Quizás muchos ya lo notaron: los cuatro candidatos que puntean en las encuestas para presidente de la República son exalcaldes. Otra señal de que desde que existe la elección popular, estas figuras políticas adquirieron una relevancia indiscutida, porque conectan más con la gente y porque sus decisiones afectan los asuntos más apremiantes de cada familia y cada vecindario.
Significaría esto que elegir a un presidente que haya sido mandatario local puede ser sano para las ciudades. O puede pasar lo contrario: que la experiencia en lo local no le dé para administrar un país, mucho menos tan complejo y disímil como el nuestro.
Por eso vale la pena preguntarse qué tipo de jefe de Estado le caería bien a Bogotá, la ciudad más importante de Colombia y la más esquiva a la hora de dejar adivinar sus preferencias electorales.
Para empezar, no olvidemos lo que representa Bogotá en el contexto nacional. Es la ciudad que genera más empleo, la que produce el 30 por ciento del PIB nacional, la que jalona la economía, la que alberga a las firmas empresariales más grandes, la más cosmopolita y diversa.
Bogotá tiene casi la misma población de todas las capitales de Centroamérica juntas y es considerada una de las metrópolis más densas del globo. Y, a mediano plazo, se proyecta como una megaciudad que dentro de pocas décadas llegará a los 12 millones de habitantes.
Es, además, el epicentro de los poderes públicos y políticos. En una misma manzana se congregan el Congreso, las cortes, la Alcaldía Mayor y el Palacio presidencial.
Por eso no es raro escuchar desde las regiones, en tono sarcástico, que las decisiones que más las afectan siempre se toman “desde Bogotá”, en alusión al excesivo centralismo que tanto enerva a los gobernadores.
Por todo lo anterior y por el peso específico de nuestra ciudad en el ámbito nacional, resulta importante perfilar a un presidente que atienda tantas y tan variadas urgencias de esta urbe. Aquí vamos:
Se busca un presidente que no se recueste en los ingresos de la ciudad y solo le devuelva migajas a la hora de distribuir los recursos nacionales.
Se busca un presidente que apalanque las megaobras que arrancaron y no que les ponga trabas para sacarse clavos personales.
Se busca un presidente que entienda que los problemas de la Nación terminan manifestándose en la ciudad, como el caso de los emberás, porque la ciudad no se inventó las guerras que los desplazaron.
Se busca un presidente que equilibre las cargas en materia de seguridad: no puede haber más policías por habitante en Bucaramanga que en una capital con
8 millones de almas.
Se busca un presidente que entienda que el transporte público masivo debe salvarse a como dé lugar y no permitir su quiebra.
Se busca un presidente que comprenda que la ciudad va más allá de sus límites geográficos y hay que pensarla como región. Por tanto, es indispensable asignarle los recursos necesarios al área metropolitana que se proyecta.
Se busca un presidente capaz de entender que en Bogotá no existe un fenómeno del microtráfico, sino que hay narcotráfico duro y puro, responsable del cáncer del sicariato que se está manifestando en todos los contextos urbanos.
Se busca un presidente que apueste por la infraestructura a gran escala y no mire a Bogotá con “mentalidad de Renault 4”, como solía repetir el expresidente Carlos Lemos. Sin el apoyo decidido de la Nación será difícil cumplirles las apuestas a Bogotá.
Se busca un presidente que les dé importancia a los temas urbanos. Que sume y no que reste. Y, en pocas palabras, que no se desquite con Bogotá.
Se busca un presidente que se comprometa con el reciclaje, la protección del río y la sostenibilidad urbana. Cualquier emergencia ambiental que sufra Bogotá la terminará pagando todo el país.
Se busca un presidente que acelere las obras que mejoren los accesos y las salidas de Bogotá. Se trata de vías que conectan con el resto del país, pero a veces pareciera que es la ciudad la que sola debe atender esos asuntos, y no es así.
En pocas palabras, nuestra ciudad merece un presidente amigo de Bogotá y no un simple inquilino; alguien que entienda que si a la capital le va bien, el resto del país puede respirar más tranquilo. Un presidente que no se coma el cuento de que en Bogotá ya todo está resuelto.
ERNESTO CORTÉS FIERRO
Editor General
EL TIEMPO
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