“Mi hijo adquirió un profundo miedo a la muerte”, “Mi sobrina sufrió de ataques de pánico y no logra superarlos”, “Ana ya no quiere volver a clases presenciales a la universidad”, “Mi hijo intentó quitarse la vida en pandemia”.
Estas son solo algunas de las frases de los padres de niños, adolescentes y jóvenes que hoy viven los estragos del confinamiento y el miedo que causó la pandemia de covid-19. Las cicatrices ya quedaron.
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Las autoridades son conscientes de esta situación, pero sin haber culminado la emergencia sanitaria falta mucho para atender la bola de nieve, cada vez más enorme, que significarán los problemas de salud mental en las ciudades.
En días pasados, el secretario de Salud de Bogotá, Alejandro Gómez, dijo que en la capital la ansiedad y la depresión se agravaron por las condiciones de la pandemia, así como la ideación suicida y el consumo de sustancias psicoactivas.
La Veeduría Distrital explicó que durante el 2020 se registraron 327 suicidios, de los cuales el 77 % fue de hombres, y añadió que las localidades en las que sé más se registraron por cada 100.000 habitantes son Sumapaz, La Candelaria, Santa Fe y Tunjuelito. Las principales causas de hospitalización fueron los trastornos mentales del comportamiento, los del humor y neuróticos y los relacionados con el estrés.
De los 25.000 casos atendidos en la línea 123, la Secretaría Distrital de Salud (SDS) realizó más de 16.000 despachos de equipos compuestos por profesionales de medicina y enfermería, para atender a los ciudadanos en sus domicilios por afectaciones en temas de salud mental.
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Y no es un tema solo de cifras y estudios, las familias hablan de esto en las reuniones y en los grupos de WhatsApp, también lo hacen los docentes de colegios y universidades. Una profesora que prefirió ocultar su identidad habla de cómo se han minado sus clases luego del confinamiento. “Muchos estudiantes se incapacitan por problemas de salud mental, otros dicen no querer volver a clases presenciales y se agobian por los trabajos y las cargas académicas. Algunos ya están medicados”.
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Otros hablan de los estragos en sus familias. “Mi sobrina tiene ataques de ansiedad, no soporta las multitudes, no tolera las reuniones familiares, no habla, y en tres ocasiones se le han cerrado las vías respiratorias cuando se siente agobiada”, dijo Carmen en una reunión de padres de familia en un colegio.
El doctor Édgar León Lozano, psicólogo clínico y experto en atención en terapia individual, reconoce que ante la pandemia y la pospandemia es importante aunar fuerzas. “En esta época, toda ayuda a nivel de salud mental es bienvenida: psicólogos, psiquiatras, médicos, enfermeras, operadores de salud. Todos debemos trabajar interdisciplinariamente en lograr un objetivo común: el paciente”.
En esta época, toda ayuda a nivel de salud mental es bienvenida: psicólogos, psiquiatras, médicos, enfermeras, operadores de salud. T
Explica que el papel de estos profesionales debe ser el de agentes de cambio para obtener y mantener una actitud positiva frente a la vida que permita afrontar mejor todos los desenvolvimientos del individuo ante sus emociones, la familia y la sociedad. “En últimas, los psicólogos debemos ser artífices de una vida más armoniosa para el individuo y su mundo interior y exterior”.
El asunto es de tal gravedad que incluso ha sido expuesto en el Concejo de Bogotá. La cabildante Diana Diago ha alertado en varias oportunidades que desde el mes de febrero de este año, los suicidios en la ciudad se han incrementado en un 35,2 %, afectando con mayor intensidad a los jóvenes de entre 18 y 28 años. “Nos preocupa la salud mental de los ciudadanos, en especial la de las mujeres; las cifras indican que por cada tres casos registrados en esta población se registra uno en los hombres. Lo cual evidencia que son las más afectadas”.
