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Bogotá

El presidente Urdaneta, Calibán y los incendios del 6 de septiembre

Imagen de las ruinas de EL TIEMPO, al día siguiente del ataque a los diarios liberales, a la sede de ese partido y a la casa de Lleras Restrepo.

Imagen de las ruinas de EL TIEMPO, al día siguiente del ataque a los diarios liberales, a la sede de ese partido y a la casa de Lleras Restrepo.

Foto:Archivo EL TIEMPO

Reconstrucción de los incendios de EL TIEMPO, El Espectador, Dirección Liberal y la casa de Lleras.

Releí un libro de episodios históricos ocurridos a inicios de la segunda mitad del siglo veinte, publicado por Carlos Lleras de la Fuente en el 2003. El libro excita la curiosidad desde el título, Sin engañosa cortesía. Absorto por el contexto intenso y aterrador de los hechos no puse atención a alusiones del cronista, relativas a los autores y los cómplices de los incendios del 6 de septiembre de 1952 en Bogotá.
Vivíamos, al comenzar la década de los 50, una guerra civil que se desató, no más confirmada la victoria del conservador Mariano Ospina Pérez sobre los liberales, Gabriel Turbay –oficialista– y Jorge Eliécer Gaitán –disidente–. Sin mayoría en el Congreso, dominado por el liberalismo, Ospina, consciente de que su condición minoritaria lo dejaría maniatado, acogió la sugerencia de uno de sus asesores más cercanos, Roberto Urdaneta Arbeláez, de proponer al liberalismo un gobierno de Unidad Nacional, como el que hizo en 1930 Enrique Olaya Herrera con el gobierno de Concentración Nacional, con el conservatismo, entonces mayoritario.
La Unión Nacional se hizo contra el viento huracanado del conservatismo laureanista y la marea embravecida de las masas liberales gaitanistas.
Los conservadores demócratas, entre ellos Urdaneta, de consuno con las mayorías liberales del Congreso y la Dirección Liberal Nacional, avalaron la Unión Nacional que Ospina llevó a la práctica en su primer gabinete y en las gobernaciones.
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La violencia de la extrema derecha, o ‘guerra Santa’, buscó, ante la proximidad de los comicios parlamentarios de 1947, extinguir la votación liberal y quitarle la mayoría “al basilisco comunista disfrazado de liberalismo”, según Laureano Gómez.
Sobre la figura de Urdaneta Arbeláez se tratará in extenso en el libro que se trabaja para conmemorar los cincuenta años de su muerte, el 20 de agosto de 1972. Por ahora, me propongo nomás aclarar afirmaciones de Lleras de la Fuente. Dice: 1. “Desde el presidente de la república para abajo, todos los servidores públicos y buena parte de los jefes conservadores fueron autores, cómplices y alcahuetes de los delitos que se perpetraron el 6 de septiembre, y ello no excluye a las fuerzas armadas, ni mucho menos a la Policía Nacional”.
2. “Sorpresivamente y cuando íbamos a voltear hacia Techo, la caravana cambió de rumbo, lo cual, confieso, nos sobresaltó, pues los bandidos que habían organizado y perpetrado los asaltos, del presidente de la república para abajo, eran capaces de cualquier cosa”.
3. “Pues bien. Abelardo (Forero Benavides) fue a palacio y regresó para informar que Urdaneta le había dicho que no podía garantizar la seguridad ni la vida de los jefes liberales. Ante tamaño despropósito, tomaron estos sus vehículos y se dirigieron a la embajada (de Venezuela), a la cual se dio aviso para que la reja de entrada estuviese abierta, pues se temía que el Gobierno tratara de impedir el asilo, como en efecto ocurrió, pero ya tarde”.
Examinemos la afirmación del doctor Lleras de la Fuente y los antecedentes inmediatos a los incendios.
El primero, la muerte de cinco agentes de la policía en Rovira, Tolima, por acción de la guerrilla liberal, el 2 de septiembre de 1952; el segundo, la carta del expresidente López Pumarejo, dirigida, a fines de agosto, al expresidente Ospina y divulgada el 3 de septiembre.
De izquierda a derecha, Roberto Urdaneta Arbeláez, el general Gustavo Rojas Pinilla y Mariano Ospina Pérez.

De izquierda a derecha, Roberto Urdaneta Arbeláez, el general Gustavo Rojas Pinilla y Mariano Ospina Pérez.

