Ha tenido nueve bicicletas en tres décadas. En promedio, cada una le duró tres años y dos meses. No las cambió sino que se las robaron. Aun así, es un convencido de que llegará a ‘viejo’ sobre su caballito de acero.
Es Germán Núñez, quien prefiere que lo llamen ‘Mono Núñez’ o ‘Mono’, a secas. Nació en la Clínica Palermo hace 50 y tantos años, y más de la mitad de ellos los ha vivido sobre el sillín, una pasión que descubrió en la Universidad de los Andes mientras estudiaba Filosofía y Letras (1985).
Para celebrar su aguante, afición, convencimiento, o como usted prefiera llamar el gusto del ‘Mono’, acaba de publicar Mi cicla y yo, un libro a través del cual espera compartir su experiencia. “Que les sirva a todos los que no saben por dónde empezar a adoptar la bicicleta como medio de transporte”, apunta el autor, de carcajada pronta y palabras medidas.
Antes de pedalear para moverse por Bogotá, echó mano del autostop. En la calle 47 con carrera 5.ª se paraba y sacaba su pulgar para que algún estudiante andino lo arrastrara hasta el campus, en el centro de la ciudad. La mecánica le funcionó por meses, hasta que un día Catalina Pizano, compañera de carrera, pasó en su cicla y él le pregunto que para dónde iba. “Para la universidad, a la misma clase que usted”, le respondió.
Al día siguiente, Núñez hizo lo propio y desde entonces buses, taxis, carros particulares y más tarde TransMilenio no fueron más que opciones de emergencia para su movilidad.

Las fotos de archivo muestran la Bogotá de años pasados. Archivo / EL TIEMPO
El libro, de hecho, está dedicado a Catalina. Al avanzar por sus páginas se revelan viñetas de la cotidianidad.
Recuerda que en las décadas de los 80 y 90, las ciclorrutas eran apenas ideas y que solamente al final de esa última década aparecieron las primeras. “En las carreras 11 y 13, en la localidad de Chapinero, y en la avenida Ciudad de Cali. Fueron un desacierto... La creación de las ciclorrutas ha sido una idea llena de buenas intenciones pero muy mal ejecutada”, opina Núñez, quien sostiene que la falta de señalizaciones y el riesgo de accidentes con carros todavía son una debilidad de esos corredores.
El texto también reseña estancias en Nueva York y Londres, ciudades en las cuales tuvo la oportunidad de trabajar como mensajero a pedal. Estas son experiencias que, además de ilustrativas sobre las formas de movilidad en esas metrópolis, demuestran que los caballitos de acero son un medio que no sabe de estratos.
“Filosóficamente hablando, una bicicleta no es más que un marco y accesorios que descansan sobre unas llantas. Pobreza o riqueza no son partes suyas, solo son ideas que nos formamos sobre su estatus”, reflexiona el ‘Mono’, apuntando a derrumbar el mito según el cual las ciclas solo son para los estratos más populares.
La guerra del centavo entre buses del transporte público, la lluvia de la capital, la inseguridad en algunos sectores y las excusas que los no ciclistas aducen para escurrirle el bulto a la bicicleta merecen capítulos puntuales. Eso sí, el autor acepta que cada quien tiene libertad de elegir el modo de transporte que prefiera.
Uno de los argumentos más simpáticos para ganar biciusuarios lo toma prestado de H.G. Wells, intelectual británico que un día expresó: “Siempre que veo a un adulto encima de una bicicleta recupero la esperanza en el futuro de la raza humana”, quizás porque, ya en palabras del bogotano, “el ciclista parece ser más feliz que otros ciudadanos cuando se transporta”.
Y a propósito, sostiene que no obstante la impersonalidad de la gran ciudad, el mejor regalo que se le puede dar a un desconocido es una sonrisa. Toda una declaración de principios.
Mi cicla y yo, en fin, es una obra para leer sin estrés, como se supone que se mueve el mundo de las ciclas urbanas. Además, se pueden disfrutar fotos de archivo (algunas de EL TIEMPO) que nos muestran otros tiempos de la capital, un viaje por tres décadas de historia y pensamientos.
Si se anima, cada ejemplar cuesta 50.000 pesos y se pueden encontrar en las librerías Casa Tomada (Palermo) y Lerner (centro y Parque de la 93).
FELIPE MOTOA FRANCO
Redactor de EL TIEMPO
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