Añade que es claro que la pandemia afectó de manera preocupante a la población y dejó consecuencias de toda índole, como desempleo, pérdida de familiares y amigos, entre otras. “Hoy, los problemas de salud afloran con más fuerza, incrementándose la conducta suicida, así como los trastornos de ansiedad y depresión. Las estrategias de la Administración se quedan cortas para enfrentar estas problemáticas. “Las alertas están dadas, pero faltan medidas de choque. El llamado es para que las entidades distritales actúen”.
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Y según la Organización Mundial de la Salud (OMS), la pandemia podría tener un impacto en la salud mental de millones de personas a mediano, corto y largo plazo, pues modificó el diario vivir de todos, y quienes viven con ansiedad o depresión, o lidian con tristezas permanentes, sufrimientos, estrés y desesperanzas, se han visto obligados en muchos casos a enfrentar sus padecimientos con un aislamiento social mucho mayor que antes.
Según el documento de la iniciativa Respuestas Efectivas contra el covid-19 (Recovr), dado a conocer por el Departamento Nacional de Planeación (DNP) y basado en datos de la encuesta Pulso Social del Departamento Administrativo Nacional de Estadística (Dane), la soledad, la insuficiencia de interacciones sociales, la pérdida de ingresos y el desempleo se asocian frecuentemente con el deterioro de la salud mental. “Desde el inicio de la pandemia de covid-19, los índices de ansiedad, depresión y de estrés en general han aumentado a nivel global”.
Esta encuesta se aplicó en mayo, agosto y noviembre de 2020 en Colombia. Fueron en total 720, y aunque no es representativa, sí da importantes alertas de lo que está por venir.
Durante la pandemia se ha observado un aumento del 30 por ciento en las consultas a las líneas territoriales de asistencia psicológica, particularmente por síntomas de depresión y ansiedad, así como por casos de violencia intrafamiliar.
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Otro dato es que los hogares en los que la salud mental de los adultos se deterioró durante la pandemia, o donde aumentaron los conflictos de pareja, presentan mayores tasas de deterioro de la salud mental de los niños, niñas y adolescentes (NNA).
En particular, uno de cada tres hogares que reportaron síntomas asociados al deterioro de salud mental en los adultos entre mayo y noviembre de 2020 también registraba mayor tristeza en los NNA entre marzo y noviembre de 2020; uno de cada cuatro reportó el surgimiento de nuevos miedos en los NNA, y el 42 por ciento, mayor preocupación o ansiedad.
Así, más temprano que tarde hay que actuar. Por ahora se sabe que el Distrito adelanta estudios que dará a conocer el próximo año.
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‘Mi hijo nos llamó a decirnos que tenía elcable de los audífonos alrededor de su cuello’

Muchos niños, adolescentes y jóvenes sufrieron graves trastornos mentales a raiz del encierro.
Sebastián Márquez.
Agitados arribaron a su casa, solo querían ver a su hijo, quien minutos antes los había llamado a decirles que una idea de morir había llegado a su cabeza y que ahora, arrepentido, no sabía cómo quitarse un cable que aprisionaba su cuello.
Todo cambió para Diego Alejandro, hoy de solo 13 años, cuando comenzó a ver videos en YouTube sobre el coronavirus. Antes de eso era un niño tranquilo que cursaba grado octavo y que vivía con su papá, su mamá y su perro y que disfrutaba de salir a la calle a montar bici en el conjunto residencial.
Con la llegada de la pandemia, esas actividades menguaron y, en cambio, fue bombardeado de noticias falsas y otras más que sí correspondían con lo que estaba pasando. “Yo estaba muy asustado porque en internet veía muchas cosas. Una vez, en un viaje, vi unos videos en donde se veía a gente desplomarse en la calle y morirse. Eso me impactó y luego resultó que no era tan así”.
Y con ese arranque Diego recibió la peor noticia de su vida. “Primero escuché que la enfermedad ya había llegado a Colombia y luego cuando visitaba a mis abuelos, en Villavicencio, mi mamá que es médica nos llamó y nos dijo que se había contagiado”.
