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La cárcel, la radio y tres vidas que sueñan con la libertad de nuevo
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Radio inquebrantables: la apuesta de la cárcel distrital por la resocializaciónYamid, Andrés y Paula abrieron las puertas de sus celdas para contar la historia de transformación de vida mendicante la radio. La distancia de sus familias y los recuerdos de una tortura en china han sido las etapas más difíciles de su condena.
Cárcel Distrital

Sergio Lema. CEET

La cárcel, la radio y tres vidas que sueñan con la libertad de nuevo

Yamid, Andrés y Paula abrieron las celdas para contar su paso por el proyecto de resocialización. 

El recorrido hasta la emisora fue interminable. Cuatro controles de seguridad separan a los visitantes de la puerta de la emisora de la penitenciaría. Los pasillos son largos y angostos, y las personas que prestan guardia allí son casi tan frías como el mismo ambiente. Todo es concreto: arriba, abajo y a los costados, pareciera que allí es imposible vivir.

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Sin embargo, cada paso hacia el interior de la cárcel Distrital es una experiencia transformadora no solo para quienes van por primera vez, sino para quienes residen allí desde hace varios días, meses y quizá hasta años. Los internos están en su tiempo libre: unos en el patio en pleno campeonato de fútbol, otros preparando el almuerzo, y otros tantos en diferentes talleres, pero nadie pierde el tiempo en medio del encierro y la soledad.

“Bienvenido a Radio Inque... Inquebrantables” es la primera frase que se escucha cuando se abre la puerta azul que esconde la cabina de radio que alimenta la señal musical de unos 1.100 oyentes. Todos privados de la libertad. El saludo de Yamid, Andrés y Paula hace que el frío pase y que por un momento olvidemos el lugar donde estamos, a muchos metros lejos de la luz del día.

Visa para un sueño

Andrés estuvo 27 meses torturado en una prisión de China.

Foto:

Sergio Lema. CEET

Andrés no aguantó las lágrimas. Tres palabras y el peso de su historia le pasan factura, sin embargo se recupera, pide disculpas y dice: “Yo soy capaz, yo tengo que ser capaz”. Veintisiete meses en una cárcel en China, una deportación, un proceso mal llevado y otros tantos años en este país son los recuerdos que se le mezclan en la garganta y que evade dejar salir.

“Yo tenía un sueño que era conocer el mundo. Decidí viajar Hong Kong y empecé a recorrer y a trabajar. Puse un restaurante de arepas colombianas, era el famoso Arepas y Más. Tenía muchos clientes, entre ellos mujeres que se dedicaban a la prostitución. Me vincularon a una red de trata de personas”.

Aunque Andrés todavía se lamenta de haber abandonado "la querendona, trasnochadora y morena ciudad de Pereira”, como la describe. Dice que todo lo que ha vivido era necesario para aprender algo. Pero que su corazón todavía guarda el dolor del abandono que sufrió.

Los recuerdos de su captura luego de varios años todavía son vívidos y no le permiten casi ni responder a las preguntas. “El 28 de enero del 2018 yo iba caminando a un supermercado cuando me capturó la Policía china y me dijeron que tenía una boleta azul de Interpol”.

En las épocas de invierno, a menos de 12 grados centígrados, los hacían caminar en círculos descalzos por los patios; cada dos horas, durante todo el día.

|El relato es dramático. “Me encerraron, y yo no podía ver a nadie, ni a mi familia, ni a mi mamá... ni a mi hija”. En ese momento todo en la sala quedó en silencio y se pararon las grabaciones. Andrés no pudo continuar.

Pero haciendo uso de esa misma fuerza inquebrantable, como es el nombre del proyecto de la cárcel Distrital, sigue: “Me tenían aislado, sentado 24 horas en una silla mirando contra una pared blanca, solo podía ir al baño una vez al día. La comida era pan y agua. Había gente amarrada al piso, encadenados... Si yo sufría, ellos sufrían peor, porque no podían hacer nada, solo iban al baño una vez al mes”.

Las secuelas que le dejó el paso por China a Andrés están lejos de lo que había soñado; cuenta con rabia, pero con miedo aún en sus ojos, que en las épocas de invierno, a menos de 12 grados centígrados, los hacían caminar en círculos descalzos por los patios; cada dos horas, durante todo el día.

La indignación emerge cuando cuenta que luego de 27 meses de tratos inhumanos y humillaciones la Policía de China le dice que no hay pruebas en su contra, que será deportado a Colombia y que aquí es donde sabrían qué hacer con él. Cuando aterriza lo capturan de nuevo, al igual que al otro lado del mundo, sin razón ni explicación.

