La vida de Luz Marina Ramírez ha sido lo más parecido a una contrarreloj de ciclismo, tal como el que ella practicó como una de las primera ciclistas profesionales de Colombia.
Luz Marina tiene 66 años y no ha perdido ni un segundo de esa carrera: fue miembro del club deportivo El Indomable Zipa, del legendario ciclista zipaquireño Efraín ‘el Zipa’ Forero’; luego, se retiró para construir con sus propias manos su casa en Ciudad Bolívar (y también la de sus vecinos, familiares y amigos); en medio de eso, lo grabó todo y reunió, durante más de tres décadas, un archivo audiovisual que hoy es un auténtico patrimonio fílmico de la localidad.
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Pero, además, fue escritora, debutó con escritos en proyectos locales e, incluso, en EL TIEMPO con el proyecto ‘La ciudad jamás contada’; y también se ha dedicado a la gestión cultural y al cine. Y, ahora, fabrica y vende claquetas y aplica a becas y estímulos públicos y privados para sostenerse.
“Toda la vida me ha tocado pedalear duro. Siempre he sido muy activa”, dice, mientras rebusca en su casa, en el barrio Arborizadora Baja, las evidencias de esta historia. De un cuarto y otro salen una vieja bicicleta de ruta, los trofeos y medallas, una caja con recortes de periódicos de los años 80 donde sale ella en competencias, las cartillas y publicaciones de sus escritos y los VHS donde está el archivo de su localidad.
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Días de bicicletaLuz Marina nació en La Candelaria, en el centro de Bogotá. Allí, su familia tenía una panadería y ella ayudaba haciendo los domicilios en su bicicleta.
“Cuando tenía unos 14 o 15 años, unos muchachos me dijeron ‘vamos los domingos a carretera’. Y nos íbamos hasta La Mesa... yo pedaleando en mi panadera”, relata Ramírez. Poco después, escaló a los entrenamientos en una bici de ruta y, entre unas y otras, conoció e Efraín ‘el Zipa Forero’, uno de los gestores de la Vuelta a Colombia y su primer ganador en 1951.

Luz Marina Ramírez
Archivo particular
“Lo conocí en un Nacional de Ruta. Y él me dijo ‘no deje de montar en bicicleta’”, cuenta Ramírez y agrega que se siguieron encontrando, una y otra vez, en distintas carreras hasta que, un día que coincidieron en Monserrate, le llegó la oportunidad que le cambió la vida: “me dijo que estaba armando un club en la rama femenina. Él fue uno de los pioneros en dar participación a las mujeres”.
Esta versión coincide con la que cuenta el libro Todo tuvo un comienzo: El Indomable Zipa. Allí aparecen registrados el nombre de Luz Marina y el ambiente hostil al que se tuvieron que enfrentar ella y otras de las primeras pedalistas del país. “Pese a los prejuicios que cuestionaban que las damas abandonaran su hogar, su esposo, sus hijos, su novio, su trabajo, sus cosméticos y su vanidad, ellas irrumpieron en el ciclismo”, contó el escritor Indalecio Castellano en esta completa biografía del Zipa Forero.
Hoy, Luz Marina aún conserva fotos en las que se ve cómo se abre espacio entre el pelotón y se enfrenta, bien agarrada del manubrio, a ciclistas de talla mundial como la francesa Jeannie Longo. Hubo, incluso, carreras como una clásica en Girardort donde se le midió a participar como la única deportista: entre más de 70 hombres, ella era la única mujer y ganó el cuarto puesto.
“Somos más machas que los hombres”, dijo alguna vez en medio de una entrevista con el periódico El Bogotano. Y esa frase quedó inmortalizada como el titular de una nota publicada el 28 de febrero de 1986 que destacaba la fuerza femenina en un deporte que, hasta el momento, era dominado por los hombres.
“Fuimos muy osadas. En esa época era casi satánico ver a una mujer en una bici, no te bajaban de ‘marimacho”, dice. Aunque Ramírez ganó etapas, clásicas y viajó por Colombia y parte de América Latina, ganó un premio mayor que no tiene forma de medalla o trofeo: “el ciclismo fue libertad”, asegura.
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Maestra de obra (y de cine)“Corrí como hasta los 28 o 30 años y lo abandoné por una solución de vivienda. Me ofrecieron un lote con servicios... yo lo pensé mucho, pero sabía que era difícil que el ciclismo pudiera darme una casa”, dice Ramírez. Entonces, soltó el manubrio para echarse a la espalda bultos de cemento.
