En una sola cuadra y en un día cualquiera se pueden ubicar hasta cinco grupos de habitantes de calle, entre familias de migrantes y colombianos. Piden algo de comer o alguna moneda, otros gritan esperando a que les tiren algo desde alguna ventana, y aunque esto no es nuevo en Bogotá es visible el incremento de ese fenómeno y sus nuevas formas.
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La ciudadanía lo vive todos los días, unos lo entienden como consecuencia de la migración venezolana y la pobreza generada en pandemia, otros se desesperan al no poder transitar, comer en un restaurante o parar en un semáforo sin sentirse culpables u obligados a dar, ya no una sino hasta cinco veces al día, lo cierto es que esta ‘bomba social’ no da tregua. ¿Hay soluciones a la vista? No muchas. La habitabilidad en calle está lejos de ser un fenómeno decreciente.
“A lo largo de la calle 140 hay un familia frente al ARA, otra frente al D1, otra en Palatino, y así a lo largo de toda la vía, ya no da ganas ni de salir porque uno no sabe si los están explotando”, dice una residente del sector quien asegura haber visto a una mujer dejando a estas familias de migrantes en puntos fijos. La misma situación se repite en calles como la 119, la carrera séptima o en sectores como Colina Campestre, pero en general, a lo largo y ancho de la ciudad. La sospecha de la ciudadanía es por la forma sistemática en que llegan o se van.
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Esta semana EL TIEMPO volvió a una calle donde este fenómeno es común, pero las familias ya no estaban. Al preguntarle a otro habitante de calle qué había sucedido, dijo: “esta semana se los llevaron para las protestas”.
Según el último censo realizado en convenio entre la Secretaría de Integración Social (SDIS) y el Departamento Nacional de Estadísticas (Dane) en el 2017, en Bogotá hay 9.538 personas habitantes de calle, 8.477 hombres y 1.061 mujeres. La mayor parte de la población tiene entre 20 y 45 años. También se encontraron 280 personas entre los 12 y 19 años, 2.420 entre los 20 y 29, 6.057 entre los 30 y 59 y 781 de 60 años en adelante. Este censo, hasta el momento, no se ha actualizado.
Tampoco hay información disponible por parte de la entidad sobre el número de habitantes de calle venezolanos o cuya principal actividad sea la mendicidad debido a que, explican, no hace parte de su misionalidad. Y, en ese sentido, solo están las cifras de Migración Colombia, que hablan de los 340.711 ciudadanos de ese país viviendo en Bogotá entre regulares e irregulares sin que haya claridad de cuántos sobreviven de la mendicidad.

Los grupos familiares de habitantes de la calle se ven sometidos a bañarse y a hacer sus necesidades en los caños de la ciudad.
MIlton Díaz
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Hay quienes dicen habitar la calle y desempeñarse en labores como el reciclaje y otros que piden limosna a diario para conseguir lo necesario para comer y dormir, así sea en un ‘pagadiario’. Ambos recorren la ciudad bajo el sol o la lluvia, exponiendo a sus niños a las difíciles condiciones de la calle.
Mientras que, según la SDIS luego de una georreferenciación de parches, cambuches y población flotante en 2019 se pudo establecer que los puntos de alta concentración y los posibles puntos críticos de habitabilidad en calle de personas de 29 años en adelante están en Los Mártires, Santa Fe, Antonio Nariño y Kennedy, la gente percibe que este fenómeno prácticamente se tomó a Bogotá.
Aunque otras administraciones se atrevieron a hablar de ‘mafias’ detrás de la explotación de niños e incluso adelantaron campañas para instar a la ciudadanía a no dar limosna, la actual ha sido clara en señalar que no es competencia de la SDIS la investigación o seguimiento de este tipo de delitos.
“La entidad, eso sí, promueve la oferta institucional para atender a los habitantes de la calle”, pero esos esfuerzos no son suficientes. Hoy lo que más preocupa de este fenómeno es la explotación de niños, niñas y adolescentes en Bogotá, pero ¿toda la mendicidad debe ser condenable?
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La mendicidad en un fenómeno creciente en la ciudad.
