Una cabellera avanza por inmediaciones de la estación Las Aguas, enraizada en la cabeza de una mujer. El nombre de la joven es Melisa Preciado, de 28 años, y hace 11 que se deja crecer un pelo cuyas puntas le rozan los tobillos.
Es una curiosidad en ese punto del centro capitalino, donde los niños que pasan con sus madres observan esas 22 trenzas, de estilo rastafari, casi tan largas como la humanidad de Melisa. Las niñas, sonrientes, coinciden en decir: “Mami, quiero tener el pelo así”, y la respuesta, casi siempre, es una mirada de sorpresa.
Ella, que durante más de una década se ha transformado en la Rapunzel bogotana, se acostumbró a ser un personaje llamativo de la antropología urbana. “Las que más me dicen que les gusta mi pelo son las mujeres de mucha edad y los niños, que no se guardan nada”, dice la joven, sentada en el parque de los Periodistas. No es raro que le pidan fotos, como a una celebridad.
Cargar con tantas mechas, tejidas con la persistencia de una abuela que prepara los saquitos para sus nietos, “es como si llevaras a un bebé que debes cuidar, como otro personaje del que eres responsable”. Lo dice en consecuencia de las precauciones cotidianas que se ve obligada a tomar: si ingresa a un bus de TransMilenio evita pararse junto a la puerta, para no repetir el episodio en que al cerrarse la misma trató de buscar un asiento y un jalón de cabeza le advirtió que tendría que aguardar hasta la próxima estación para soltar la greña atrapada.
Si va a montar en moto, precisa un casco de hombre, pues sus ‘rastas’ generan un volumen tal que no caben en una talla de mujer; además, está obligada a guardarse el resto de la melena bajo una chaqueta, no vaya a ser que una de las trenzas se enganche a un vehículo en movimiento y así se cause un accidente.
En la entrada al sanitario, ojo atento. Antes que nada recoge sus trenzas (gruesas como las lianas de Tarzán para avanzar de árbol en árbol) y las pone en su regazo, porque existe el riesgo de que los mechones toquen el agua. Lo mismo ocurre cuando se agacha a recoger algo, pues debe fijarse en no pisar su propio pelo, para “no pegarme una mechoneada”.
Todo empezó porque me parecía aburridor ir cada mes al salón de belleza y todo los días la peinada
Esta bogotana y tatuadora de piel blanca, ojos claros y pequitas no proviene de “familia con loqueras”. Sus padres, diríase, son corrientes: no tatuajes, no piercing, no son de tribus urbanas, son católicos. Sin embargo, su hija les salió alternativa, si la entendemos como aquella persona que no se ciñe a estereotipos.
“No soy rasta, aunque tenga las trenzas. Todo empezó porque me parecía aburridor ir cada mes al salón de belleza y todo los días la peinada. Dos amigos que tenían los dreds (trenzas) comenzaron a tejerme el pelo, hasta que aprendí”, reseña Melisa, antes de ingresar a DC Tattoo Company, el estudio de tatuajes donde labora (local 119 de la calle 19 n.° 3 A - 37).
“Los primeros dos años fueron de una comezón insoportable”. Pero luego se le fortaleció el cuero cabelludo y su pelo, asegura, es más grueso, rubio y saludable. A lo que no se acostumbra es a cargar la melena cuando se la baña cada dos meses, porque esta se le convierte en un lastre que la obliga a permanecer en casa todo el día, mientras se seca. Los dolores de cuello, en esas ocasiones, no son una rareza.
Con medidor en mano establecemos la extensión de la cabellera: cerca de 1,6 metros. Al preguntársele si ha querido cortarse semejante manigua capilar sostiene que sí, un par de veces. Sin embargo, sus amigos y la lluvia se le interpusieron. Y por estos días se siente ‘al pelo’ como Rapunzel. A propósito, cuenta que en la intimidad con su pareja la maraña de cabello ya no estorba, aunque sea como un tercero en momentos de pasión.
Así, pues, Melisa continúa a pie por el centro bogotano, ante la mirada atenta de los circundantes. Antes de perderse entre la gente, recoge la melena entera y se la enrosca al cuello, cual serpiente con su presa. Ese, finaliza, es uno de los usos prácticos de su pelero: usarlo como bufanda para protegerse del frío bogotano.
FELIPE MOTOA FRANCO
EL TIEMPO
@FELIPEMOTOA