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El paseo de grado que terminó en tres días de pesadilla en México
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El día de grado que terminó en tres días de pesadilla en MéxicoMaría Paula Chala lo único que quería era conocer México pero , en cambio, fue maltratada por las autoridades de migración de ese país. Hoy solo quiere que nadie más viva su pesadilla.
El paseo de grado que terminó en tres días de pesadilla en México

Carol Malaver

El paseo de grado que terminó en tres días de pesadilla en México

María Paula Chala fue maltratada en las oficinas de migración de ese país. 

María Paula Chala tenía en mente conocer México desde mucho antes de graduarse como sicóloga. Le emocionaba conocer su cultura, gastronomía y los sitios turísticos. Poco a poco ahorró para cumplir su cometido.

Llegó el día de su graduación, 5 de septiembre de 2019. Cuatro días después viajaría a Cancún (México). “Yo tengo una prima que visita mucho ese país como turista porque allá tiene a su novio que también es amigo mío. Pero no es ilegal, lo hace dentro de los términos de la ley. Ellos me iban a guiar en mi viaje turístico. Yo solo tenía dinero para una semana”.

Su familiar estaba en Colombia por esos días. Iban a salir juntas, pero su prima perdió el vuelo y terminaron viajando en vuelos diferentes. “Ella llegaba a México a las 9 de la noche y yo, al otro día en la madrugada. Me iban a esperar en el aeropuerto”.

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Así, con esos imprevistos, María Paula llegó a México a la 1:10 de la mañana del 10 de septiembre, a las oficinas de migración en ese país. Le hicieron las preguntas de rutina.

“Dije que me había invitado el novio de mi prima. Hasta tenía copia de su cédula y una carta de invitación. También de mi tiquete de ida y vuelta. Soy muy tranquila, así que les hablaba con calma”.

Como buena sicóloga, dice que notó un lenguaje no verbal muy extraño. “Me miraban de arriba abajo. Luego, me tocó irme con un señor a responderle las mismas preguntas”. Fue conducida a una especie de sala de interrogatorio con gente de otras nacionalidades. María Paula era optimista y pensaba que iba a ser cuestión de minutos salir de allí.

Pasaron tres horas, tiempo durante el cual no la dejaron usar su celular ni lo que contenía su maleta de mano. Luego, vino otra entrevista con otra funcionaria de migración en México. “Ella me dijo: ‘Dame tu celular’ y luego empezó a leer mis mensajes personales. A mí eso no me preocupó. Me alegré de que se fuera a dar cuenta que yo hablaba era con mi familia cosas bonitas del viaje. Quería que encontraran un correo en donde había un Excel con los sitios turísticos que quería visitar”.

Ella me dijo: ‘Dame tu celular’ y luego empezó a leer mis mensajes personales.  Me alegré de que se fuera a dar cuenta que yo hablaba era con mi familia cosas bonitas del viaje

La amabilidad del inicio se fue haciendo hostil. “Me dijo que mi prima estaba de ilegal en México y que por eso no iba a entrar a su país. Yo quedé en shock”.

Cada paso de este recorrido interminable era peor. A ella y a otras personas se las llevaron a un cuarto al final de un pasillo. “Allí había más mujeres, gente acostada en las sillas. Dije: Dios mío, me va a tocar esperar aquí. Pensé que como había vuelos diarios pronto me devolvería con mis papás”.

Los oficiales de migración no le decían nada, no le explicaban cuánto tiempo estaría allí, no le daban oportunidad de hacer una llamada, le quitaron sus pertenencias y solo le habían permitido sacar su dinero en efectivo. Cordones, cinturón, reloj, todo le fue decomisado como si fuera una cárcel.

María Paula fue llevada, junto con una paisa y una venezolana, a una habitación. “Vi unas colchonetas sucias con mucha gente encima, incluso niños. También sillas como de consultorio. Olía horrible, a orines, había moscas. En mi mente me decía: yo no voy a aguantar esto. No pude más y lloré”. Así pasaron tres horas más sin tener ninguna explicación, y cuando una de ellas se atrevió a preguntar les dijeron: “No niñas, ustedes van a salir de aquí hasta el 12”.