Pese al dolor y las cicatrices, Andrés dice que su sueño es volver a China y enseñarle a Victoria, su hija que nació allá, que el mundo puede ser mejor. Está empeñado en que su proceso se resolverá rápido y que peleará para que le devuelvan su libertad y lo reparen por los años que pasó pagando una condena que, cree, no era para él.

La casa de los muertos

 Dostoievski dijo, esta es la casa de los muertos, acá te visitan el primer fin de semana, quizá el segundo, pero de ahí para allá te olvidan. La vida sigue afuera, pero adentro, el tiempo muere.

Yamid sabe que tomó el camino equivocado, que optó por la salida fácil y que eso lo llevó a pagar caras las consecuencias. Sin embargo, el hombre, de unos 1,85 metros de altura y de contextura delgada, no pierde la sonrisa amplia y afronta la vida en la cárcel como todo un rockstar.

“Yamid es un economista de 33 años que cometió un error y perdió su libertad. No he perdido mi esencia y seguiré creyendo que soy un economista exitoso”. Así se describe el hombre, con actitud altiva y quizá un poco renuente a sentirse enjaulado.

El empresario mira fijamente el micrófono con el que conduce y lidera las voces inquebrantables y con la misma fuerza de su mirada dice que los sueños para él no han acabado. “El sueño es salir de aquí y devorarme el mundo de nuevo, tengo miles de sitios que todavía no conozco. Esto es una pausa, es una coma en mi historia, no es el punto final”, afirma. Diferente a otros hombres privados de la libertad, nunca baja la mirada y es firme cuando dice que esos 30 meses que lleva encerrado no lo definirán en el futuro.

Yamid sueña con salir a comerse el mundo y seguir con su carrera de economista.

Foto:

Sergio Lema. CEET

Sin embargo, cuando habla de su proceso judicial retrocede un poco, respira y vuelve con su mirada fija y retadora, como quien quiere decirle a la vida que ahí no hay vergüenza y que, por el contrario, hay una historia de vida que pretende cambiar otras tantas de jóvenes que han perdido el rumbo.

“Por temas de mi profesión terminé involucrado en lavado de activos y llegué aquí por un hurto. Este es el quinto proceso judicial que tengo en mi vida. Financiar mi carrera no fue fácil y acudí a métodos que no me enorgullecen. Cuando acabé de estudiar pensé que podía seguir igual. Este fue el resultado”.

Si algo es evidente en este encuentro es el centenar de cosas que Yamid escondió bajo su mirada mientras hablaba de lo positivo; es tan así que antes de cerrar dijo: “Como lo escribió Dostoievski, esta es la casa de los muertos, acá te visitan el primer fin de semana, quizá el segundo y el tercero, pero de ahí para allá te olvidan. La vida sigue afuera, pero aquí adentro, el tiempo muere”. Respira y se va.

El sueño de Paula

Paula es tímida, pero tiene unos ojos que hablan por ella. “No quiero que hablemos de mi proceso. De lo que sea, menos de eso”. Es una costeña alegre y risueña que dice que el regalo más grande es que sean las 8 de la mañana para poder salir del patio y entrar a la emisora.

“Radio Inquebrantables es todo para mí. Aquí siento libertad, siento descanso”, paradójicamente, en medio de las celdas y el concreto, Paula dice que el taller de radio hace que su espíritu se sienta libre, que sienta el aire así no lo pueda tocar. El taller, en pocas palabras, la hace soñar con que todo puede ser mejor.

Mi sueño más grande es estar con mi papá y con mi hijo. Eso es lo que más quiero. Mi hijo tiene 12 años y es un patinador profesional increíble, es inteligente y es el amor de mi vida. Es lo que más anhelo, poder verlo y tenerlo”.

Para Paula no hay más sueños, todo se resume en esas palabras que repitió una y otra vez mientras hablamos. “Tener a mi hijo, a mis padres. Salir de aquí y tenerlos allá afuera esperándome... Eso es todo”, relata. Sin embargo, dice que Radio Inquebrantables le cambió la vida, la hizo más libre, le enseñó a decir no y a saber escoger mejor sus amistades.

Los privados de la libertad también participan de la construcción de un periódico.

Foto:

Sergio Lema. CEET

JONATHAN TORO
REDACCIÓN BOGOTÁ
TORJOH@ELTIEMPO.COM

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