Como ocurre con muchos episodios de nuestra historia reciente, sobre los hechos del 8 y 9 de junio de 1954 en Bogotá y especialmente sobre la masacre de los estudiantes en el centro de la ciudad el día 9 se han escrito versiones divergentes y se emitieron en su tiempo opiniones encontradas. En ninguna de ellas, sin embargo, se destacó una circunstancia que habría podido evitar la tragedia.
Testimonios de sobrevivientes de la masacre y de ciudadanos que portaban entonces el uniforme militar permiten reconstruir esa circunstancia. Fue la posibilidad de que el control de la marcha estudiantil que terminó trágicamente el 9 de junio en el centro de Bogotá no hubiera sido encomendado al Batallón Colombia, sino el Batallón Miguel Antonio Caro (MAC), una unidad insignia del Ejército formada exclusivamente por bachilleres y creada por el Gobierno militar en 1953.
Ambos batallones tenían su cuartel en la Escuela de Infantería, situada en el Cantón Norte, en la localidad de Usaquén. El comandante de la escuela era el coronel Luis Alfonso Suárez Escobar y el segundo al mando era el capitán Álvaro Valencia Tovar, quien ya se destacaba como uno de los militares más brillantes de su generación y veinte años más tarde llegaría a ser comandante del Ejército.
Valencia Tovar había formado parte del cuerpo de oficiales que comandó los 4.314 soldados del Batallón Colombia que acababa de regresar al país después de participar en la guerra de Corea, donde cayeron 131 de sus combatientes, 439 quedaron heridos, 69 desaparecieron y 38 fueron hechos prisioneros y después recuperados por canje. Pero en el escalafón de la Escuela, Valencia no estaba vinculado al Batallón Colombia sino al MAC, del cual era su comandante.
En las barracas del Cantón Norte hubo alarma cuando el 8 de junio de 1954 llegó la noticia de que un estudiante había sido muerto por un disparo de la Policía en los predios de la Ciudad Universitaria después de una peregrinación estudiantil al Cementerio Central. La peregrinación había partido de la Universidad Nacional para visitar la tumba del estudiante Gonzalo Bravo Pérez, muerto por la Policía en el centro de Bogotá el 8 de junio de 1929 y convertido desde entonces en un mártir de la causa estudiantil.
Nada hacía presagiar que la conmemoración se fuera a empañar por otro hecho sangriento. Menos de un año antes, el general Gustavo Rojas Pinilla había depuesto al presidente Laureano Gómez y asumido el poder con el beneplácito de la mayoría de los colombianos, que vieron su llegada al poder como el final de la hegemonía conservadora y el comienzo de una era de paz después de largos años de violencia.
Después de la peregrinación los estudiantes regresaron a la Ciudad Universitaria y algunos de ellos estaban jugando fútbol en los predios del campus cuando llegó una patrulla de la Policía que les ordenó desalojar el lugar. Los estudiantes protestaron y se produjo una refriega en la cual los policías descargaron sus armas. Una bala impactó el cráneo de Uriel Gutiérrez, estudiante de medicina y filosofía, y puso fin a su vida a los 24 años.
En el lugar donde cayó Gutiérrez los estudiantes se aglomeraron y decidieron nombrar una comisión para que le presentara su protesta directamente a Rojas Pinilla. La audiencia se celebró el mismo día y en ella el grupo estudiantil obtuvo autorización para efectuar el día siguiente una marcha hasta el palacio presidencial.

La primera página de EL TIEMPO del 10 de junio de 1954 registró los hechos.
Archivo EL TIEMPO
Al amanecer el día 9, en las esferas del Gobierno se discutía la estrategia para enfrentar lo que ya se anunciaba como una gran manifestación de protesta estudiantil en el centro de la ciudad. El control de la situación fue encomendado al Ejército y este asignó la tarea a la Escuela de Infantería.
Entre los bachilleres del MAC circuló la versión de que el capitán Valencia Tovar había propuesto que se le encomendara la misión a su batallón, en la seguridad de que por tratarse de una unidad compuesta por estudiantes les sería más fácil disuadir a sus colegas universitarios de desbordar los límites de su protesta.
No es posible determinar si en efecto la propuesta fue formulada y, en ese caso, hasta cuál nivel de la cadena de mando del Ejército o del Gobierno fue elevada, pero lo cierto es que se optó por encargar el control de la manifestación al Batallón Colombia. Fue una decisión que resultó fatal porque los soldados que regresaban de Corea “estaban acostumbrados a echar bala”, como lo admitió después el ministro de Gobierno, Lucio Pabón Núñez.