MIlton Díaz
De acuerdo con la sentencia C-464 de 2014 de la Corte Constitucional, existen dos tipos de mendicidad: propia y ajena. Según la Corte, no existe justificación válida para reprochar penalmente la mendicidad propia o en compañía de un menor de edad, que compone parte del núcleo familiar, ya que esta no tiene la intención de explotar o instrumentalizar al menor sino la finalidad de que grupos familiares en debilidad manifiesta satisfagan necesidades mínimas del ser humano y permanezcan unidos. Pero, la mendicidad ajena sí es reprochable y configura un delito ya que instrumentaliza y explota a un menor o adulto para obtener provecho económico o cualquier otro beneficio para sí o para otra persona.
Los niños, la prioridadSegún el Instituto Colombiano de Bienestar Familiar (ICBF), entre enero y marzo de 2021, la Regional Bogotá abrió procesos administrativos de restablecimiento de derechos para 211 niños, niñas y adolescentes en estas situaciones: 84 en situación de trabajo infantil, 116 en situación de alta permanencia en calle y 11 más en situación de vida en calle. De los 211, 89 tienen entre 6 y 12 años, siendo este el grupo etario más afectado.
La mendicidad propia, explican, es un fenómeno presente en los territorios que se explica por la alta vulnerabilidad socioeconómica de las familias. En estos contextos, los derechos de los niños se ven amenazados, razón por la cual la protección integral de sus familias y la movilización de programas por parte de las entidades territoriales y agentes del SNBF es fundamental.
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El Instituto explicó que cuenta con un plan de fortalecimiento dirigido a la familia que se hace a través de intervenciones de apoyo y orientación para ayudarles a garantizar sus capacidades protectoras para el ejercicio pleno de los derechos de sus hijos e hijas. Igualmente, en otros casos se hace atención directa a los niños, adolescentes y a sus familias en la jornada contraria a la educativa.
También se adelantan acciones de sensibilización para prevenir situaciones como la alta permanencia en calle y el trabajo infantil peligroso, así como otras situaciones desfavorables que pueden propiciar o estar asociadas a la trata con fines de mendicidad ajena, pero nada de esto ha sido suficiente para frenar este fenómeno.
Alexander Quinche es psicólogo y lleva 15 años trabajando el fenómeno de la mendicidad. Hoy trabaja con la Fundación Niños de los Andes en dos frentes: niños y adolescentes y habitantes de la calle.
Sabe que sí hay familias que por su extrema necesidad y ante la imposibilidad de tener con quién dejar sus hijos salen juntos a pedir limosna, pero, aclara, no ocurre así en la mayoría de los casos. “A estos los vemos mucho en TransMilenio, son casos muy puntuales, lo otro son mafias que están instrumentalizando a los migrantes y a los niños”.
Según explicó, en sus recorridos, esta situación es muy evidente. “Vemos cómo ponen a disposición de estas bandas a los niños, buscan que la ciudadanía se conmueva”. Según el experto, hacen que se venda la idea de familias numerosas con niños que pasan grandes necesidades, pero a costa de instrumentalizar a esta población.
“Vemos cómo ponen a disposición de estas bandas a los niños, buscan que la ciudadanía se conmueva”
Él y su equipo consideran que hay serios indicios para pensar que estas familias se distribuyen los niños. “Creemos que sí puede haber alquiler. Hemos detectado inclusive recorridos macabros, donde en un camión van los niños y los van bajando en semáforos. Los entregan en diferentes puntos y luego los recogen”.
Quinche explicó que es muy usual que estas bandas les cobren a estas familias una cuota por el espacio que ocupan y con supuestos servicios de seguridad. “Esto lo hemos evidenciado en el centro de la ciudad, en toda la localidad de Santa Fe, en Los Mártires y en Patio Bonito, en Kennedy”.
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Pero, de forma más reciente, algunos niños les informaron que los recogían con algunos grupos familiares y los llevaban al norte de la ciudad a deambular en zonas de alto tráfico como la carrera 15 entre calles 100 y 127, la calle 140, avenida 19, en frente de varios supermercados para luego ser recogidos en la noche, claro, con una cuota monetaria de por medio. “Este fenómeno está tomando fuerza. Se abona el buen corazón de las personas, pero muchos, sin saberlo, sostienen a estas mafias”.
Algunos niños con quienes han tenido oportunidad de hablar les han dicho que pueden solo un grupo de extranjeros recoger entre 500.000 y 600.000 diarios. Lo que no se sabe es cuánto de ese dinero les quitan las mafias. “Lo logran con un niño en un semáforo, otro en otra esquina, otro limpiando vidrios, así se sostienen”.
