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Bogotá

Los detalles desconocidos de la captura del ‘Monstruo de los Cerros'

Ilustración: Juan Sebastián Villegas.

Ilustración: Juan Sebastián Villegas.

Foto:Ilustración: Juan Sebastián Villegas.

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En este caso se unieron las capacidades de la Policía, la Fiscalía y Medicina Legal para resolverlo.

Óscar Murillo
Antes de ser el monstruo, Fredy Armando Valencia Vargas podría haberse considerado el rey de los cerros orientales. Por muchos años, no precisados por las autoridades ni contabilizados por él, regó cambuches por diferentes puntos de la reserva.
Quizá este hombre de 36 años conoce mejor que nadie los laberintos de árboles y matorrales que entupen la vasta zona entre la avenida Circunvalar y Monserrate. El último rancho de tablas y latas lo ubicó hace unos seis años a escasos 30 metros de la Circunvalar con calle 21.
Llegaba hasta allá por un camino que siguieron con el tiempo decenas de habitantes de calle que, como él, buscaban un lugar para pasar las frías noches que en esa montaña se hacen insoportables.
Era una especie de barrio entre romeros, encenillos, arrayanes y toneladas de basura. Valencia era, sin duda, el más temido, alejado e inusual de los vecinos.
Él mismo se creó una fama de ermitaño violento, vociferaba amenazas de sangre a todo aquel que se acercara a sus corotos. Sin embargo, lo que más llamaba la atención de quienes le temían, eran las visitas constantes, casi diarias, de jóvenes mujeres.
Nadie reparó en ello hasta que una tarde de noviembre del 2015, en su ausencia, un curioso perro de una familia que recién se acomodaba en la zona, comenzó a escarbar bajó el tapiz de desechos que Valencia confeccionó al lado de su improvisada choza.
De la incursión de la mascota quedó, como floreciendo de la tierra y los escombros, una pierna humana. Los dueños del hiperactivo animal lo notaron.
“Unas personas que vivían en los cerros informaron sobre el hallazgo. Cuando llegan los investigadores y empiezan a excavar, se dan cuenta de que es toda una persona”, dice mientras se acomoda en el sillón de su oficina el capitán Bernal, el jefe del equipo especial de homicidios de la Sijín de la Policía de Bogotá, y quien se prepara para recordar uno de los casos más escabrosos que ha tenido que asumir.
11 mujeres fueron desenterradas de las inmediaciones del cambuche de Fredy Valencia.

11 mujeres fueron desenterradas de las inmediaciones del cambuche de Fredy Valencia.

Foto:Abel Cárdenas / EL TIEMPO

Ahí se iniciaron las investigaciones, precisa. La Fiscalía acompañó el proceso y la primera labor fue entrevistar a los denunciantes. Los detectives tenían que recolectar todas las pruebas para poder solicitar la orden de captura contra Valencia.
Hasta ese momento solo contaban con la voz de los testigos –habitantes de la calle que podrían exagerar sus relatos– y el hallazgo de un cuerpo sin identificar en la parte de atrás del cambuche del presunto asesino.
Los fiscales necesitan pruebas contundentes para solicitar la detención de un sospechoso y la experticia de los investigadores les sugería que necesitaban más que esos insumos para convencer a un juez. Mientras tanto, a un par de hombres les fue asignada la tarea de seguirle los pasos al hasta ese momento presunto responsable del homicidio de una mujer.

Aparecen más pruebas

La ansiedad de los detectives creció cuando, al volver al lugar, escucharon las denuncias de más personas sobre las rutinarias visitas de mujeres al rancho de Valencia y la insistencia de este de alejar a cualquiera que tratara de acercarse.
Había dos elementos más: la presunta intención del sospechoso de evitar, con las intimidaciones, que descubrieran el cuerpo y la posibilidad de que hubiera más mujeres enterradas en el sitio.
Con esto, la solicitud de la orden de captura fue más sólida y finalmente aprobada. De inmediato, los policías que le seguían los pasos a Valencia fueron informados. Estos explicaron que el sospechoso estaba a punto de ingresar al hoy extinto sector del Bronx.
“Pensamos que si entraba a ese sector se nos iba a perder, porque no podíamos ingresar al personal a exponerlo en ese sitio. Antes de que ingresara allí decidimos que era mejor capturarlo en ese momento para evitar que se fuera a escapar”, recuerda el capitán Bernal.
El jefe investigador fue uno de los primeros que tuvo contacto con Valencia. En su cabeza rondaba la idea de que el hombre que tenía al frente suyo ocultaba bajo las montañas de basura que había sembrado en los cerros los cuerpos de más personas, pero eran simples especulaciones sin un fundamento sólido.