Tampoco es posible saber de dónde partió la orden de impedir que la marcha estudiantil pasara de la calle 13 no obstante que contaba con la autorización presidencial. Lo que sí atestiguan antiguos bachilleres del MAC es que del comando de la Escuela de Infantería salió ese día la orden de despojar a estos últimos de sus fusiles Mauser de dotación y ‘acuartelarlos’ en el Teatro Patria, contiguo a la Escuela, donde permanecieron varias horas como obligados espectadores de una serie de películas mexicanas.
Mientras esto ocurría, los soldados del Batallón Colombia se apostaban en la carrera séptima, a la altura de la calle 13, con el fin de detener la marcha estudiantil. En esta participaron no menos de diez mil universitarios de la Nacional, la Javeriana, el Externado, el Rosario, los Andes, la Libre, la Gran Colombia, la de América y algunos estudiantes de bachillerato.
A las 11:15 se escucharon ráfagas de fusil y una lluvia de balas cayó sobre los inermes estudiantes
La masiva concentración cubría más de veinte cuadras cuando las primeras filas llegaron a la calle 13 hacia las 11 de la mañana y se encontraron con el cordón militar.
Coreando consignas de justicia y ondeando pañuelos blancos, los estudiantes resolvieron sentarse en el pavimento. Entonces ocurrió lo inesperado. A las 11:15 se escucharon ráfagas de fusil y una lluvia de balas cayó sobre los inermes estudiantes, causando la muerte instantánea de varios de ellos. Las imágenes de los soldados apuntando sus fusiles fueron captadas por las cámaras de los reporteros gráficos que cubrían la marcha. Después, los soldados persiguieron a los manifestantes que se replegaron en desorden por la carrera séptima y la avenida Jiménez. El saldo del trágico episodio fue de 13 muertos, más de cien heridos y varios centenares de detenidos.
La versión del Gobierno fue que los soldados habían disparado al verse atacados. El ministro de Justicia, general Gabriel París, cuyo despacho en el edificio Murillo Toro daba sobre la carrera séptima, dijo que “había visto” salir un disparo de una casa situada al otro lado de la vía. Rojas Pinilla culpó de la tragedia a una conspiración tramada por una alianza entre el comunismo y los seguidores de Laureano Gómez.
El episodio enrareció el ambiente en el Cantón Norte, donde después se produjeron roces entre los bachilleres del MAC y los soldados del Batallón Colombia. Uno de los bachilleres se fue a los puños contra un soldado que había participado en la represión cuando este relató a sus compañeros que había golpeado a una estudiante y ella, en lugar de acusar el golpe, se había quejado porque le había hecho caer sus libros.
La sucesión de hechos sangrientos marcó el principio del derrumbe del gobierno militar que solo unos días después, el domingo 13 de junio, iba a cumplir su primer año. Con razón los estudiantes acuñaron la frase de que Rojas Pinilla había “perdido el año”.
Para completar, ante la renuncia del rector de la Universidad Nacional, Abel Naranjo Villegas, Rojas nombró en su remplazo al coronel Manuel Agudelo. El nombramiento cayó como un balde de agua fría sobre la comunidad universitaria y enrareció aún más el ambiente, que en los meses y años siguientes continuó deteriorándose hasta desembocar en el movimiento bipartidista que puso fin a la dictadura militar en 1957.
La muerte de Bravo Pérez en 1929 también formó parte de los antecedentes que hicieron caer un gobierno, el del Partido Conservador en 1930. Fue uno más en una serie de episodios de represión de los movimientos sociales durante la hegemonía conservadora y especialmente en la administración de Miguel Abadía Méndez.
El más grave de esos episodios ocurrió en la noche del 5 de diciembre de 1928, cuando el Ejército reprimió a bala una huelga de los trabajadores de la United Fruit Company en Ciénaga (Magdalena), dejando varias decenas de muertos. La compañía se había negado a atender los reclamos de los trabajadores por sus sistemas de pago y de trabajo y había protestado ante el Gobierno, que le dio al problema una respuesta militar: envió al general Carlos Cortés Vargas, quien estaba estacionado en Barranquilla, al mando de tres batallones para doblegar la huelga. Este lo hizo a sangre y fuego, en un infausto capítulo que García Márquez eternizó en Cien años de soledad como una masacre de 3.000 trabajadores, tan fantástica como su novela, pues la cifra más cercana a la realidad fue de 13 muertos y 19 heridos.
En 1929 hubo varias manifestaciones estudiantiles, entre ellas una marcha de protesta que llegó el 8 de junio hasta el Palacio de la Carrera (entonces la sede presidencial) y fue dispersada a bala por la Policía. Fue en esa persecución en la que cayó Bravo Pérez, como más de una docena de los estudiantes que honraron su memoria en 1954.
LEOPOLDO VILLAR BORDA
Especial para EL TIEMPO
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