Detener la propagación del virus fue el argumento para cerrar colegios. Realidad que no ha cambiado mucho en estos meses y aunque hemos ganado tiempo ralentizando la propagación del virus, aun no hay vacuna ni tratamiento efectivo, por ende, el riesgo sigue presente.
Al igual que muchos, soy padre de familia y he sido testigo de las implicaciones de trasladar los sistemas pedagógicos y los contenidos curriculares a una enseñanza centrada en las nuevas tecnológicas y los ambientes virtuales. Pero después de 5 meses acompañando a mis hijos en este proceso, con mi esposa tenemos dudas si en realidad vale la pena enviar a los niños al colegio en esta coyuntura. La respuesta no
ha sido sencilla pues soy un convencido de que la experiencia de la enseñanza presencial garantiza la interacción, el dialogo y las expresiones no verbales, que de una u otra manera afectan el proceso de construcción de conocimiento desde la misma relación humana.
De cierto modo retrasar la apertura de colegios podría salvar vidas, pero también podría afectar el proceso de formación y la oportunidad de desarrollar habilidades sociales y emocionales en los niños y adolescentes.
Analizando las estadísticas, se evidencia que en Bogotá los menores de 19 años representan el 11% de los contagios, y cerca del 4% del total de los casos de hospitalización. Puede que los datos aun no arrojen un diagnóstico adecuado del riesgo pues los niños son tal vez quienes menos expuestos han estado por el
hecho de permanecer más en casa. En este sentido, es insuficiente la información sobre la gravedad de la infección y la tasa de transmisión entre los niños y de ellos hacia los adultos.

Ómar Oróstegui, analista urbano.
Ómar Oróstegui
(Lea también: 'Creer que el 100 % de los colegios van a funcionar no es posible')
En Bogotá hay cerca de 1.452.675 niños en edad escolar (5-16 años) de los cuales el 54% se encuentran matriculados en el sector oficial. Se estima que 62.400 están por fuera del sistema educativo. Cifra que puede aumentar pues esta pandemia y las medidas para mitigarla tendrán un efecto perverso en la deserción escolar que venía registrando disminuciones significativas antes del covid-19 con tasas de 1,62
para los colegios públicos y 0,8 para los privados.
Y es que no todos los hogares con niños tienen las mismas condiciones de acceso a nuevas tecnologías, internet y recursos audiovisuales. Esta brecha digital afecta aún más la calidad del aprendizaje, sobre todo a estudiantes cuyas oportunidades y medios de vida son limitados.
A los problemas de acceso por circunstancias económicas, se suman entonces las limitaciones por tener un computador o tableta en casa, el acceso a internet de buena calidad, y las condiciones mismas de la vivienda, que en muchas ocasiones pueden dificultar el aprendizaje de manera remota.
Para los niños el colegio es una institución donde además reciben alimentación, cuidado y atención mientras sus padres deben salir a trabajar. Recordemos que cerca de la mitad de los bogotanos está en la informalidad laboral y que los indicadores de pobreza han venido subiendo.
En el caso de quienes tienen la posibilidad de realizar trabajo remoto, las actuales circunstancias también han sido difíciles pues han tenido que modificar sus horarios y rutinas para atender las actividades académicas de sus hijos en casa. Hecho que viene afectando más a mujeres que a hombres, y que podría tener implicaciones en el mercado laboral y profundizar las desigualdades de género.
Ante este panorama líderes políticos, padres de familias, docentes y directivas se preguntan cuál es la mejor opción para continuar con el proceso educativo sin comprometer el modelo pedagógico y la estabilidad financiera de muchas instituciones que pueden estar al borde la quiebra, principalmente aquellas que dependen del número de estudiantes matriculados y no de recursos públicos. Me atrevería a decir que en un contexto de recesión económica es posible que los colegios y universidades privadas con presupuestos bajos y con una infraestructura débil no puedan soportar la presión económica y se vean obligados a fusionarse con otras instituciones o cerrar. Sin mencionar los jardines infantiles cuya situación es muy dramática.
Hay que evitar politizar el debate y abordarlo desde las consecuencias económicas y sociales que significarían los cierres prolongados de colegios públicos y privados para todo el sistema educativo.
(Además: Guía para la nueva fase de cuidado en Bogotá).
No existe un modelo perfecto y todos los países están experimentando alternativas de apertura que permitan reducir el riesgo en los estudiantes, los maestros y el personal administrativo. El Reino Unido por ejemplo ha optado por clases presenciales tiempo completo guardando los protocolos de bioseguridad bajo un modelo de grupos pequeños para controlar la interacción, mientras otros países
están experimentando con modelos híbridos que combinan un porcentaje de tiempo en escuela con uno de aprendizaje virtual. Entre tanto, otros han optado por alternativas para reducir el aforo de estudiantes, rotando la asistencia y modificado los horarios para evitar las aglomeraciones.
Por otro lado, recientemente viene tomando fuerza la idea de clases al aire libre aprovechando la infraestructura de los parques y zonas verdes. Aunque también viene ganando adeptos la idea de volver a los tutores privados, sobre todo en familias con más medios económicos.
Estamos ante un escenario de incertidumbre y miedo al contagio. Es claro que las estrategias de distanciamiento físico, el rastreo de contactos y mayores controles ofrecen una solución, pero no lo suficiente para hacer que las escuelas sean lo más seguras para que los estudiantes regresen a clase. Sin embargo, mantenerlos en casa tampoco es una respuesta adecuada por su bienestar emocional y salud mental. Solo nos queda esperar cómo evolucionan los modelos que se han comenzado a implementar en otros países para evitar cometer los mismos errores.
ÓMAR ORÓSTEGUI RESTREPO
Especial para EL TIEMPO@omarorostegui
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