Carmen Ibánez no tiene pelos en la lengua para aceptar que hace años estuvo en la cárcel. Nayibe Peña, la mona, asegura que nunca dejaron de decirle ñera cuando se fue del barrio Egipto, y María Antonia Zabala ha sido testigo del conflicto de pandillas y de fronteras invisibles que se vivió por décadas en el centro de Bogotá.
Las tres son hoy conocidas como las Cleopatras, un grupo de mujeres que se reúnen para tejer o bordar, para cocinar, y para emprender proyectos con el fin de demostrar que pese a las duras condiciones económicas en las que han vivido, “lo único que se necesita para salir adelante es motivación”, señaló María Antonia, de 61 años y la mayor de ellas.
El empujoncito de la iniciativa se los dio la Universidad Externado de Colombia, que desde 1998 venía trabajando en el barrio. “Por temporadas llegaban fundaciones a prometer ayudas, a decir que iban a comenzar una cosa o la otra, pero siempre se iban y todo quedaba en veremos”, recuerda María Antonia.
Pero, con el Externado, la idea fue otra. “Desde el año pasado comenzaron a darnos talleres de tejido, de cocina y otras capacitaciones para que nosotras tuviéramos herramientas para trabajar y no vararnos”, explicó Carmen, de 33 años, una de las líderes del barrio, que por décadas mantuvo su estigma de ser uno de los lugares más peligrosos de la ciudad.
Asegura que se cansaron de ser olvidadas por todos, pues ellas habitan en un callejón junto al barrio Egipto, pero que ha sido satanizado por sus conflictos sociales.
“Siempre nos ven como lo peor del centro; decían que de aquí salían los atracadores, los viciosos, y eso es algo que se ve en todas partes”, explicó Carmen, y agregó que por años, muchas personas se aprovecharon de sus necesidades.
“Yo recuerdo que para diciembre, sobre todo, había personas que pedían ayudas para el barrio, regalos para los niños, y eso nunca nos llegaba”, recordó.
Las tres integrantes de las Cleopatras reconocen que no solo sufrieron la discriminación por parte de quienes juzgaban su barrio, sino también de los hombres de su comunidad. “Las mujeres siempre habíamos sido como el escudo de ellos. Si venía un policía a hacer una requisa o algo, nos mandaban a frentear y ellos se iban”, recordó Carmen.
Con el paso del tiempo, el conflicto con los hombres continuó. “Cuando se realizaba un proyecto, no nos incluían a nosotras, y si nos incluían luego nos sacaban, y nos cansamos de eso”, recordó la líder.
Por eso, junto con María Antonia armaron su propio grupo y acogieron a Nayibe, una joven de 28 años que se crió en el barrio, pero que hace una década lo dejó, pues se casó.
“Yo salí del barrio, pero estando fuera era muy duro, me trataban de ñera; la familia de mi exesposo desconfiaba de mí y creían que yo vendía drogas, o que iba a influenciar a los demás en el vicio, cuando yo ni un cigarillo me fumo”, expresó Nayibe, que hoy tiene dos hijos y se divorció de su marido.
El estigma que cargó por ser de Egipto se lo quitó cuando decidió volver a su hogar. “Me divorcié y regresé al lugar que me vio crecer. Aquí funcionamos como una familia, nos apoyamos en todo. Si alguna no tiene para comer, la otra le comparte de su almuerzo. No nos dejamos morir”, explicó.
Para tener una ayuda económica, las tres se embarcaron en los proyectos que la Universidad Externado impulsa, y ahora, además de los trabajos que les salen, hoy venden buzos tejidos a mano, manteles bordados y maletines hechos con bolsa plástica.
Además, junto con las estudiantes de trabajo social de la Universidad Externado, preparan un recetario que reúne las fórmulas de la cocina tradicional, en la que llevan trabajando meses.
Estas mujeres, que estaban acostumbradas a guardarse sus sentimientos para no demostrar debilidad, exorcizaron sus dolores gracias a una exposición que hoy se lanza en la biblioteca de la Universidad Externado de Colombia.
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María Eugenia Trujillo es la artista pereirana que las contactó y trabajó con las Cleopatras durante meses, a fin de explorar el rol de la mujer en el callejón San Bruno, donde ellas habitan. Trujillo se ha reconocido por sus trabajos que reflexionan sobre el papel femenino en la sociedad.
Cada una de las integrantes tejió o bordó una pieza, que representa ese dolor guardado por las emprendedoras. Carmen, por ejemplo, hizo unas piezas dedicadas a su hijo mayor, fallecido hace ocho años.
Además, con esta universidad se graduaron a finales de agosto de un diplomado en gastronomía y buenas prácticas de manufactura, junto con otras 13 personas. Para el siguiente ciclo serán las primeras en inscribirse.
Cada semana, las Cleopatras se reúnen en una de las casas de sus integrantes, y junto con trabajadoras sociales realizan tertulias que les sirven como espacios para salir de la rutina y para pensar cuál es el próximo proyecto al que se le quieren medir.
MICHAEL CRUZ ROA
Periodista de EL TIEMPO
En Twitter: @Michael_CruzRoa
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