María Paula colapsó. Le dio frío, le temblaban las manos, le dieron náuseas y un dolor en el pecho. “Como soy sicóloga, trataba de hacer ejercicios mentales para controlarme y respirar hasta que no soporté y pedí permiso para salir al pasillo a pesar de que la guarda nos regañaba. La venezolana estaba peor. Ella tenía que pedir refugio”.

Los baños del lugar no servían y hasta ese momento no habían comido. En medio del desespero, la joven vio la primera oportunidad de comunicarse con su familia.

“Había un puertorriqueño que nos miraba con curiosidad. Entonces, arranqué un pedazo de papel que tenía en mi bolsillo y anoté el número de mi papá con el código de Colombia y un mensaje. Luego de que leyó me llamó y, en un descuido, me pasó un celular que tenía escondido. Él ya había pasado por eso y estaba preparado. ‘Ten y no me hagas buscarte’, me dijo”.

Como pudo, temblando, María Paula se encerró en un baño encharcado de orines, sin luz ni chapa. “Así le envié un mensaje a mi papá. Le dije: papi, estoy bien, me deportaron, luego, por la presión de la oficial salí de ahí y le entregué el celular al señor”. Les daban comida de avión muy picante, y cuando eso pasaba, los oficiales se burlaban de ellos.

Allí había más mujeres, gente acostada en las sillas. Dije: Dios mío, me va a tocar esperar aquí. Pensé que como había vuelos diarios pronto me devolvería con mis papás

“Yo les preguntaba la hora y me decían que para qué si iba a estar mucho tiempo ahí”.
En medio del maltrato les pasaron un formato que se llamaba consentimiento informado. Eran varias hojas en donde los viajeros confirmaban recibir un buen trato y que habían llamado a sus casas. “Un oficial quería obligarme a firmar rápido. Me dijo que si no lo hacía, me quedaría tres día más ahí. Firmé por miedo”, dijo la joven.

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Ya era 10 de septiembre, tipo tres de la tarde. Por fin dejaron a María Paula llamar a su padre, desde su celular. “Al tercer intento mi papá me contestó. Se me cortó la voz, sentí alivio, pero también angustia de no volver a ver a mi familia. Le dije: papá, ya no quiero conocer México. Si no fuera por ese extranjero, mi familia estaría peor de desesperada”.

Esa noche, otra vez sin sus pertenencias, a la joven le tocó dormir en el piso sucio de aquella habitación. “Yo tenía un saquito que mi hermano me había traído de Machu Picchu. Lo cogí de cojín para no llenarme de bacterias. Junto con las dos chicas, nos dio mucho miedo porque nos ponían seguro y nos apagaban la luz. Ellos controlaban los interruptores desde afuera”.

Yo tenía un saquito. Lo cogí de cojín para no llenarme de bacterias. Junto con las dos chicas, nos dio mucho miedo porque nos ponían seguro y nos apagaban la luz

Su encierro duró tres días. “El último día llegaron 11 personas más. Metieron a unos niños en nuestro cuarto. Pobrecitos. Me dio muchas ganas de llorar”. María Paula era regañada hasta por hablar con sus compañeras de viaje, era como si estuviera pagando una pena.

La peor parte de esta pesadilla acabó cuando la joven escuchó la palabra Wingo. Por fin retornaría a su país. En su bolsillo metió los teléfonos de los familiares de unas niñas ecuatorianas que sufrían igual que ella.

Otra fue la pesadilla que vivió la familia de María Paula, mientras no tuvo información de ella. Julián Molina, agente de protección de una multinacional y padre de la joven, no dudó en averiguar por cielo y tierra el paradero de su hija. “Yo tenía mala espina de ese viaje. Hasta me puse bravo con mi hija por no comprar doble candado. Le hice aprenderse los códigos del país y teléfonos celulares. Monitoreé el vuelo, pero cuando ya vi que eran las 4 a. m. y no llegaba dije: esto no es normal”.

