Cuando Juanita cumplió tres años sus padres se separaron, pero siempre ha contado con su cariño y apoyo. Hoy tiene 17. Sin embargo, muy dentro de su ser, sus emociones comenzaron a agitarse en una especie de torbellino que iba creciendo día tras día dejando a su paso una estela de tristeza.
Siempre ha vivido al lado de su mamá, Mónica, una mujer amorosa que ha estado apoyándola. “Su padre es igual, la quiere, la aconseja, la visita todo el tiempo”. Él es economista, y ella, abogada.
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Juanita es una niña juiciosa y tranquila que nunca dio problemas a su familia. De hecho, sus amigos le decían que era ‘espichable’ porque siempre ha inspirado ternura. Sin embargo, en sus momentos de soledad, la tristeza comenzó a invadir sus días. “A veces no nos damos cuenta qué está pasando en el interior de nuestros hijos. Igual la acompañábamos, pero no entendíamos bien qué pasaba”, contó Mónica
Cuando la joven tenía 13, ese sentimiento ya había crecido lo suficiente dentro de su ser. Pronto comenzó a decirles a sus padres que ya no se sentía bien en el colegio en donde había estudiado hasta décimo grado. Sin detalles solía decir que había estudiantes que le hacían bullying, o por lo menos de eso se enteraron tiempo después sus padres. “Un día, por ejemplo, dijo que no se sentía bien en la ruta del colegio, que quería que la cambiáramos. Por motivos que hoy ya no importan, no lo hicimos nunca”. Mónica dice que si hubieran escuchado con más detenimiento su voz, quizás se hubieran ahorrado mucho camino. Para ese entonces, ella ya no se estaba sintiendo bien con su entorno.
Los padres de la joven llegaron a hablar de la situación en el colegio. “Ella no nos contaba todo, de pronto pensaba que para nosotros no iba a tener importancia, pero para quien vive el matoneo la angustia es muy grande”.
La manifestaciónAquella mañana, Juanita se levantó de su cama con un desespero inusual. Incluso sentía que su mano estaba dormida, tanto que su celular se fue al piso.
Su familia la llevó a la clínica y allí le realizaron toda suerte de exámenes, pero lo extraño es que todos salieron muy bien. Pronto los médicos comenzaron a notar que su problema era emocional y que era mejor que pidieran una cita externa para que la viera un psiquiatra.
Pero, al día siguiente, amaneció peor. Juanita ya tenía 16 años y se disponía a ir al colegio cuando esa asfixia, ese desespero, esa ansiedad, esa sensación de no poder más de aquel día la llevó al límite y pidió que la condujeran a la clínica. “Cuando la vieron de nuevo nos dijeron que ellos no tenían la infraestructura para atenderla y que lo mejor es que fuera trasladada a la clínica Monserrat”. Sí, la misma por la que tantas veces había pasado Mónica, como una ciudadana cualquiera, persignándose, rogando que nadie de su familia llegara a ese lugar. “Fue la primera vez que mi hija fue internada”.
Recuerda que trató de manejarlo todo con mucha calma, que le dijo a su hija que no fueran a dramatizar su estadía allí y que con amor y ayuda de Dios iban a salir adelante. Claro, una cosa era decirlo y otra muy diferente sentir esa incertidumbre de madre, esa que se queda en el pecho y que duele, que duele mucho.
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“Le dije que si yo no podía acompañarla, ella iba a quedar en buenas manos”.
Al lugar llegaron con varios miembros de la familia y amigos, siempre han sido unidos, más en momentos de crisis. “Mis padres no fueron, me dijeron que no podían soportar ese dolor”.
En manos de expertos, Juanita logró, por fin, soltar todas las ideas que comenzaron a rondar en su cabeza. “Nos dijeron que lo mejor era dejarla internada y aislada por unos días. Teníamos acceso a ella todas las tardes. El proceso para aceptar todo lo que pasaba no era nada fácil, pero hay que lograrlo, y sin rabias, con mucha fuerza y mucha fe”.
Ese día se destaparon las cartas, se abrió el telón. “Empecé a entender que mi hija tenía una enfermedad y que al igual que un cáncer, un sida u otra enfermedad teníamos que tratarla”.
Desde ese momento, Juanita ha tenido que estar internada seis veces más, igual que cuando se padece una enfermedad crónica. Unas veces han sido peores que otras, pero de todas han salido avantes como familia. Una vez la ideación de desaparecer de Juanita llegó en el colegio y, en otra ocasión, mientras Mónica tendía su cama. Esa vez escuchó de boca de los médicos que era el final, pero los deseos de superación de esta familia han vencido los pronósticos.
Detalles no son necesarios, ver a un hijo llamar a la muerte es suficiente. Ni siquiera alejarlos de objetos peligrosos es una garantía. Aunque hay que hacerlo, a veces la determinación de irse es tan fuerte que lo único que se puede hacer como padres es ir de la mano con ellos y buscar ayuda.
