Al entrar a ArtBo, en Corferias, es imposible no fijarse en que del techo cuelga una obra de gran formato, conformada por cientos de barras de metal, que en su totalidad le dan vida a una media esfera roja, cuyo autor es el artista venezolano Jesús Rafael Soto.
Aunque resulta imponente, lo primero que hace la gente es situarse debajo de ella para luego analizarla. Una guía de la feria le explica a un grupo de estudiantes de colegio, bastante interesados en la instalación, que se trata de arte cinético, el cual tuvo su origen en los años 50, en Francia. La idea, dice ella, es moverse por diferentes espacios, pues la obra cambia según el ángulo desde el cual se mire.
Esta no es la única obra con la que los estudiantes interactúan. Al caminar un poco más, se encuentran con una serie de tubos luminosos, suspendidos del techo a diferentes alturas. La obra, de Henk Stallinga, le genera confianza a quien se acerca a ella.
Ya sea un adolescente o un adulto, la reacción parece ser la misma: caminar hacia ella y tocarla, sin la timidez habitual que parecen generar las obras de arte. Otros se agachan para tener una perspectiva diferente, e incluso, algunos se acuestan en el piso, con el objetivo de obtener una buena foto.
Harrison Díaz es uno de ellos. Es estudiante y tiene 17 años. Pese a que está allí por una visita de colegio, le encanta el arte. “Esta instalación me transmite mucho sentimiento y vida. El arte me ha ayudado bastante para ver el mundo de otra manera. Lamentablemente, la gente de mi edad se pierde de cosas como estas”, dice.
La feria les permite a amantes y no tan conocedores del arte poder acercarse a la propuesta de cientos de artistas nacionales e internacionales.
Pero, ArtBo también plantea otras secciones que les dan la posibilidad a los visitantes de poder interactuar con la esencia del arte. Es el caso de la sección Articularte, en el que se desarrolla el Banco Artístico de Conocimiento. Al entrar se pueden ver escritas en la pared varias reglas como ‘cuide su arte, pero hable con extraños’ y ‘absténgase de usar el celular’.
Estas normas forman parte de la dinámica de este espacio, en el que se hacen evidentes las diferentes formas como el capital opera en el arte y sus diferentes maneras de difusión.
“¿Qué quieres hacer con tu obra, exhibirla?”, le pregunta una señora a un joven que acaba de dibujar su propia obra de arte. Articularte le permite realizar acciones como exponerla y subastarla.
A escasos metros, un grupo de visitantes camina de manera relajada por los pasillos de la feria, hasta que advierte que el suelo ya no es firme, sino suave.
Al mirar, podría parecer un simple tapete, de color lila y letras verdes, que les da la bienvenida a la sección Artecámara. En él, se puede leer en mayúsculas un texto que dice Henry Alexánder Palacio Clavijo: se trata de una obra del mismo artista.
Mientras tanto, en esta misma sección, la estadounidense Christina Li no sabe hacia dónde dirigir su atención. “Es la primera vez que estoy en una feria de arte y el nivel es bueno. Hay bastantes propuestas”, dice.
Al llegar a una esquina, una obra de Catalina Monedero hace que varias personas saquen sus celulares para tomase fotos y selfis. La pieza se compone de varios vasos plásticos de colores, hechos con cemento y ubicados en forma de pirámide.
Frente a ella hay una luz que refleja en la pared de fondo una especie de edificio. “Me gusta porque es una cosa, pero en el fondo parece algo totalmente diferente”, cuenta Diana Rincón, asistente a la feria.
Por otro lado, también llama la atención de la gente obras que se encuentran en galerías de corta trayectoria, en la nueva categoría 21m2.
Por ejemplo, en Lokkus Arte Contemporáneo se expone Superputa, del salvadoreño Walterio Iraheta, mural en el que se puede leer esa palabra, pero con la tipografía de Supermán.
LAURA GUZMÁN DÍAZ@The_uptowngirl
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