El miedo que sentía se incrementó al saber que los besos y los abrazos ya no iban a poder ser. “Fue como si un monstruo hubiera llegado a mi vida. Vivía asustado por la vida de mis abuelos porque decían que las personas mayores sufrían y eran las que más morían”.
Pronto Daniel dejó de ir al colegio y aunque al comienzo lo asimiló muy bien, con el tiempo eso que le había parecido tan novedoso de la virtualidad lo fue aburriendo porque sentía que no estaba aprendiendo igual. Se volvió tediosa, era la misma rutina todos los días. El niño se debatía entre el deseo de aprovechar cada salida y el pavor de entrar en contacto con infectados.
Todo desató una serie ideaciones suicidas que llegaban a su cabeza. “Comencé pensar en la muerte, en qué pasaba si me lanzaba del algún lugar, cosas así”.
Pero en agosto toda esa tristeza reprimida estalló. “Estar solo en la casa me afectó mucho y ese día mis papás no estaban. Me desesperé tanto que pensé que la única solución era acabar con mi vida. Entonces me aprisioné el cuello con el cable de mis audífonos”. Pero, así como llegó ese impulso, llegó el arrepentimiento, pero ya no podía soltarse.
Entonces como pudo les contó a sus papás y ellos salieron corriendo como locos a su casa.
Entraron en shock cuando vieron semejante escena, pero lograron estabilizar sus emociones y pensar con cabeza fría qué iban a hacer. “Mis papás se asustaron mucho, ellos tenían muchos problemas y yo les ocasioné uno más, mi mamá se puso muy, muy triste”.
Lo siguiente que pasó fue puro amor. Sus padres lo acogieron, lo escucharon y buscaron ayuda de profesionales.
Un psiquiatra ayudó al niño a manejar sus emociones y a reforzar sus creencias y la psicóloga del colegio logró que el niño expresara todos los estragos que la pandemia había causado en él. “Le conté todo el dolor que sentí cuando mamá enfermó. Lo preocupado que estuve, no dormir pensando en ella y al día siguiente, tener clases, estar desconcentrado. Todo eso me agobiaba”. Dijo que cada vez que escuchaba las estadísticas de las muertes pensaba en que su mamá fuera uno de esos números. “Ahora les digo a los niños que les cuenten todo a sus papás, yo confié en ellos y me ayudaron y a los papás que apoyen a sus hijos”.

Algunos niños generaron un miedo profundo de volver a socializar.
Sebastián Márquez.
“Mamá, no quiero que tú y papá se mueran. Por favor, no salgas a la tienda”. Ronaldo, de seis años, se aferraba a la ropa de sus padres cada vez que ellos se veían en la necesidad de abastecerse de víveres en el momento más crítico de la pandemia en la capital.
Johanna es asistente administrativa, vive en Suba, y convive con su esposo y sus tres hijos. El mayor hoy tiene diez años y los dos menores, siete. “Cuando empezó la pandemia nos tocó hacer teletrabajo y ya en casa, nos la pasábamos viendo noticias todo el día. Los niños estuvieron expuestos todo el tiempo a esa información”.
La familia dice que lo más duro fue entender que tenían que vivir encerrados y que si se salía había que hacerlo cubiertos de pies a cabeza. “Fue un cambio muy abrupto para todos nosotros y eso que a ninguno de mi familia le dio covid 19”.
Pero, mientras los casos aumentaban también el miedo en Ronaldo. “Él no paraba de llorar y su tristeza era terrible cuando teníamos que turnarnos para salir. Me decía: no quiero que te mueras, mamá. Nosotros tratábamos de explicarle lo que pasaba, pero no era fácil para él asimilarlo”.