“Nos capacitaron. Yo aprendí a descapotar un terreno, a hacer los huecos, a estructurar el hierro, a levantar una columna, a hacer el entrelazado de vigas. Yo soy capaz de estructurar una casa de hasta cinco pisos”, asegura y añade que armó una primera casa en Sierra Morena y ayudó a hacer otras más. Y hay que creerle: porque lo grabó todo.
Corrí como hasta los 28 o 30 años y lo abandoné por una solución de vivienda. Me ofrecieron un lote con servicios... yo lo pensé mucho, pero sabía que era difícil que el ciclismo pudiera darme casa
“Me gustaban las cámaras y la fotografía. Entonces yo filmaba: ‘aquí estamos enchapando’, ‘aquí estamos subiendo un muro, ‘aquí estamos echando plancha’...”, recuerda. Sin saberlo, Ramírez estaba construyendo un registro de la autoconstrucción de una localidad. Hoy, sus más de 120 horas de grabación son un auténtico patrimonio fílmico.
“Lo más bonito de ciudad Bolívar es su pujanza, los anhelos de su gente por sacar sus hijos adelante a punta de trabajo, sin meterse en ningún embrollo”, dice. Y todo eso está contado en imágenes.
En una de las compilaciones de las memorias audiovisuales, titulada ‘Mi ranchito hermoso’, se ve la Ciudad Bolívar de los año 90: una montaña cruzada apenas por algunas vías y casas prefabicadas dispersas de quienes venían de todo el país buscando una oportunidad en la capital. En esa compilación, hay imágenes del paro de 1993, de los procesos de autoconstrucción de las casas, de los partidos de fútbol en cancha de tierra y polvo, los bazares y hasta el ‘Palo del Ahorcado’, un árbol en la punta de la loma que es un símbolo popular que todo habitante de la localidad reconoce.
“El ver uno transformar las cosas por medio de un video o de una fotografía... eso es algo que le llena a uno harto el corazón, el alma. Porque es decir ‘yo pasé por acá y seguramente cuando muera ahí dejo mi legado’ ”, dice Ramírez. Buena parte de ese archivo, gracias al apoyo del Ministerio de Cultura y la Secretaría de Cultura, ha sido digitalizado. Hoy, por ejemplo, usted lo puede encontrar como parte de la exposición permanente del Museo de la Ciudad Autoconstruida, ubicado en el barrio Mirador de Paraíso, junto a la última estación del TransMiCable de Ciudad Bolívar.
De un cajón, Luz Marina saca una Hitachi 1600A, se la monta en el hombro y mira por el visor: “con esta cámara grabé la memoria gráfica de Ciudad Bolívar”, dice y agrega: “Yo a veces me pregunto: ‘¿De dónde saqué esa idea de andar grabando y preguntando?’. Una vez le dije a alguien que se debía a que yo era como chismosa; pero esa persona me dijo: ‘No, lo que pasa es que usted tiene condición de periodista’ ”.
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Una pluma sin frenosEn todo caso, Luz Marina también debutó como periodista. En 2007, hizo parte del proyecto ‘La Ciudad Jamás Contada’, impulsado por EL TIEMPO y que buscó que trece habitantes de Bogotá escribieran historias de la capital. “Yo apenas tengo quinto de primaria. Cuando lo de EL TIEMPO, yo tenía muy mala ortografía... Ahora he mejorado un poquito”, afirma y agradece, ante todo, a Ómar Rincón, periodista y académico colombiano, por guiarla en ese proceso para escribir las historias de violencia que se vivían en Ciudad Bolívar.
¿Que qué les aconsejaría a las mujeres?...
Que no se cohíban de nada y de ningún conocimiento
“Yo escribí sobre los chicos que ya no están con nosotros, a los que asesinaron en una cuestión selectiva. Yo a esos muchachos los vi llegar al barrio cuando eran niños, con esos sueños de vivir bien. Pero, imagínate, terminaban la primaria y el bachillerato y como no había universidad ni papás en casa, porque estaban trabajando, ¿quién los controlaba?...! ‘Mente desocupada, taller del diablo!”, exclama. Hoy, repasa parte de su archivo y señala quiénes hoy solo existen en esas cintas de video, pero también quiénes, pese a todo, hoy son profesionales.
Por esos muchachos, precisamente, Luz Marina ha hecho de todo. Junto a otros líderes de la localidad, apoyó el montaje de la Potocine, una sala de cine comunitario en los extramuros de la ciudad y ha seguido trabajando en proyectos culturales en los barrios de la montaña.
Muy pocas veces tiene tiempo libre y, cuando lo encuentra, se pone a escribir historias y ocurrencia en el reverso de los recibos de los servicios públicos o de la correspondencia. Las ideas no dejan de pedalearle en la cabeza: como en el ciclismo, aquí no hay tiempo que perder.
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ANA PUENTES
En Twitter: @soypuentes