Mentir para hallar la verdad

Sin embargo, convencido de algo incierto, miró fijo a los ojos inmutables del hombre de baja estatura, labios gruesos, facciones bruscas, y le mintió.
Le dijo que en su cambuche había un equipo de profesionales excavando, que les evitara el desgaste y que era mejor que confesara cuántas personas había sepultado allí.
La respuesta aterró a Bernal: “No recuerdo cuántas son”, soltó sin sonrojarse el hombre. Al otro día, una cuadrilla de funcionarios de la Policía de Bogotá, de Medicina Legal y la Fiscalía arribaron al sitio.
Era tal la cantidad de basura, que fue necesario solicitar el apoyo a la Alcaldía de Bogotá, que envió personal de aseo.
Unidades de criminalística supervisaban que los operarios no se llevaran alguna prueba y durante dos días vieron cómo se llenaron por completo cinco camiones con los desechos y escombros que Valencia acumuló por tres años. Retiraron una capa de aproximadamente metro y medio.
Cuando terminaron estas labores, con el terreno limpio, empezaron la excavación. Pero no aparecía nada. No había restos ni pistas de cuerpos.
“Estábamos pensando si era verdad lo que había dicho o si era una simple suposición o un engaño de una persona que podría tener problemas mentales”, recordó los momentos de tensión que vivió el investigador.
Sin embargo, se le ocurrió algo: solicitó a la Fiscalía un permiso especial para llevar hasta la escena al sospechoso. Estando en el lugar, él mismo señaló la zona donde había enterrado a sus víctimas. Las labores se focalizaron en el punto indicado y después de retirar un metro de tierra, apareció el primer cuerpo. Eran huesos arropados por una fina tela color marrón.
Esa mañana, dice el capitán, desenterraron tres mujeres más. El hombre, que con el hallazgo de cada víctima iba consolidándose como el monstruo de los cerros, tenía una manera de almacenarlos.
Fredy Valencia, el monstruo de los cerros orientales, fue condenado a 36 años de prisión por sus crímenes.

Fredy Valencia, el monstruo de los cerros orientales, fue condenado a 36 años de prisión por sus crímenes.

Foto:EFE

Enterrados como lasaña

“Él las había enterrado como tipo lasaña, por capas. En el mismo sitio ponía el cuerpo, lo cubría con un tapete y encima basura. Y lo repetía: cuerpo, tapete, basura; cuerpo, tapete, basura”.
Después de una semana de labores y 10 metros de tierra removida, fueron 11 las mujeres, entre los 18 y 22 años, las que sacaron. De estas, seis fueron identificadas. Se trataba de habitantes de calle, jóvenes olvidadas, que seguían al homicida hasta el cerro con la promesa de una bicha de bazuco, licor o comida.
Él mismo declaró las razones para llevarlas. Confesó que les ofrecía estas cosas a cambio de ‘un momento de placer’ y que su intención no era asesinarlas. El capitán Bernal cree esto.
“Lo que percibo como investigador es que a él lo motivaba el impulso sexual, no las llevaba para matarlas, las llevaba para tener relaciones y muchas mujeres que accedieron quedaron vivas, no las mató. Incluso, tuvo novias y las llevaba allá; el fin de todo era el sexo, pero cuando ellas se oponían le daba mal genio y lo que hacía era usar la fuerza bruta sobre ellas, las muertes eran por asfixia”, narró el detective.
Otra de las razones que despertaba la ira del hombre, según arrojó la investigación, era que las jóvenes no accedieran a bañarse antes de intimar. Él tenía una caneca grande con agua y les pedía que se asearan. Sin embargo, casi siempre lo rechazaban, estaban en los cerros, donde el viento helado se clava en el cuerpo como si fueran agujas.
Para el capitán, quien hizo parte del equipo que lideró toda la investigación, este caso demostró la capacidad de trabajo entre las instituciones a cargo de la seguridad y el esclarecimiento de los crímenes en la ciudad. En medio del dolor por lo ocurrido, celebró la captura del asesino en serie.
“Este caso no es tanto lo duro que haya sido, sino la connotación e importancia para la ciudad. Esta era una persona que venía matando gente durante años y nadie lo sabía. Esta es la hora que si ese perro no saca ese cuerpo, posiblemente nadie se hubiera enterado y podría haber más víctimas, porque él atacaba a habitantes de la calle, personas que nadie las extraña, ni siquiera la familia”, declara Bernal.
Este hombre, por años dedicado a esclarecer homicidios no solo en Bogotá sino en todo el país, todavía tiene una sospecha que le arrebata la tranquilidad: aunque el monstruo aceptó los cargos declarando que las mujeres halladas fueron todas las que asesinó, considera que nunca se inspeccionó en las otras zonas de los cerros donde vivió Valencia.
“Nunca sabremos si en la montaña hay más cuerpos enterrados”, concluye el investigador.
Este trágico episodio de la historia bogotana terminó con una sentencia que para muchos es una ofensa de la justicia: 36 años de prisión por los delitos de homicidio, acceso carnal violento, desaparición, entre otros, que transformaron para siempre a Fredy Armando Valencia Vargas en el monstruo de los cerros orientales.
ÓSCAR MURILLO MOJICA
Twitter: @oscarmurillom
Escríbame a: oscmur@eltiempo.com
Óscar Murillo
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