Eran casi las 11 de la mañana. Nuestra revista estaba de trasteo a una oficina prestada por el entonces senador Enrique Gómez Hurtado en el edificio de Residencias Colón en Bogotá. Trabajaba un tema que requería rastreo de datos. Llegaba de la Biblioteca Luis Ángel Arango. Tomé el ascensor, entré, cerré la puerta de la oficina y en menos de tres minutos mi cuerpo reposaba sobre una fotocopiadora, fruto del impacto de una onda explosiva que me elevó por el aire.
Faltó poco para quedar en la escena que acabó con la vida de dos personas ese día y que dejó 40 heridos. Todo el equipo estaba a salvo y tratábamos de reponernos del episodio cuando escuchamos otro bombazo a la distancia. Triste, pero eran el pan de cada día. Los atentados terroristas de los 90 dejaron cientos de muertos, historias dramáticas y memorias que quisiéramos no revivir.
Esas historias aún permean nuestros días. No en vano, en los últimos años, Colombia ha estado en el ominoso listado de los países con mayor cantidad de atentados terroristas en el mundo. Solo por citar alguno, el Índice de Terrorismo Global, hecho por el Institute for Economics and Peace (IFP), señala que Colombia es el vigésimo sexto país que más impacto recibe del terrorismo entre 130 países del mundo. De hecho, es el país con mayor “incidencia terrorista” en América Latina, seguido de Paraguay y México.
El riesgo de las redes sociales es ese: mostrar más allá de lo que el respeto humano nos permite, por parte de periodistas y ciudadanos de a pie
Lo ocurrido en la tarde del sábado pasado hizo inevitable evocar esos malos recuerdos de los años 90, más cuando a través de las redes sociales se difundían imágenes grotescas de las personas que habían resultado heridas en el centro comercial Andino. Pensé en que por suerte para mi época, no había ni celular ni redes sociales y aunque a mis padres que estaban fuera de la ciudad les tomó tiempo y sufrimiento saber que estaba bien, era poco y tardío lo que podían tener estando fuera de su radio de acción.
Por momentos imaginé lo que sería para mi madre haber visto imágenes de la gente que estaba conmigo en el mismo edificio, ensangrentadas y heridas por los vidrios de los grandes ventanales que se hicieron trizas.
Hoy el riesgo de las redes sociales es ese: mostrar más allá de lo que el respeto humano nos permite, por parte de periodistas y ciudadanos de a pie. Ojalá ni los unos ni los otros dejemos de ser asertivos y menos los comunicadores que –se supone- sabemos lo que va y no lo que no va.
Las redes son una gran oportunidad, hoy por hoy: acortan distancias, alertan, informan, complementan: pero mal empleadas pueden dar al traste con una buena gestión de comunicación o con todo un trabajo de investigación.
Pero lo importante de aquella época, que quizá sea lo que debiéramos hacer hoy es no hacerle juego al terrorismo. Ese mismo día, una colega y yo teníamos al mediodía una entrevista con un gran empresario que venía a Colombia. Él llamó y nos ofreció cancelar el encuentro ante la situación.
Pero tras darnos cuenta de que estábamos bien y nada más podíamos hacer, decidimos –aún aturdidas y con las piernas temblando- seguir con nuestro trabajo. Hicimos la entrevista, el reporte y sacamos nuestra revista, un poco más tarde porque parte de nuestras improvisadas instalaciones sufrieron el impacto. Pero decidimos, como muchos colombianos más, seguir adelante. Lo nuestro era informar y con la portada de la calle 26 con 10 en ruinas, salimos esa semana.
El centro comercial reabrió sus puertas. Pocos acudieron con temor. Pero, la vida hay que seguirla. En vez de estar buscando responsables “de manera irresponsable” lo mejor es seguir trabajando en el pequeño o gran espacio que tiene cada quien, con lo que le toca.
Ese es el aporte que podemos hacer. Dar más vitrina a un evento como éste siempre es lo que buscan quienes están detrás. No hay que seguirles el juego. En eso somos tristemente expertos. No repitamos los errores que tan alto costo nos han ocasionado.
Adriana Patricia Guzmán de Reyes
Profesora de la Facultad de Comunicación
Universidad de la Sabana