Es una verdad evidente que la eliminación de las cátedras de urbanidad se refleja en el comportamiento descortés de la gente. Y si seguimos por este camino, con seguridad no solo nos acabará la corrupción sino también lo hará la grosería y la intolerancia.
Ahora, el nuevo Código de Policía de Bogotá, por muy polémico que sea, surge como la única opción para hacer cumplir las normas mínimas de convivencia en la ciudad. Si la formación recibida en casa y en las instituciones educativas resultó insuficiente, bienvenido el “garrote”, a través de las multas, pues pareciera que esta es la única manera de moderar el comportamiento de los bogotanos. (Lea también: 'Pólizas para perros que exige nuevo Código de Policía no se consiguen')
No se trata de ser extremistas, lo aclaro, por eso también invitó al legislador a incentivar las disposiciones para que la cura –el código de policía– no resulte peor que la enfermedad –la falta de cultura ciudadana–.
Por ejemplo, como amante de los animales debo reconocer que la mayoría de las disposiciones del Código sobre tenencia de mascotas son de sentido común. Así, cuando una persona recibe a su cargo un perro de una raza considerada peligrosa, es necesario que asuma la responsabilidad de su decisión y tome las medidas de precaución para evitar episodios trágicos, no solo con otros perros, sino con otras personas.
Pero por favor no seamos exagerados, pues resulta que ahora también los perros de razas que no sean “peligrosas” tampoco podrán volver a correr en un espacio abierto. Esto es simplemente absurdo.
Esta restricción significa que las mascotas de quienes no tienen casas con grandes jardines nunca más podrán jugar con su amo. Algunos con más recursos económicos podrán enviar a su perro a un colegio canino y lograrán, de ser posible, apaciguar un poco los efectos de esta inexplicable medida; pero otros, con menos dinero y que son la mayoría, simplemente no podrán jugar al aire libre nuevamente con su perro y tendrán que sentenciarlo al aburrimiento. En el peor de los casos, ante el estrés del canino, tal vez su dueño decida salir de él de la forma más cruel: abandonándolo en la calle. Triste, pero según las noticias recientes, ya ha sucedido.
En otras palabras, la disposición arbitraria que obliga a tener a los perros constantemente atados a una correa, representa cinco cosas que el Código de Policía está desconociendo y que son tan graves como quizá la razón que motivó a la autoridad a legislar sobre este ridículo artículo: primero, maltrato animal, que afecta la salud física y emocional de la mascota, y que puede, ahí sí, generar comportamientos agresivos en el perro; segundo, discriminación a los ciudadanos que disfrutan de la tenencia de un perro; tercero, un premio a la intolerancia de quienes rechazan al “mejor amigo del hombre”, y muestran una actitud agresiva y persecutoria con sus dueños, así éste se esfuerce por no generar molestias; cuarto, discriminación socioeconómica, puesto que pocos viven en espacios con jardines, o tienen los recursos para pagar un colegio canino; y quinto, un desconocimiento antidemocrático de las mayorías, que están indignadas ante la crueldad de tal medida, sobre todo cuando con ella se crean nuevas problemáticas que no se pueden soslayar.
Si bien es cierto que los dueños de perros hemos tenido que lidiar unas veces con la fobia canina de algunos; y las más, con la intolerancia y mala educación de otros; también es verdad que los propietarios de mascotas no somos ciudadanos de segunda clase.
Si para satisfacer a los enemigos de las mascotas se impide que los perros jueguen en el mismo parque de siempre, lo mejor es responder con tolerancia y adaptarse a los cambios que faciliten la convivencia. Pero eso sí, asumiendo que, así como hay deberes, también hay derechos. Esto significa que los propietarios afectados tenemos derecho a que se nos defina un espacio para departir con nuestras mascotas, en condiciones de igualdad, lo que implicaría el uso de parques cerca de donde antes realizaban dicha actividad. Porque no sería justo que se dispusiera de estos espacios lejos de los sitios que antes frecuentábamos. En esto, reitero, no se puede tener preferencias.
Resolver esta situación constituirá una ganancia en tolerancia, inclusión, salud, equidad, democracia y educación en la empatía.
MARÍA DEL ROSARIO VÁZQUEZ PIÑEROS
Facultad de Filosofía y Ciencias Humanas
Universidad de La Sabana
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