Mónica y Juanita tienen una ventaja y es una familia rodeada de amor, pero dicen que muchos otros viven el quiebre en situaciones dramáticas. “Hoy en día lo material es más importante, los jóvenes viven metidos en las redes sociales, no tienen una guía, tienen relaciones sin sentido hasta en grupos. Hoy puedo decir, sin pena, que Dios y la Virgen le devolvieron la vida a mi hija hace un año”
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Juanita ha venido aceptando su enfermedad con una entereza admirable, lo que no quiere decir que sea fácil. “La última vez, ella tuvo la capacidad de levantarse el lunes pasado y decirme: mamá, nos vamos ya para la clínica, no quiero fallarles, pero, sobre todo, no quiero fallarme. Necesito ayuda”. Así, con la ayuda de los profesionales de la clínica, lidia con esa otra pandemia llamada depresión, que no es más que la semilla de otros tantos trastornos mentales.
Mónica y Juanita saben que como en cualquier otro padecimiento se puede perder o ganar la batalla, pero de lo que sí están seguras es que no está bien esconder lo que han vivido. “Todos, como sociedad tenemos que comenzar a hablar del suicidio y de los trastornos mentales, sin tapujos, sin hipocresías. Es como podemos ayudar a otras personas”.
"Mi hija requiere cuidado de día y de noche, por eso no puedo tener un trabajo de oficina porque en cualquier momento yo tendría que decirle que me tengo que ir. Primero está y estará mi hija siempre”
También hay que desmitificar que ir a un psicólogo o a un psiquiatra es porque se está loco de remate. “No conozco a una sola familia que no tenga a uno de sus miembros con un trastorno o que haya tenido una ideación suicida. Es un mal como cualquier otro, lo que no quiere decir que no sea grave”. El acompañamiento sin juzgar es muy importante porque a las personas con estos trastornos las ideas los atacan en cualquier momento.
El compromiso y el esfuerzo son también para la familia en estos casos. “Mi hija requiere cuidado de día y de noche, por eso no puedo tener un trabajo de oficina porque en cualquier momento yo tendría que decirle que me tengo que ir. Primero está y estará mi hija siempre”.
En todo este proceso, Mónica y su hija saben que cada caso es un mundo diferente. “Tenemos que aprender a escuchar un minuto y a creer lo que nos dicen nuestros hijos. Hace poco conocimos el caso de una niña que está siendo molestada de forma íntima por su primo. Su familia nunca le ha creído. Otro niño hacía parte de una secta satánica y todo eso terminó por afectarlo”.
Otro consejo de esta madre es buscar siempre la ayuda de expertos. “Uno al fin y al cabo es padre o madre, y uno ve a sus hijos de forma diferente. No somos ni psiquiatras, ni terapistas ni psicólogos”
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‘Es hora de que el país hable de frente sobre la salud mental’Según información de Salud Data de la Secretaría de Salud de Bogotá, durante el primer semestre de este año se han registrado más de 359 intentos de suicidio en menores de 18 años de Bogotá; eso quiere decir que ya se superó la mitad de los casos registrados en todo el 2020, es decir, 634.
98 niños y 261 niñas han padecido esta situación. Sorprende que en la franja de menores de los 6 a los 13 años se han presentado 94 casos y de los 14 a los 17 años, 265.
La lectura que hacen sobre estas cifras expertos como el doctor Omar Cuellar Alvarado, médico psiquiatra, epidemiólogo clínico, magíster en Derecho Médico y director general de la clínica Monserrat, es preocupante. “El suicidio es un tema alarmante y creciente. Si uno compara las cifras de 2019 con las del 2020, cuando hubo restricciones comerciales, de consumo de drogas y alcohol, la tendencia creciente se mantuvo a la raya pero este año la situación es dramática”.
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Para el médico ya hay un problema de salud pública. “Ya superamos las muertes por suicidio en 2020 y estamos viendo unos crecimientos tanto en intentos de suicidio como de casos consumados”. Según Cuellar, hoy hay un promedio de 7 suicidios diarios consumados en Colombia y en el mundo ocurren entre 700.000 y 800.000. “Eso quiere decir que más o menos cada 40 segundos una persona se suicida en el mundo. Estos son más muertos que los que dejan los homicidios o las guerras”.
El experto considera que ya es hora de que el país hable de frente de los problemas de salud mental y de trastornos mentales como la depresión y la ideación suicida. “Hay que superar los estigmas que existen frente a la psiquiatría. Los gobiernos han hecho varios esfuerzos desde hace diez años por visibilizar este tema, pero hace falta más. De lo contrario, no vamos a poder encontrar soluciones de raíz”.
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Finalmente, el experto concluye que Colombia es un país lleno de complejidades que se incrementaron en pandemia. “Y lo peor es que solo tenemos 1.200 psiquiatras en el país y una deuda inmensa desde las EPS hacia los prestadores de salud mental. Faltan especialistas y necesitamos un sistema de salud saneado”.
CAROL MALAVER- @CarolMalaver
SUBEDITORA BOGOTÁ
Escríbanos a: carmal@eltiempo.com
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