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Bogotá

Los curiosos oficios que se niegan a desaparecer en Bogotá

Jorge Caicedo trabaja desde las 8 a. m. hasta las 5 p. m.

Jorge Caicedo trabaja desde las 8 a. m. hasta las 5 p. m.

Foto:José David Rodríguez

EL TIEMPO le cuenta cuáles son los curiosos trabajos que sobreviven a la tecnología y a los años.

En medio de la ciudad, desafiando el paso de los años, viven aquellos que se aferran a los oficios que todos necesitan pero que la tecnología y la modernidad han relegado.
No hace falta buscarlos porque no están escondidos, ellos habitan en los mismos lugares de hace más de tres décadas. Es posible encontrarlos ahí, en esos espacios que se congelaron en el tiempo para que cualquiera que quisiera o los necesitara pudiera hallarlos.
Y es que se han convertido en reliquias de la ciudad que evocan la Bogotá de la época, esa que aún se resiste a desaparecer.
Algunos reconocen, en medio de la nostalgia, que los años que quedan para seguir en el oficio al que le han dedicado toda su vida son limitados, su desaparición es inminente. Otros, en cambio, son optimistas y resaltan las bondades que ni el más sofisticado robot podrá brindarles a sus clientes.
Entre manos milagrosas, técnicas enfocadas en el detalle y amor por lo que hacen, defienden el valor del trabajo que han heredado de sus padres, abuelos o, incluso, al que llegaron por curiosidad.
Parteras, sastres, tipógrafos, relojeros, y hasta las mujeres que se dedican a sacarles a los hijos de otros los pequeños visitantes que se cuelan entre los cabellos de los niños, todos ellos se convierten en testigos del crecimiento de la ciudad y, pese a la evolución de las necesidades de su gente, aún siguen siendo necesarios.

Ir al cine por trabajo y pasión

Jáiver Sánchez se ve dos películas diarias en su oficina. Estima que en los 21 años que lleva siendo proyeccionista de cine se ha visto alrededor de 7.000.  Trabaja en la única sala en que se proyecta cine en 35mm, la Cinemateca Distrital.
Para él, su oficio no desaparecerá aunque hoy sea el único ejerciéndolo en la capital. Se siente afortunado y dice que tiene el mejor trabajo, después de renunciar a su oficio como técnico electrónico y convertirse en una de las personas que, con solo 48 años, más películas ha visto en la ciudad.

Un ‘flash’ para un recuerdo de papel

En la plaza de Bolívar trabajan 20 fotógrafos.

En la plaza de Bolívar trabajan 20 fotógrafos.

Foto:Archivo / EL TIEMPO

Antonio Aguilar dice que su mayor cualidad es la de poder hacer eternos los recuerdos, en papeles que se llevan a todas partes. Tiene 62 años y trabaja hace 17 en la plaza de Bolívar, todos los días desde las 8 de la mañana hasta las 6 de la tarde. Aunque tiene cámara instantánea digital, conserva la tradición de la fotografía impresa; imprime sus fotos en una pequeña impresora portátil. No cree que sus enemigos sean los celulares, porque sabe que lo que les da a sus clientes es eterno y no se borra cuando la memoria del móvil anuncia el temido ‘espacio insuficiente’.

El arte de limpiar tacones y zapatos

No le gusta que le digan lustrador, su oficio es devolverles la belleza a los zapatos de sus clientes. Pedro Quintero lleva 25 años con betún, cepillo y un trapito en mano sacando lo mejor de cada calzado. Trabaja en este, uno de los oficios más antiguos, de 7 a. m. a 6 p. m., porque “solo la lluvia nos puede correr”, y abre su paraguas.

Hombres a toda máquina

A la sombra del olvido, fuera del SuperCade de la carrera 30 se ubican con su máquina de escribir quienes hacen trámites relacionados con la liquidación de impuestos. Entre ellos, Jorge Caicedo, que desde hace 32 años se dedica a este oficio. Él inició en la época en que se trabajaba hasta altas horas de la noche en compañía de una lámpara o vela. Sin embargo, afirma que ahora tendrá que “amanecer para ver qué pasa con él” porque la tecnología amenaza con desaparecer su tecleo.

Vivir para arreglar pasos

En el barrio Libertadores de San Cristóbal Sur, Víctor Manuel Roa tiene una zapatería desde hace seis años. Heredó el oficio de su padre. Dice que la dedicación ha sido su mejor aliado; gracias a ella sus clientes prefieren buscarlo antes que ir a comprar un nuevo par de zapatos. Por eso dedica entre tres horas y un día para restaurar
un par. Ha visto como los años le han quitado el reconocimiento que tenía, pero continúa haciéndolo por pasión a su oficio.

El que sube y baja

Un ascensor de 1947 sirve a los 109 apartamentos del edificio.

Un ascensor de 1947 sirve a los 109 apartamentos del edificio.

Foto:Diego Santacruz / EL TIEMPO

Buenos días, ¿a qué piso va? Esa es la pregunta que se escucha después de que la puerta de uno de los cuatro ascensores del edificio Residencias Colón, ubicado en la carrera 10.ª con calle 24, se abre. Quienes la dicen están sentados junto a unos botones en relieve y una palanca de hierro; quizás son los últimos ascensoristas de Bogotá. Los cinco hombres que se desempeñan en este oficio coinciden al decir que aunque su trabajo es lento y monótono, les ha permitido cultivar gustos como el de la lectura. Pasan ocho horas, de día o de noche, sentados dentro de la caja de espejos en un viaje de subir y bajar que no para.

Mecánico de huesos

Los ojos de Carlos Iván Murillo, el ‘Tigre’, son tan verdes y profundos como los del felino de rayas negras que le da su apodo. Sin embargo, no es esta la característica que lo ha hecho popular en la calle 7.ª con carrera 13. Sus manos fueron las que lo convirtieron en uno de los sobanderos más conocidos de la zona. Lleva más de 30 años dedicado al oficio que le enseñó su padre. Dejó su trabajo como disector en la morgue y pasó de preparar muertos a curar vivos, gracias al don divino que, según él, le fue otorgado.
LEIDYS BECERRA, MA. CAMILA BERNAL Y SANTIAGO RICO
Especial para EL TIEMPO
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