Difícil, por no decir una pesadilla, es lo que tienen que vivir los estudiantes que a diario se movilizan hacia y desde los colegios y universidades del norte de Bogotá y la Sabana.
La autopista, desde hace años, superó su capacidad operativa, pues el desarrollo inmobiliario e institucional del borde norte nunca tuvo en cuenta la infraestructura vial de la zona para absorber la demanda vehicular que esto iba a generar.
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Al contrario, nunca se resolvieron varios problemas que eran evidentes, como los embudos en varios tramos, los insuficientes accesos y salidas, la llegada de centros comerciales y grandes superficies, el tráfico mixto del portal y la terminal de buses del norte, y los accesos a los colegios de la zona. A ello se suma el incremento de la carga que ingresa por allí, a tal punto de ser el segundo corredor de carga después de la calle 13.
Es evidente que los procesos de expansión urbana se acentuaron en los últimos años y el borde norte no iba a ser la excepción; hasta los municipios vecinos fueron testigos del incremento considerable de su población consecuencia de la demanda de vivienda de los bogotanos y la relocalización de varias instituciones en la Sabana. Varios colegios que otrora estaban ubicados en sectores residenciales de la ciudad, vendieron sus predios y se instalaron en las afueras por las ventajas que ofrecen los terrenos campestres. Y muchos de los hogares que decidieron salir de la capital o irse a vivir más al norte, encontraron una buena oferta educativa de calidad en estos centros educativos. Por lo tanto, es un error juzgarlos por demandar mejores condiciones de movilidad para las rutas escolares de sus hijos.
No obstante, hay varios actores que hoy tienen buena parte de responsabilidad. Para empezar, las autoridades de la ciudad-región que no reconocieron a tiempo esa expansión en la periferia de la ciudad, pues el desarrollo inmobiliario y la dinámica económica también implica garantizar el equipamiento necesario para ese crecimiento demográfico.
Los colegios se dejaron tomar ventaja y se limitaron solo a garantizar el cubrimiento de sus rutas escolares y subestimaron que la situación de movilidad se iba a complicar con el tiempo. Hoy por hoy, no hay cifras exactas de la demanda general de rutas escolares por este corredor, ni mucho menos el tamaño y la capacidad de las mismas. Por allí se debería comenzar para diagnosticar correctamente el problema y encontrar soluciones, al menos en el corto plazo.
La Secretaría de Movilidad pensó que el tema se solucionaba pintando unas franjas verdes por un carril de la Autonorte para señalar que esa vía es de tránsito exclusivo de las rutas escolares en horas pico, pero poco se interesó por ejercer control permanente y castigar a quienes no respetan esa franja. La gestión de trafico ha sido débil. El transporte intermunicipal se detiene donde quiere y más de un conductor de carro privado, también. Los ciclistas que madrugan muchas veces ven amenazada su integridad, porque allí tampoco hay ciclorutas exclusivas. Tambien los mismos peatones que arriesgan su vida ante la escasez de puentes peatonales. Muchos de ellos son personal administrativo y docente de los colegios de la zona. Ojalá el IDU le preste atención a dicha situación y, de paso, mejore las condiciones de la malla vial allí.
Incluso, la empresa de Acueducto de Bogotá tiene responsabilidad con la Autopista Norte. No hay que olvidar cómo se colapsa en época de lluvias a causa de una precaria infraestructura de alcantarillado.
Es hora de actuar y dejar de evadir esta realidad que tiende a complicarse día tras día. Primero, hay que hacer un buen diagnóstico del perfil de demanda de rutas escolares; segundo, analizar alternativas como la modificación de horarios y ampliar la capacidad operativa del corredor norte (valga decir que la ALO norte sí hubiera descongestionado al menos con el transporte de carga); tercero, sí o sí, aprovechar desde ya la red férrea, al menos con el tren de cercanías mientras entra en operación en Regiotram del norte; cuarto, hacer más eficientes los recorridos de las rutas y, por qué no, pensar en prestar el servicio compartido entre colegios vecinos; quinto, anticiparse desde ya al creciente desarrollo inmobiliario que tiene el norte de la ciudad y más ad portas de lo que vendrá con el proyecto Lagos de Torca.
Lo que está claro es que todos tienen que asumir su parte de responsabilidad, pues los padres de familia no pueden ser los únicos; a ellos sí que les afecta que, en promedio, sus hijos tarden más de 2 horas de su jornada escolar metidos en un bus a causa del trancón.
OMAR ORÓSTEGUI
DIRECTOR DE FUTUROS URBANOS