Luego los síntomas se comenzaron a incrementar. El niño no podía conciliar el sueño porque todo el tiempo estaba pensando en que se iba a quedar solo y comenzó a orinarse en su cama, algo que nunca había pasado antes. “Se levantaba llorando y me iba a buscar, me decía que soñaba con mi muerte. Eso era muy desgarrador. Mi reacción fue hablar con mi niño, con mi esposo y supimos que teníamos que buscar ayuda de inmediato”.
Los otros dos niños también estaban afectados y aún más de ver a su hermano sufriendo. “A veces los tres lloraban juntos. Me tocaba dormir con ellos”.
El encierro era algo así como un refugio para Ronaldo, pero del que no podía escapar. “Lo primero que le dijo a la psicóloga fue que no se quería quedar solo. El tratamiento le sirvió para asimilar cosas de otra forma”. Sin embargo, el regreso al colegio no fue fácil. “Así como fue un golpe el encierro fue un golpe el anunció del regreso”.
La profesora le contaba a Johanna que los primeros días el niño se ubicaba en un rincón y permanecía solo. “Él no quería que nadie se le acercara, mantenía con su tapabocas puesto y no hablaba con nadie”. La madre del menor encontraba el tarro del alcohol desocupado al final de cada jornada. “Yo creo que él se la pasaba echándose gel antibacterial todo el día en sus manitos”.
Pero poco a poco el niño fue cediendo y pudo culminar su año escolar con éxito, volver a dormir y recuperó gran parte de su tranquilidad. “Cuando lo vacunaron él estaba superfeliz, puso su brazo y ese día también descansó”. Pese a que sus hijos salieron de la crisis, Johanna siente que ni el Distrito ni las instituciones educativas están preparadas para manejar problemas de salud mental. “Ni antes ni después se hizo una reunión con los papás para preguntarles cuál era el estado emocional de sus hijos ni cómo les afectó todo esto. Hoy les digo a los padres que no les dé miedo hablar porque eso puede llevar a que nos arrepintamos más tarde”.

Martha Suescún, director general de la Fundación Libérate.
Archivo particular
Martha Suescún, directora de la fundación Libérate, habla de su trabajo con niños y jóvenes.
¿Qué está pasando con los niños y los jóvenes?
Hay una crisis muy fuerte especialmente entre los niños y los adolescentes. Se desestructuró su área mental. Se nos aumentó el ingreso de pacientes casi tres veces por trastornos de ansiedad o depresión.
¿Por qué están tan afectados?
Las noticias, los videos y el material falso o amarillista que circuló en las redes sociales exacerbó sus niveles de miedo y ansiedad. Cada uno asimiló la situación de manera diferente. Al comienzo el encierro fue hasta divertido para algunos, pero luego cuando las muertes aumentaban todo se puso oscuro para ellos.
¿Estar aislados fue tan grave?
Sí, para muchos. Sacarlos de universidades y colegios fue duro. Eso fracturó sus vidas. Estar lejos de sus amigos, perder tiempo vital de esas etapas generó un quiebre.
¿Cómo los afectó el miedo?
Mucho. La posibilidad de perder a padres, hermanos, amigos, abuelos hizo que el miedo se canalizara de diferentes maneras y afectando la parte fisiológica y motora de muchas personas. Pensar en perder a quienes los cuidaban fue muy fuerte, sobre todo para los niños.
¿Qué hacer como padres?
No tiene que pensar que siempre tiene la razón y que tenemos todo el poder sobre nuestros hijos. Es mejor generarles confianza y no tanto señalamiento. Nunca hay que minimizar o subestimar lo que están sintiendo.
¿Cuáles son los signos de alarma?
La rebeldía, el llanto, los silencios prolongados, la rabia, la brusquedad. Yo recomiendo más diálogo y menos cantaleta. Un abrazo es muchas veces más efectivo. Es muy importante que asumamos ese rol. Y lo más importante es buscar ayuda profesional cuando ya no sepamos qué hacer ni cómo actuar.
CAROL MALAVER
SUBEDITORA SECCIÓN BOGOTÁ
carmal@eltiempo.com