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Frente a esto, la sociedad se ve enfrentada a una dilema: ¿dar o no dar? Quinche conoció a un grupo familiar que llegó al terminal en Ciudad Salitre. “Les tocó duro en la infraestructura de los puentes y hasta allá llegó la mafia a cobrarles por el espacio, ofreciéndoles supuestos servicios de seguridad. Así operan. Una pequeña parte se los dejan a ellos para subsistir y el resto se lo llevan para ellos”.
Es demasiado evidente que el ejercicio de la mendicidad ha crecido y de forma sistemática tras la diáspora venezolana. “Las mafias son tan organizadas que se ubican en los terminales, viendo los grupos de personas extranjeras que van llegando”. Y no solo se lucran de plata, también de los alimentos que recogen. “Las mafias venden estos productos en mercados de piso de zonas populares de Kennedy o Ciudad Bolívar”.
*Daniel nació en una familia disfuncional. Su padre hacía parte del mundo del microtráfico y su mamá era adicta a las drogas. Creció viviendo en un ambiente hostil en uno de los expendios más peligrosos de Bogotá.
Inmerso en rencillas callejeras su papá fue asesinado y su madre desarrolló un desorden psiquiátrico. Con ocho años este niño vivía con su madre en un ‘pagadiario’ del centro de la ciudad pero no tardó en quedar absolutamente solo. Ella, sumida en las drogas, recorría las calles sin rumbo.
El niño de solo ocho años busca a su tía, la única familia que conoce, en el barrio Carvajal de la localidad de Kennedy. “Ella me dijo que no me podía sostener, que podía dormir en un colchón en el antejardín y que tenía que trabajar para llevar plata a la casa”.
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Daniel pasó años vendiendo dulces en las céntricas calles de Bogotá mientras otros niños de su edad estaban estudiando. Desde las 7 de la mañana hasta las 10 de la noche, todos los días de la semana se su infancia se consumía en un semáforo ubicado justo en frente del hospital de Kennedy. Al llegar a su casa todo lo ganado era para su tía.
Sin salud, sin alimentación, sin educación, sin ropa, sin amor, así eran los días de Daniel y cuando no reunía lo suficiente llegaba el maltrato físico y psicológico. El niño dormía todas las noches en el mismo lugar donde descansaba el perro de la casa. Su tía no manipulaba para que no le contara nada a la policía.
Así fueron sus días hasta que la Policía de Infancia y adolescencia lo rescató. Luego vino todo el proceso de restitución de derechos con el ICBF y finalmente el proceso con la fundación Niños de los Andes. “Un día cuando salimos a un paseo navideño, nos contó que todos los 24 y los 31 tenía que estar parado en un semáforo vendiendo papel de regalo hasta media noche. Nunca había tenido una Navidad feliz. Era un niño analfabeta a los 10 años”. Daniel sigue en un proceso para recuperar su vida.
*Tomás vendía cosas en las calles de Ciudad Bolívar. Quedó huérfano siendo un niño y su única familia era su abuela, una mujer en silla de ruedas. Abandonado por sus padres se sintió en la obligación de cuidar de ella a como diera lugar.
Comenzó retacando entre los buses y en los semáforos y fue allí en donde, por su carisma, fue detectado por bandas de microtráfico que tenían el control de la zona. “Chino, vamos a dejar que siga pidiendo acá, pero nos tiene que poner una cuota todo los días”.
Bajo amenazas lo indujeron también a la venda de bazuco y así, en poco tiempo, hasta él llegaban ‘clientes’ provenientes de toda la ciudad. “Le vendieron una falsa idea de protección a un niño necesitado. Era un niño bonito y alegre y se aprovechaban de eso. Lo instrumentalizaron para vender droga”, contó Alex Quinche.
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En poco tiempo el niño había sido convertido en un ‘campanero’ que avisaba de la presencia de la policía a las bandas que pululaban en el sector. “Un día llegó un comprador en estado alterado de conciencia. Le dijo al niño que le fiara y como le dijo que no lo golpeó de tal forma que el niño fue remitido a un centro médico de urgencias”.
El pequeño llegó al hospital Santa Clara en muy malas condiciones. Paradójicamente, gracias a ese incidente en niño ingresa a un esquema de protección. “Hoy continúa internado en el sistema de protección. No se le ha dado la declaratoria de adoptabilidad, mantiene contacto con su abuela vía telefónica y la abuela recibió ayudas”.
CAROL MALAVER
SUBEDITORA BOGOTÁ
Escríbanos a carmal@eltiempo.com
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