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La familia del furgón y el crudo relato del pasado que los unió
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Día 36: Mi casa es un furgónKaren y Stiven viven en un furgón hace dos años. El 20 de marzo tuvieron a Dylan, el primer bebé de su relación; varias fundaciones buscan apoyo para que esta familia pueda tener un hogar digno. Familiares de personas privadas de la libertad piden al gobierno nacional la modificación del decreto 546 para que haya excarcelación y evitar muertes por el covid-19.
La familia del furgón y el crudo relato del pasado que los unió

César Melgarejo.

La familia del furgón y el crudo relato del pasado que los unió

Esta es la historia de quienes engrosan los cinturones de pobreza. 

Es un potrero lleno de abejas y moscos, un terreno cercado con alambre de púas y repleto de desechos de maderas y latas viejas. Su ‘apartamento’ no deja de ser menos llamativo, se trata de un furgón apoyado sobre cuatro barriles en riesgo de colapsar.

Allí tienen dispuesta una cama, unos muebles de cocina, una pequeña estufa y sobresale un cilindro de gas. El baño está a unos metros y no hay agua potable. En una caneca recogen el agua de la lluvia y la utilizan para todas sus necesidades.

A su lado, decenas de casas de lata no menos pobres, solo que esta vez, su ‘chalet’ los convirtió en noticia cuando unos soldados del Ejército Nacional que apoyaban la entrega de ayudas por parte de la Fundación Arturo Calle se toparon de frente con esta realidad, la de unas 126.000 familias de Soacha.

Expuestos a oleadas de un calor extenuante durante el día o un frío intenso en las noches pasan sus días Stiven, de 36 años; su esposa, Karen Irene García, de 32, y su pequeño bebé, Dylan Santiago Orozco García, una familia que representa el origen de los cinturones de pobreza.

Y ahí comienza la historia cruda y la razón por la que Stiven prefiere no figurar. Él nació en Sevilla, Valle, y en su memoria guarda los recuerdos de haber nacido en una familia campesina. “Era hermosa, yo vivía con mi padrastro, mi mamá y mis tres hermanos”. Trabajaban en los cultivos cafeteros hasta que la violencia rural terminó por separarlos a todos.

La familia del furgón y el crudo relato del pasado que los unió

El baño está afuera y utilizan aguas lluvias para las necesidades del hogar.

Foto:

César Melgarejo.

Muy joven fue desplazado a los barrios periféricos de Cali y allí, solo, fue testigo de la guerra que se vivía entre pandillas por el microtráfico, de las fronteras invisibles y de las oficinas de cobro que operaban en Cali en barrios como Potrero Grande o Alfonso López. “Es que hubo una época en la que pusieron a vivir a todos con todos y eso se desató una guerra que usted no se imagina, mucha gente herida, muchos niños muertos”.

En aquella época, si no se pertenecía a un bando, no se podía salir, Stiven cuenta que andaba como ‘Pedro por su casa’ por cuenta de su carisma y se ganaba a todo el mundo. Eso fue así hasta que le cayó mal a la dueña de una ‘oficina’. “Ahí se acabó mi felicidad. A esa señora no le gustó mi forma de ser, se enamoró de mí y me mandó a matar. Yo iba a cumplir 31 años cuando eso pasó”.

Lo perseguían, le mandaban razones, personas extrañas lo seguían, incluso hasta donde vivía en el barrio San Luis. “Lo peor es que cuando fui a denunciar mi caso a una inspección de policía, me metieron a un calabozo con seis ‘manes’ armados con cuchillo. Ahí dije: ‘me toca irme ya de acá’, porque ya veía sombras en todo lado”.
Gracias a una plata que le dio un sargento que llegó de turno logró escapar a Bogotá. ¿Por qué lo ayudó?, nunca lo supo, pero le salvó la vida. Dice que llegó a la capital con una moneda de 50 en el bolsillo derecho y un papel en el izquierdo que decía: debe 100.

Llegó a Patio Bonito a lidiar con las amenazas de los dueños de las ollas, hasta que un familiar lo contactó con un soldador que le enseñó el oficio. “También aprendí de construcción y en esas fue que conocí a mi esposa. Yo fui a montar unas rejas en donde ella vivía y pues así comenzamos a salir y nos enamoramos. Ella estaba estudiando Pedagogía Infantil, pero se quedó sin plata y hasta ahí le llegó el sueño”.