Foto:Archivo EL TIEMPO

El asunto por dilucidar es este: ¿el presidente enfermo, Laureano Gómez, estaba informado de la conjura y le impartió su aprobación, tácita o explícita? ¿O, por su estado de salud, no se puso a Laureano al tanto de los planes del binomio Gómez Hurtado-Leyva, que por entonces movía los hilos del poder? ¿Urdaneta estaba enterado de los proyectos del binomio y fue cómplice? ¿O el ataque fue planeado de modo que cuando Urdaneta se enteró de los incendios, las llamas habían consumido sus objetivos?
Hay cuatro respuestas posibles. a) Uno de los dos presidentes participó o aprobó los planes del binomio. b) Ambos dieron su visto bueno. c) Ninguno de los dos presidentes tuvo el menor conocimiento previo. d) Nunca existieron tales planes.
Por la emisora liberal La Voz de Bogotá, López Pumarejo divulgó su carta a Ospina Pérez a las siete de la noche del 3 de septiembre. En ella retomó una propuesta suya sobre la creación de un Frente Nacional para recuperar la paz.
Hasta el 6 no se conoció respuesta de Ospina. ¿Qué rol jugó la carta en el episodio de los incendios? Tras poco más de año y medio de ausencia en el exterior, Ospina regresó a Colombia con ganas de repetir presidencia. Hizo alianza con el conservador manizalita, senador Gilberto Alzate Avendaño, jefe y candidato presidencial del movimiento Acción Popular Nacional.
Ospina y Alzate estaban decididos a sacar del poder a Laureano y al binomio Álvaro Gómez-Jorge Leyva, y a gobernar el país, por lo menos, en dos períodos (1954-1962); por su parte, Laureano, resuelto a perpetuar en el poder “la pura doctrina”, tenía como candidatos a sucederlo, en el 54, a Jorge Leyva y, en el 58, a Álvaro.
De cuajar la alianza propuesta por López a Ospina hubiera representado un escollo insuperable para las aspiraciones del binomio, de lo que cabría sospechar que podrían tener interés en un incidente tan grave como para frenar las posibilidades de un Frente Nacional.
En tal caso, la muerte de los policías sería el pretexto para avivar la indignación del pueblo conservador y suscitar un ataque, en el que, de paso, se minimizara la importancia de la carta de López.
Lleras de la Fuente no señala responsabilidad, ni mucha ni poca, de Gómez y Leyva en los incendios. La descarga íntegra “del presidente de la república para abajo”, sin explicar los motivos que pudiera tener Urdaneta para, en consorcio “con todos los servidores públicos”, planear y ordenar un acto tan ajeno a la trayectoria política y a la personalidad de Urdaneta, que no pretendía su postulación para el período siguiente, ni apadrinaba candidatura alguna.
Su preocupación se concentró en gobernar un país ruralmente convulsionado por la violencia, adelantar obras nacionales de infraestructura e iniciar grandes soluciones de vivienda urbana.
Tampoco hay indicios de participación del binomio Gómez-Leyva en los hechos incendiarios. Si intentaban sabotear posibles alianzas entre liberales y ospino-alzatistas, las llamas no hubieran servido de mucho. Tras los incendios, las conversaciones y los acuerdos habrían podido seguir aquí o en el exterior. En realidad, ¿quiénes le sacaban el cuerpo a la propuesta de López Ospina y Alzate, que cocinaban su propia receta para desembarazarse de la hegemonía laureanista?
No se deduzca de lo anterior que Ospina o Alzate tuvieran parte en los incendios, que Alzate condenó en su diario El Eco Nacional. No quedaría sino aceptar como explicación el estallido de indignación de las masas conservadoras, pero esa explicación cojea de ambas patas.
A una, debemos preguntarle por qué los manifestantes, no más de cincuenta, pudieron saquear e incendiar a placer, con precisión militar, entre las cinco de la tarde y las ocho de la noche, las oficinas de la Dirección Liberal, las sedes de los periódicos liberales y las casas de los jefes liberales, sin que ninguna autoridad de policía actuara.
En la otra pata están la desfachatez del director de la Policía ante el presidente y la respuesta del comandante de la brigada sobre la no intervención del ejército en el control de los motines, según lo cuenta el historiador Arturo Abella en su relato ‘Así fue el 6 de septiembre’. Narra que, al concluir el sepelio de los agentes, el presidente abordó su Oldsmobile particular y viajó, como acostumbraba los sábados, a su casa de campo en Funza.

Responsabilizar de
los incendios del
6 de septiembre
de 1952 al presidente Roberto Urdaneta
es una falsedad
histórica grave.

Abella desvirtúa la afirmación de Lleras de la Fuente de que Urdaneta les mandó razón, a López y a Lleras Restrepo, con Abelardo Forero Benavides, de que “el Gobierno no podía garantizarles la seguridad ni las vidas”. Lleras y López se asilaron en la Embajada de Venezuela sin obstáculo, y la razón trasmitida por Abelardo fue: el Gobierno está en plena disposición de garantizarles la seguridad de sus vidas, y les asevera que no tienen motivo para asilarse, pero de ser necesario, les expedirá pasaportes diplomáticos.
Lleras de la Fuente omite ese detalle, que acaso ignora. Mi generación creció con la idea, extendida por años, de que Urdaneta patrocinó los incendios, en llave con Laureano Gómez, Álvaro Gómez, Jorge Leyva y otros.
A mediados de los 60, Urdaneta visitó, en varias ocasiones, a su viejo amigo, el famoso columnista de EL TIEMPO, Enrique Santos Montejo ‘Calibán’. En una de ellas, a principios de 1968, le llevó copia de una carta que le había enviado al ministro de Defensa, general Gerardo Ayerbe Chaux, en la que le solicitó informe de los resultados de la investigación pedida por Urdaneta al procurador general sobre los responsables del ataque, y una copia de la respuesta de Ayerbe.
Dice el ministro que la investigación pasó de dependencia en dependencia hasta llegar a las oficinas del ejército, sin ningún resultado. La archivaron. Le pregunté a Calibán por qué recibía a Urdaneta con tanta cordialidad si él había quemado EL TIEMPO. Me respondió: “No sea pendejo, mijito. Urdaneta no tuvo nada que ver con eso. Si él no hubiera sido el presidente, yo no habría podido escribir la ‘Danza (de las horas)’ en las ruinas de EL TIEMPO al día siguiente. Ni nunca más”.
Hacer responsable de los hechos del 6 de septiembre de 1952 al presidente Urdaneta es una falsedad histórica grave, y una grande injusticia con un colombiano ejemplar, que fue útil a su país, que no profesó fanatismos ni sectarismos.
ENRIQUE SANTOS MOLANO
PARA EL TIEMPO
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