Yo tenía mala espina de ese viaje. Monitoreé el vuelo y cuando ya vi que eran las 4 a.m. y no llegaba dije: esto no es normal

Dijo que cuando recibió la llamada del puertorriqueño se llenó de temor. “Pensé lo peor, que la habían secuestrado, que le habían metido un paquete con droga”. Sintió miedo que la sacaran del aeropuerto y la desaparecieran.

También fue a la Embajada de México, pero allá solo le dijeron que eso era de lo más normal. “Les dije que yo tenía plata para comprarle un tiquete de vuelta inmediato. Ellos me dijeron que no, que el regreso era por la misma aerolínea. Lo malo es que los de migración de México ya sabían que había plata”.

Julián comenzó entonces a mover sus contactos en México. Pudo constatar que su hija estaba en las oficinas de migración del aeropuerto. “La prima de la niña también fue a la embajada de Colombia en México, pero allá le dijeron que a vuelta de correo le respondían algo. Eso fue un chiste”.

Pensé lo peor, que la habían secuestrado, que le habían metido un paquete con droga

Luego, Julián recibió una llamada extraña. “Un hombre me dijo que la situación de mi hija se podía arreglar. Que yo podía mandar los 700 dólares que cuesta un tiquete nuevo y que ellos, allá en México, anulaban la deportación. También llamaron al novio de mi sobrina”.

El papá de la joven no accedió, sintió temor de que su hija, ya en México, fuera secuestrada y su familia extorsionada. “Tengo audios de esa propuesta. Creo que ahí hay un tema de corrupción”.

La ayuda que Julián intentó pedir en la Cancillería de Colombia fue nula. “Cuando vi la página me emocioné. Decía chat en línea, teléfonos de atención, opción de video llamada, mejor dicho, me puse feliz. ¡Qué va! Obsoleto el servicio. Nunca me respondieron”.

Al final de toda esta pesadilla que comenzó con la idea de un viaje feliz, María Paula, ya en Bogotá, enfermó. “Los alimentos no me estaban haciendo bien. No volví a dormir. Me levanto con pánico. Yo nunca había salido al exterior y esta experiencia fue traumática para mí. Ya no quiero volver a salir”.

Los alimentos no me estaban haciendo bien. No volví a dormir. Me levanto con pánico. Yo nunca había salido al exterior y esta experiencia fue traumática para mí. Ya no quiero volver a salir

La joven comienza esta semana un tratamiento sicológico. Sentir que no pudo defenderse la mantiene en un estado de ansiedad. “Mi hija y yo tenemos rabia. Para mí esto fue un secuestro. A mí no me importa que la devuelvan, repito, cada país es autónomo. Pero me duele que le hayan violado los derechos a una niña de 21 años. Los oficiales de migración se comportan como carceleros. A esto se le tiene que poner límites ya”, dijo Julián.

La contraparte

Migración México explicó que una vez realizada la consulta al Instituto Nacional de Migración se constató que María Paula Chala fue inadmitida por inconsistencias en la entrevista en filtro. Agregaron que los Estados Unidos Mexicanos es un país libre y soberano, y que por ende posee la facultad de permitir o negar el ingreso de cualquier extranjero a su territorio nacional. Respecto a los tratos denigrantes, no le explicaron nada a la familia. El caso ya está en conocimiento de la Embajada de México en Colombia.

“Recibiremos la queja y se transmitirá a las autoridades”. En la Cancillería de Colombia buscan los registros del caso. “Las respuestas son nada. Repito, no quiero explicaciones del porqué de su deportación, sino del mal trato que le dieron a mi hija”, dijo Julián.

CAROL MALAVER
SUBEDITORA SECCIÓN BOGOTÁ Y CRONISTA
Escríbanos a carmal@eltiempo.com

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