.
Pero en vez de dividir a los Herrera y a los Ardila, la muerte de Angy los unió más, pues además de compartir la tristeza por lo sucedido con sus hijos, queda una niña a la que desean cuidar y brindarle lo que sus padres no pudieron. “Cuando don Vicente me abrazó en el sepelio y lloró, yo también sentí ese dolor. Yo sabía que a ese señor le dolía igual, porque a él lo golpeó mucho. Querían mucho a mi hija”, señaló Herrera.
Esta es la primera vez que sucede un caso así en Puente Quetame. El dueño del café internet en donde Angy hacia sus trabajos del colegio dice que su muerte tiene consternado al pueblo. “Por noticias se escucha que eso pasa en otros sitios, pero nunca aquí. Y menos con familias que uno conoce bien”. En la entrada de su casa, Alejandra Herrera revisa las fotos que su hermana guardaba en el celular. Ella también estuvo el día del asesinato. Recibió una cortada en su cabeza por parte de Fray al tratar de impedir los golpes y ataques que le estaba propinando el patrullero a su pareja.
Alejandra señala que nunca vio síntomas de violencia intrafamiliar durante el tiempo que estuvo compartiendo vivienda con Angy y Fray. Sin embargo, él la celaba bastante. “Cuando estaba enojado, se callaba y no le dirigía la palabra a mi hermana. Además, buscó ayuda para cambiar su actitud en dos ocasiones con los servicios de la Policía, pero no lo asesoraron bien”, cuenta.
Luego de haber lastimado gravemente a Angy, de acuerdo al relato de Alejandra, las personas que estaban cerca del supermercado intentaron linchar al patrullero. “Yo les grité que no le pegaran. Con mi mamá, que trató de reanimar a mi hermana, le pedimos a los policías que llegaron que lo protegieran”.
–¿Y por qué pediste protección para Fray?
“Porque él no es así. No estoy segura de por qué reaccionó de esa forma, pero sé que él no es violento”, responde la joven que se recupera de las heridas.
Los Herrera señalan que no le guardan rencor a los Ardila, pues realmente sienten que esta tragedia es de ambas familias. Velásquez pide que la justicia se aplique, pero perdonan a Fray porque “debemos seguir adelante con nuestras vidas. No llenarnos de odio”.
JOSÉ DARÍO PUENTES
Redacción sección Bogotá
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