“En las últimas noches hemos tenido decenas de ciudadanos golpeados, también policías y hoy me tocó a mí. Con un piedra me pegaron en la cara. El mensaje es que no podemos seguir golpeándonos. Es imposible construir diálogo en medio de las piedras. Tenemos que hacer un esfuerzo por escucharnos, por desescalar la tensión, por volver a convivir no solo en el Portal de Las Américas sino en todo Bogotá”, este fue el mensaje que dio el secretario de Gobierno, Luis Ernesto Gómez, quien en un intento por recobrar la calma en este sector resultó agredido.
Este ha sido solo uno de los incidentes más lamentables luego de 20 días de protestas pacíficas, vandalismo, bloqueos y violentos enfrentamientos entre la Fuerza Pública y manifestantes en el sector del Portal de Las Américas, en la localidad de Kennedy. Allí, la Administración Distrital decidió implementar desde el pasado jueves 20 de mayo un puesto de mando unificado (PMU) abierto y público para tratar de recuperar la confianza y convivencia entre los actores involucrados.
Esta iniciativa fue presentada ese mismo día en horas de la mañana por el secretario de Gobierno, Luis Ernesto Gómez; el alcalde mayor (e), Alejandro Gómez, y los generales Óscar Gómez Heredia, comandante saliente, y Eliécer Camacho, comandante entrante de la Policía Metropolitana de Bogotá (Mebog). La idea es que desde este lugar se tomen las decisiones sobre cuándo interviene el Esmad, y existan muchos ojos vigilando los acontecimientos.
Y es que en este lugar confluyen todos los escenarios. De día hay miles de expresiones pacíficas por parte de los jóvenes, muestras culturales y artísticas, pero en la noche siempre hay una reacción violenta de vándalos que terminan por activar la presencia del Escuadrón Móvil Antidisturbios y es ahí donde ocurren los estallidos violentos.
Todas estas noches, la jornadas parece comenzar y terminar igual. Personas de todas las edades comienzan a ocupar la zona y hasta organizan ollas comunitarias. Los clamores son diferentes: hambre, desempleo, imposibilidad de estudiar, falta de oportunidades, violencia por parte de la policía. En fin, cada voz reclama por algo diferente. En el día, todos estos reclamos van acompañados de puestas es escena e incluso conciertos en los que participan músicos de diferentes sectores de la ciudad. También hay movimientos culturales que reclaman ayudas del Gobierno.
Mientras todo esto pasa, los vecinos de la zona apoyan los reclamos de la juventud, pero rechazan las afectaciones que han sufrido a causa de la violencia, las piedras que rompen sus ventanales, los gases lacrimógenos que afectan su salud y, sobre todo, porque se sienten presos.
“Yo apoyo a los jóvenes, pero no me aguanto que uno no pueda salir a caminar libremente por su barrio por miedo a que le caiga una piedra encima o una bala de caucho”, dijo uno de los residentes afectados que prefirió no dar su nombre. Otros dicen que las detonaciones no los dejan dormir.
Y es que la llegada de la oscuridad da miedo. La noche del viernes, por ejemplo, dos jóvenes llegaron al puesto de salud pidiendo atención. Habían sido apuñalados, uno porque debía una plata y otro en medio de un intento de robo. Es que los delincuentes se aprovechan de estos espacios para delinquir. Por ejemplo, el Supercade Américas fue totalmente vandalizado.
A eso de las 4:30 ha venido arribando el secretario de Gobierno y todo su equipo de trabajo y con miembros de la Policía, también con profesionales de la Personería, la Procuraduría, Defensoría del Pueblo, entre otros. Pero hablar con 5.000 personas con pensamientos diferentes no es nada fácil. Menos cuando unos pocos lo hacen con ofensas y agresiones. Solo durante una de estas jornadas un grupo de vándalos le prendió fuego a una garita de vigilancia, tumbaron rejas de la parte posterior de las instalaciones y robaron en el Supercade.
No obstante, la Administración seguirá recibiendo denuncias por parte de organizaciones sociales sobre casos de violación de los derechos humanos y escuchando a los jóvenes en sus peticiones. Lo único que se pide es el cese de la violencia.
CÁROL MALAVER
Subeditora de Bogotá
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