Cerca del paradero de buses de Fontibón, en el barrio Atahualpa, los conductores aseguran que hay una tabla de madera con la ruta 365 Fontibón-Granahorrar, toda una reliquia. Y sí, está en un rincón del local de Heyner Navarro, más conocido como "el costeño".
Él sabe elaborar estos tableros, cada vez más escasos en el transporte público de Bogotá, en todas las técnicas. En madera, un arte que empezó a desaparecer hace 20 años; en acrílico con letras cortadas en cinta y, la más reciente, en impresión.
“Para hacer un tablero, me subía al bus con el conductor a hacer el recorrido. Buscaba los puntos claves para que la gente se ubicara. Luego volvía al taller y empezaba a diseñar”, cuenta Heyner, y vuelve a hundir la cabeza en un viejo portátil Dell en el que guarda los diseños que ha hecho durante más de 27 años para empresas transportadoras como Transfontibón, Cootranskennedy, Panamericanos, entre otras.
Cada elemento de esas tablas tiene su ciencia. Los colores, por ejemplo, corresponden a las empresas o los destinos del recorrido. En el caso de los buses que van hasta la iglesia del 20 de Julio, el fondo es color crema. La tipografía y su tinte se ajustan al fondo y a la ruta.
“La gente reconocía su bus por el color, por los lugares destacados, por el logo de algún centro comercial”, recuerda emocionado. Un bus zonal del SITP pasa por la calle y Heyner agrega: “Pero el nuevo sistema no tuvo en cuenta nada de esto para hacer sus tableros. Por eso, a la gente le costó tanto aprender a entenderlos”.
En las calles se ven cada vez menos tableros tradicionales. Los elaborados en madera son toda una rareza y los pocos que quedan son hechos en acrílico.
Aunque los tableros tienen sus reglas de diseño, también son personalizados y rebeldes. Los conductores suelen pedir que sean únicas, para reconocerlas.
“Antes hacía entre 20 y 50 tablas diarias. Ahora reparo las que me traen. Y, de vez en cuando, hago unas pequeñas que compran los mismos conductores del SITP para poner junto a las que nadie entiende”, dice y empieza a cantar un vallenato. Heyner es de Pelaya, Cesar y, cuando no está diseñando tableros o avisos, da clases de canto y acordeón.
El mundo de los buses tradicionales era toda una rumba.
La gente reconocía su bus por el color, por los lugares destacados, por el logo de algún centro comercial
La vida de Heyner Navarro está marcada por los buses. A sus 18 años, en medio de un despecho, salió de su pueblo en un bus para buscar un amor en Cali. Terminó frenado en Bogotá porque se quedó sin dinero.
Mientras se rebuscaba la vida cantando con su voz vallenata en los buses, vio un local sin avisos. Se bajó y empezó a trabajar en decoración de locales. Antes, había estudiado diseño en la Academia de Artes de Barranquilla.
Algunos años más tarde, también en un bus, con sus tarros de pintura y sus manos manchadas, escuchó el llamado de un conductor. “Costeño, arrégleme esta tabla de ruta”, le dijo. Y luego vino otro chofer y otro más.
Hoy, tiene 47 años y vive del transporte público. "Conservo la memoria de la técnica para hacer los tableros. Ahora, quedamos pocos. Muchos de los buenos diseñadores ya han fallecido", dice con nostalgia.
No solo añora los buses y tableros de colores, también le hace falta la amistad y las risas en los paraderos. "Éramos una familia que vivía muy unida. Todo eso se va perdiendo: el contacto humano, el arte, el sentimiento", dice. Pero la música y los tableros no se van. En su pared, cuelga algunos de sus trabajos y una colección de vinilos.
Canta otro vallenato y empieza a trabajar. EL TIEMPO le encargó un tablero en acrílico*.
Conservo la memoria de la técnica para hacer los tableros. Ahora, quedamos pocos. Muchos de los buenos diseñadores ya han fallecido
Los ruteros clásicos de madera son hechos en láminas de tríplex de 45 × 45 centímetros. Cuando queda algún exceso de madera, se hacen tablas auxiliares de 20 × 20, con algún lugar adicional del recorrido.
Después de darle forma a la media luna que aloja el número de ruta, se lija y se masilla para quitar imperfecciones.
Luego se pinta la tabla por uno o ambos lados con el color de fondo que exija la ruta y la empresa. Y con moldes de cartulina se colorean con aerógrafo, o incluso a mano con pincel, las letras e íconos de la ruta.
Finalmente, se le da una capa de protección para que se conserve.
Todo este proceso tomaba entre tres y cinco días. Pero valía la pena: se pedían por montones. Hoy, aunque Heyner no ha olvidado la técnica, no hace una como estas. Nadie las pide ya.
“Me las arreglo con los tableros de acrílico y también con tableros personalizados para regalos y recuerdos”, explica, y relata cómo ha diseñado tableros para extranjeros, familias y curiosos que quieren llevarse este ícono capitalino de la calle a la sala de la casa. También ha compartido los diseños con empresarios.
“Estas tablas marcan unos recorridos a los cuales nosotros vinculamos recuerdos y sentimientos. Por eso, la gente se identifica con los productos que creamos a partir de ellas”, dice Ángel Moreno, creador de Btá Capital, una marca que vende souvenirs con íconos capitalinos hace más de 10 años. Las tablas de buses en forma de llaveros, imanes, portavasos e imitaciones hechas bajo la técnica original son bien vendidas.
Cuando Moreno recibe un pedido, se traslada hasta los paraderos, pregunta por las tablas e investiga para reconstruir un elemento lo más parecido posible al original.
“Recreamos rutas tradicionales y también personalizamos. Hay una en homenaje a Bogotá, la 1538, el año en que se fundó la ciudad”, comenta. Una de sus creaciones incluso está en la ventanilla de un avión de Avianca. Un piloto quería tener la suya.
"Yo tengo mi propia tabla: la 669, que convertí por broma en la 666, la ruta infernal que tuve que tomar por muchos años", apunta Moreno riendo. Mira sus tableros hechos llaveros e imanes y asegura que este uno de los íconos inconfundibles de Bogotá.
Recreamos rutas tradicionales y también personalizamos. Hay una en homenaje a Bogotá, la 1538, el año en que se fundó la ciudad

Por la entrada del Sitp, los tableros tradicionales han comenzado a desaparecer. Algunos son olvidados en bodegas y basureros.
Ana Puentes
Entre los clientes más frecuentes hay ciudadanos nostálgicos y extranjeros que quieren llevarse un recuerdo de Bogotá.
En los primeros años, Moreno armó su propia colección de tableros originales. Y, sin pensarlo bien, vendió algunos a curiosos que se los pedían. Hoy, conserva unos pocos como todo un tesoro.
Al parecer, las tablas se esfuman de las calles para aparecer en paredes, portavasos, llaveros y baúles de tesoros. Hay viajes y rutas que merecen no olvidarse.
ANA PUENTES
Escuela de Periodismo Multimedia de El Tiempo
En Twitter: @soypuentes
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