No es común ver a un payaso cerca de un cementerio, de hecho, la alegría de estos personajes contrasta con el ambiente frío y lúgubre que se respira en el camposanto. Pero si hay algo que enseña esta ciudad es que toda regla tiene su excepción.
(Le puede interesar: El ‘encanto’ del tradicional y centenario barrio Siete de Agosto)
A simple vista, Jorge Luis Mina, o Melodía como es conocido en las calles de Los Mártires, parece un payaso como cualquier otro: lleva un pantalón negro de tirantes y un blazer blanco con parches de colores, una camisa con un extraño estampado, enormes zapatos y todo su rostro pintado.
No obstante, un sombrero de mariachi da el primer indicio sobre esa singularidad que lo convierte en el protagonista de este raro y particular espectáculo. Este hombre, de 65 años y metro con sesenta centímetros de estatura, suele caminar por los pasillos del cementerio Central con un micrófono en la mano y un parlante en la otra, entonando canciones de Vicente Fernández, Marco Antonio Solís, Alci Acosta o Leonardo Favio o cualquier otro romántico de antaño.

El payaso Melodía recorre los pasillos del cementerio Central de Bogotá desde hace 10 años.
Camilo Castillo
Si bien su amor por la música es anterior a su primera experiencia como payaso en la década del 70, su labor con los muertos empezó hace 10 años con una tragedia. “Tiempo atrás asesinaron a un joven en el barrio. La mamá, que era amiga mía, me dijo que lo iban a enterrar y que si le podía cantar una canción. Aunque no sabía hacerlo bien y no tenía en mi cabeza canciones que hablaran de la muerte, acepté”, dice.
Cuenta que en aquella época aún no era consciente del potencial de su voz, y por el miedo a quedar mal, simplemente hizo la fonomímica. “El problema era que yo solo me sabía tres canciones, un bolero de Tito Cortés y otras más, pero eso no importó porque después de ese primer show todo el mundo me empezó a llamar. (...) Ahí me di cuenta que me debía preparar”, agrega.
Lo que vino después fue un frenesí de presentaciones que lo obligaron a diversificar su repertorio. Familiares de los difuntos lo llamaban para que cantara tangos, baladas y rancheras, y a cambio, él recibía unos pesos.
(Para seguir leyendo: El abuelo que aprendió a patinar a los 72 años)
“En ese momento pensé: ‘ahí está el trabajo’. Como los mariachis les cobran tanto, las personas prefieren llamarme cuando van a enterrar a sus familiares o cuando quieren dedicarles canciones después de uno o dos meses de fallecidos. (...) La gente termina encantada después de mis presentaciones. Les gusta el sentimiento en la interpretación”.
Para Melodía el pago es lo de menos. En ocasiones recibe 20.000, en otras, hasta 50.000 pesos. “Depende mucho del estado de ánimo de la persona, pero yo lo hago encantado porque cada moneda tiene un propósito más grande: servir a la comunidad a través de mi fundación”, dice refiriéndose a El Circo de los Niños, una organización que fomenta el arte y la cultura en los más pequeños del barrio.
“Mi padre bebía mucho y peleaba mucho con mi mamá, entonces me fui de la casa a los 8 años y encontré refugio en un circo. Allí aprendí a ser payaso y fue esta profesión la que salvó mi vida, y la que me ha permitido salvar a muchas personas del sector”, explica el por qué creó dicha organización.
Jorge Luis Mina es, sobre todo, alguien que ama a su barrio y a su localidad. Eso se nota en la forma en que se refiere a ese espacio incrustado entre la calle 26 y la calle 1.ª, en pleno corazón de la capital.
También en cada pequeña acción que emprende por mejorar su entorno y el de los vecinos. Desde pintar los muros del parque Boston en la calle 24 con 24 o dar presentaciones gratuitas para los niños del sector, hasta crear un pesebre para los residentes de la plaza España, todas son ideas para “no observar simplemente las necesidades, sino pensar en cómo resolverlas”.
Por este motivo, entablar una conversación con el señor Mina no es tarea sencilla, menos si lleva consigo el disfraz de Melodía. Es el payaso más famoso del barrio y uno de los vecinos ilustres gracias a su labor social. En cada esquina tiene un amigo o un conocido que extiende su mano para saludarlo.
“Usted siempre lo va a ver de un lado para el otro, corriendo, hablando con las personas. Es muy enérgico y dan ganas de seguir sus ideas, por más locas que sean”, dice el señor Antony, vecino y residente de la calle del Café.

El payaso Melodía recorre los pasillos del cementerio Central de Bogotá desde hace 10 años.
Camilo Castillo
(Además: Joaco, el último rey payaso del barrio San Victorino)
Sus proyectos“Ha sido un éxito en lo personal, pero un fracaso en lo financiero”, dice sobre su trabajo en el barrio. Aunque esa frase no resulta alentadora, para Melodía no es suficiente para desfallecer. En varias ocasiones, dice, sus ideas han sido “descartadas y arrojadas a la basura”, pero, si hay una palabra que define a este payaso, es la persistencia.
En 2019 tuvo la idea de construir un pesebre con material reutilizado en la plaza España, y, pese a las negativas de los vecinos, logró convencer a los habitantes de la calle para que lo apoyaran y cuidaran el espacio.
Ahora, además de tener claro que el cementerio es su segunda casa, trabaja en un proyecto -que ya cuenta con el respaldo de la alcaldía local- con el que busca atraer clientes para vendedores de flores del cementerio y de la plaza de mercado de Paloquemao, al que ha denominado La Feria de las Flores.
“El secreto no es ser payaso, sino tener los argumentos para que la personas crean que las cosas se pueden cambiar”, concluye Jorge Luis Mina, el payaso Melodía.
(Le recomendamos: El CAI que se volvió biblioteca y otras obras de arte en Gran Britalia)
CAMILO A. CASTILLO