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Bogotá

El lavadero comunal que le cambió la vida a abuelos en La Candelaria

El lavadero comunitario está ubicado en la carrera 2.ª este n.° 7-48. Es visitado por 40 usuarios inscritos.

El lavadero comunitario está ubicado en la carrera 2.ª este n.° 7-48. Es visitado por 40 usuarios inscritos.

Foto:Mauricio León / EL TIEMPO

Adultos mayores y madres cabeza de familia se benefician de cuatro lavadoras y cinco secadoras.

Andrés Montenegro
Con cuatro niños pequeños en la casa, una madre cabeza de familia, y tan solo un platón para dejar en remojo la ropa de seis personas, tener a disposición cuatro lavadoras y cinco secadoras cambia vidas.
Que lo diga Martha Lucía Nieto, una mujer de 56 años que vive hace 17 años en La Candelaria, en compañía de sus nietos. Ella entraba feliz su carrito de metal para llevarlo atestado de ropa limpia a su casa. “Allá es un caos porque siempre están en obra y es muy incómodo lavar”.
En La Candelaria, la lavandería comunal tiene administradora. Se llama Nelly Parra y volvió a trabajar en la alcaldía local desde el 12 de julio, pero no es nueva en la zona. Todos la conocen y la respetan y sí que sabe enseñar a manejar las máquinas con toda la ciencia del caso. “Tiene que echarse el jabón necesario y dejar cumplir bien el ciclo, o si no, esto se daña y se perjudica toda la comunidad. Yo estoy muy contenta porque el alcalde Manuel Calderón volvió a abrir el lavadero comunal”.
Dicen que estuvo cerrado por mucho tiempo porque bajo otras direcciones dejaron dañar algunos equipos y terminaron guardados y sin uso, hasta que la nueva administración quiso revivir el proyecto. “Lo mejor de todo es que ya tenemos casi 40 usuarios inscritos que nos visitan desde hace dos meses”. Adultos mayores, madres cabeza de familia, personas en condición de discapacidad, hombres solos y hasta universitarios son los que más aprovechan los servicios de lunes a viernes. Son casi 60 personas a la semana que van de 8 a. m. a 12 del mediodía y de 2 a 4 de la tarde.
Los requisitos son pocos: un certificado que acredite que viven en la localidad en barrios como Egipto, Belén, La Concordia, La Catedral, Santa Bárbara o Las Aguas, entre otros, la cédula y muchas ganas de que su ropa quede bien despercudida sin pagar un solo peso a cambio. Eso sí, tienen que llevar su jabón.
“Yo tengo 80 años, nací en el barrio Egipto. A mí se me facilita mucho traer los chiros acá. Yo solo vivo con mi mujer y es una gran ayuda para ella. Esto existía antes, pero con Petro no funcionó”, dijo un hombre de canas que pedía asesoría para manejar la secadora.
Las mujeres que padecen de dolores en su cuerpo por una enfermedad o simplemente por el paso de los años también agradecen la puesta en marcha del lavadero. “Mi nombre es Gladys, vivo en Egipto y me duelen mucho las manos. Pero desde que me dieron esta oportunidad soy feliz, vengo todos los martes”. Lina María Vélez tiene 36 años, un trabajo que le demanda mucho tiempo, y tres hijos que piden su atención. “Donde vivo los servicios son muy caros para lo que me gano. Estas lavadoras son un apoyo muy grande”. A Miriam Rodríguez, de 38 años, le pasa lo mismo. Cuenta que doña Nelly les tiene mucha paciencia para enseñarles a lavar. “El beneficio es grande, en donde vivo los lavaderos son muy pequeños”.
Lo mismo piensa Martha Rondón, de 46 años, para quien esta ayuda aliviana las cargas que debe suplir de su bolsillo. “Vivo en Belén, esto es una ayuda económica muy grande. Además, uno aprende a manejar estas máquinas y de paso conoce gente”.
En una esquina estaba Rafael Sanabria de 71 años. Vive solo, y cuenta que cada vez que tenía que lavar se “volvía un ocho. Hoy es la primera vez que vengo acá, voy a salir muy agradecido y con mi ropa limpia y oliendo a rico”, dijo. Hasta las personas en condición de discapacidad encuentran un alivio. Pilar Jiménez Moreno tuvo un accidente. “Un día se me toteó la retina y en el otro ojo también estoy perdiendo visión. Aquí me siento feliz, vengo con mi tía y de paso participo en talleres, hago ejercicio, bailo, hago muchas actividades”.
Lo tiene todo, a excepción de unas 23 canastas flexibles que vieron en el supermercado Jumbo y que quieren comprar para poder cargar la ropa con facilidad. “Ya las coticé y sueño con poderlas tener”, dijo Parra, quien hace planes como la buena administradora que es. Ella se toma el trabajo muy en serio.
Y es que no se trata solo de ir y lavar ropa, es una oportunidad para conocer gente de la comunidad, para hablar de los problemas del barrio y hasta para enterarse de chismes. “Yo vivo agradecida porque trabajé toda mi vida lavando ropa. Hoy, ya con 71 años, puedo hacer lo mismo de forma divertida. Aquí hacemos talleres y hasta nos llevaron a Cartagena”, dijo Rosaura Moreno, quien vive en la calle sexta con carrera 1.ª.
Mientras las máquinas suenan todos tienen tiempo de tomarse un tinto u ojear una revista, planear un chocolate comunitario, en conclusión, salir de la rutina mientras el cuerpo descansa. “No se imagina como algo, aparentemente básico, le cambia a uno la vida”, dijo una mujer mientras salía del lavadero comunitario.
CAROL MALAVER
Subeditora Bogotá
* Escríbanos a carmal@eltiempo.com
Andrés Montenegro
icono el tiempo

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