Extrema pobreza

Las ayudas han sido vitales para la salud del bebé.

Foto:

César Melgarejo.

A Karen la vida también la puso a prueba desde muy niña. Nunca conoció a su padre, y su mamá la abandonó cuando tenía 2 años para irse a vivir a Villavicencio. Su vida transcurrió en El Amparo bajo el cuidado de su abuela. “Cuando yo tenía 14 años ella murió, yo sufrí mucho”. Aunque tuvo familia que la apoyó, su vida estuvo llena de carencias y de sueños que no pudo cumplir. Solo a los 23 pudo validar su bachillerato. Su deseo de graduarse de profesora de niños también se difuminó a causa de la ausencia de dinero para continuar estudiando.

Fue en ese contexto en el que la pareja decidió comenzar una relación. La noticia de una nueva vida en rumbo no tardó mucho en llegar. “Fue algo lindo pero angustioso porque nuestra situación económica es muy complicada”, dijo. Meses después, justo el 20 de marzo, cuando se realizaban los anuncios de la cuarentena preventiva, nació Dylan, en el hospital Mario Gaitán Yanguas.

A Karen la vida también la puso a prueba desde muy niña. Nunca conoció a su padre, y su mamá la abandonó cuando tenía 2 años para irse a vivir a Villavicencio. Su vida transcurrió en El Amparo bajo el cuidado de su abuela. “Cuando yo tenía 14 años ella mu

Karen Irene García, de 32 años, y su pequeño bebé, Dylan Santiago Orozco García, sueñan con una casa propia.

Foto:

César Melgarejo

Sin tener un lugar donde vivir, aceptaron la ayuda de un conocido propietario de un lote en el barrio El Limonar, en el municipio de Soacha. “La condición es que cuidemos el lote de desconocidos y pues así terminamos viviendo en el furgón de un camión”, contó Stiven.

A pesar de las condiciones en las que sobreviven, agradecen a quien les tendió la mano. Stiven sale todos los días a la madrugada a conseguir lo del diario, por eso, para él no hay cuarentena que valga, pues se trata de lograr que su esposa y su hijo coman o no. “Yo hago lo que sea, es que yo odio pedir. Por eso, si me toca lavar, lavo; si tengo que construir, construyo, pero yo estoy acostumbrado a ganarme la vida. Hoy estaba limpiando una fachada en Ciudad Latina de Soacha”, contó el padre de familia.

Sin tener un lugar donde vivir, aceptaron la ayuda de un conocido propietario de un lote en el barrio El Limonar, en el municipio de Soacha. “La condición es que cuidemos el lote de desconocidos y pues así terminamos viviendo en el furgón de un camión”, c

La Fundación Arturo Calle y el Ejército Nacional fueron los que encontraron a la familia.

Foto:

César Melgarejo.

Dice que la llegada del personal del Batallón de Operaciones de Acción Integral del Ejército y de la Fundación Arturo Calle lo cogió por sorpresa. “Fue una gloria para nosotros y algo raro para mí, porque a mí nunca nadie me ha ayudado en la vida. Trajeron mercado, pañales; fue un alivio”.

Están felices porque un pediatra reviso al niño y lo encontró en perfectas condiciones de salud. Pronto será vacunado y blindado contra muchas enfermedades. “Yo no lo había podido llevar a eso porque con eso del virus me daba miedo”, contó Karen.
Hasta hace unos días, el único aliciente de esta familia era vivir en paz. Hoy una luz de esperanza revive, la de algún día tener casa propia. “La gente como nosotros nunca puede soñar, pero mire, de pronto”, dijo Karen con una sonrisa tímida.

El sueño de un nuevo hogar

Luego de que se conociera la historia de esta familia, la Fundación Arturo Calle donó 5 millones de pesos, y, además, debido a que la historia fue mediática, se han reunido 16.259.000 millones de pesos, gracias a donaciones de personas de buen corazón. Asimismo, otra fundación se solidarizó y quiere aportar la infraestructura física de la vivienda, en tanto que otras personas han donado elementos básicos para el bebé. Ahora la necesidad es encontrar un lote para poder construirles la casa.

CAROL MALAVER
SUBEDITORA BOGOTÁ
Escríbanos a carmal@eltiempo.com 

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