Para comenzar hay que decir que los extranjeros, por lo menos los suramericanos, le dicen ‘monserrat’. Así, con frenada en seco antes de llegar a la ‘e’. Y los otros, bueno, depende de si son europeos o americanos. En todo caso, este cerro es el sitio turístico predilecto: en peregrinación, de paseo o también como escenario para el entrenamiento de deportistas de alto rendimiento. Pero vamos por partes.
En lo corrido de este año han subido más de 2’620.000 personas procedentes de todas las latitudes, incluidos los nacionales: 1’122.407 lo hicieron por teleférico y funicular, mientras que el otro millón y medio prefirió el sacrificio de los escalones, un trayecto que se puso en servicio el 25 de febrero pasado después de un año y dos meses de permanecer cerrado por las obras de mitigación que se hicieron para evitar que por efectos de la erosión y de los incendios cayera piedra.
Esta semana, por ejemplo, por esos lados estuvieron de paseo los integrantes de Global Band, una agrupación conformada por argentinos, brasileños y bolivianos. De paso nos contaron que solo cantan cosas positivas, sobre los triunfos, el optimismo y la superación. Cuentan que decidieron venir a la capital por recomendación de sus amigos de otras ciudades.
Y con esa buena energía que se cargan los bolivianos, Javier Mendoza, de Santa Cruz de la Sierra, dijo que va al santuario con la esperanza de subir por teleférico y divisar una parte de la ciudad. Sin embargo, esa mañana del día 5 de diciembre, el cielo en los cerros amaneció encapotado y parte de la ciudad estuvo cubierta por una sola nube.
“Nos indicaron que este es un lugar muy bonito, muy turístico, y por eso decidimos venir. Tenemos la curiosidad de conocer. Apenas hemos llegado, pero de todos modos lo que hemos visto es que es una ciudad muy avanzada”, dijo al tiempo que sus compañeros de la banda de música tomaban fotos. Sin embargo, más tarde el día los premió. El cielo abrió y la ciudad se pintó de ese sol picante, el mismo que se siente a lo largo de la gran cadena verde que se teje por la cordillera de los Andes hasta su natal Bolivia.
Es que además de la fe, la cultura y la naturaleza, en el cerro hay atractivos como los restaurantes San Isidro, en una casona colonial con menú francés, y Santa Clara, que ofrece comida típica y un café con el mismo nombre del cerro.
Y al fondo, luego de pasar por los toldos de artesanías y de los postres donde se disfruta la cuajada con melao, también hay comida criolla: gallina, morcilla, papa criolla, yuca y todo el menú de la típica fritanguería, todo un plan familiar. Hay turistas que llegan en camionetas particulares último modelo, otros en taxi, pero la mayoría arriba por el camino del eje ambiental, un gran malecón arborizado con generosos espacios peatonales y un espejo de agua que transporta las aguas del río San Francisco o quebrada Vicachá (resplandor de agua en la penumbra, en lengua indígena), como prefiera llamarlo.
Por esa ruta llegó la brasileña Ellis Melo, funcionaria pública de Puerto Alegre, capital del estado de Río Grande del Sur, en Brasil. Eran las 9:27 de la mañana. Se la veía encantada. Dijo que además de La Candelaria y el propio ‘monserrat’, como lo pronuncia, lo que más le gustó fue la actitud de los bogotanos: “Son personas encantadoras, muy queridas, muy colaboradores”, afirmó esta abogada que no perdió la oportunidad para tomar fotos desde el teleférico.
Mientras esto pasa por los servicios de transporte (teleférico y funicular), por el otro lado, por el sendero peatonal, lo que más les ha llamado la atención a los guardas de seguridad y a la propia policía que vigila atenta el camino es que cada día aumenta el número de foráneos.
Cifras oficiales entregadas por el Instituto Distrital de Recreación y Deporte (IDRD) advierten que cada día de la semana, es decir, en un día común y corriente, son más de 900 personas de distintos países: 600 entre europeos y americanos y 200 suramericanos. Pero las cifras van en ascenso, así que en cualquier momento se pueden disparar.
En cuanto a los nacionales, es evidente: 6.000 en un día, pero un domingo cualquiera pueden llegar a ser más de 20.000. En un mes, la cuenta es de 160.000, en promedio. Desde que se abrió el sendero, hace poco más de nueve meses, a la fecha se han contabilizado por las registradoras algo así como un millón y medio de caminantes en el cerro tutelar.
Todos ellos se han ‘patoniado’ los 1.605 escalones que conducen hasta la ciudad del Señor Caído en un ascenso que va desde los 2.689 metros sobre el nivel del mar hasta los 3.152.
El día más duro es el domingo o un lunes festivo, sin lugar a dudas. Esto, claro está, sin contar con Semana Santa o en enero, que es cuando se desbordan todos los indicadores. Pero lo cierto es que por ese camino que está empedrado, demarcado y vigilado se ve un salpicón de lo más variopinto que no deja de llamar la atención: a tempranas horas pasan a toda velocidad los ultradeportistas en un entrenamiento que al final de cuentas se refleja en los cronómetros del tradicional ascenso a la torre Colpatria: Monserrate es el sparring de la preparación de los duros del alto rendimiento.
Pero por allí también se ven, de forma frecuente, personajes públicos, como el líder de izquierda Antonio Navarro Wolff, que pasa también a su propio ritmo mientras la gente lo saluda.
En todo caso, este es un camino sinuoso que de cuando en cuando le pasa cuenta de cobro a los que no desayunan, a los enguayabados y a uno que otro que no anda bien de salud: siempre terminan deslucidos y verdes de la pálida. En un fin de semana, como el del pasado 12 de noviembre, se reportaron 11 incidentes de este tipo.
Y también está, claro, el otro ascenso, el de la fe católica en busca del Señor Caído, a quien le piden con toda la devoción y las fuerzas que les haga el milagrito luego de su acto penitencial. El último sábado de cada mes, la eucaristía por “nuestra señora de Monserrat” y las confesiones durante y al final de la ceremonia religiosa.
A lo largo del trayecto hay más de 50 vendedores ambulantes, la mayoría de ellos con baratijas, otros llevan postres, helados y hasta se consigue aguardiente, cerveza, chicha y totumadas de guarapo, esa bebida refrescante que tanto le gusta a Luis Enrique Tovar Sánchez, más conocido como ‘Correcaminos’, el hombre que le da sopa y seco a más de uno en la subida: un domingo se hace mínimo tres viajes con tiempos que registra de 25 a 45 minutos. Mientras se echa la bendición y se toma su hidratante de mil pesos.
El hombre arranca por entre los extranjeros y los nacionales y emprende camino a toda carrera. En esas lleva más de 20 años. Luego regresa a su casa, en el barrio Ricaurte, a almorzar. Se sonríe. Sí, es domingo y hace sol en Bogotá.
El trayecto son 2.350 metros. Por eso no se permite:
Mujeres en avanzado estado de embarazo.
Niños con estatura menor de un metro.
Mayores de 75 años.
Personas con movilidad reducida.
Mascotas.
Hacer fogatas.
Consumir bebidas alcohólicas.
Porte de armas.
Arrojar basuras.
Recolectar muestras de flora o fauna.
Y recuerde:
Desayunar bien.
Calentar antes de iniciar el trayecto.
Usar bloqueador solar y ropa cómoda.
No salirse del sendero.
No parar en el falso túnel.
Respete a los demás turistas.
HUGO PARRA
Twitter: @hugoparragomez
EL TIEMPO
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