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Estudiar para no morir
Nayerli Niyireth

Nayerli Niyireth es una estudiante ejemplar que sueña con ser profesional.

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EL TIEMPO

Estudiar para no morir

Nayerli Niyireth es una estudiante ejemplar que sueña con ser profesional.
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Nayerli Niyireth fue una de las beneficiadas con Jóvenes a la U, de la SED de Bogotá.

La casa donde Nayerli Niyireth vive con su familia, en arriendo, queda lejos. Muy lejos: en el extremo suroriente de Bogotá, en la localidad de San Cristóbal, a los pies de los cerros que custodian la ciudad. Hay que subir y subir por calles empinadas que parecen una culebra sin cabeza ni cola.

Es una casa en obra gris. En el primer piso queda el apartamento de la abuela Rosaurina, de 68 años y nacida en Barbacoas (Nariño). Vive solita y añorando a un marido que se le murió de cáncer de próstata. El papá de sus once hijos, entre ellos Neira. En el segundo piso, en dos piezas, viven cinco personas: Nayerli Niyireth y su mamá, Neira, duermen en un camarote; y en la otra pieza, sus hermanos Briyidh, de 23 años; Yeisson, de 17, y Mónica, de 15.

Es una casa humilde, con evidentes precariedades, aunque limpia y organizada. Los armarios están rotos. Los cables de la luz cuelgan del techo y las paredes. La nevera ya no enfría y tiene la puerta dañada. Al fondo se ve el lavadero, donde deben estregar la ropa a mano porque no tienen lavadora.

(Anuncian 1.436 obreros nocturnos para desatrasar proyectos viales en Bogotá)

En la entrada de la casa cuelga un afiche con el salmo 91 de la Biblia, decorado con flores y pajaritos:

No temerás el terror nocturno.
Ni saeta que vuele de día.
Ni pestilencia que ande en la oscuridad.
Ni mortandad que en medio del día destruya.

Al lado hay un sombrerito mexicano azul y una foto de Nayerli Niyireth Montaño Meza el día de su grado de bachiller. Tiene un ramo de rosas en las manos y debajo dice: ‘Prom 2020’. Se graduó del colegio San José, también en el sur de la ciudad, a finales del primer año de la pandemia. Recibía clases por WhatsApp. Y sí, era muy complicado estudiar de esa manera, en una casa estrecha, sin profesores ni compañeros. Y sin los libros de la biblioteca escolar. Pero eso no le importó. Bien ha sabido ella sortear pestilencias en la oscuridad y mortandades en medio del día y terrores nocturnos.

Desde que nació, ha luchado por no morir. Duró hospitalizada un año y medio en Cali porque tenía una llaga en el pecho que no paraba de sangrar. Desde los 2 años tuvo que aprender a esconderse entre los colchones, debajo de la cama, junto con sus hermanitos. Ahí los embutía mamá Neira para que las balas no los alcanzaran. Y también aprendió a esquivar saetas y a huir por entre los terrores del monte porque iban a reclutar a sus hermanos mayores y a matar a su familia. Desde que era una niña, ella y todos los de su casta han sobrevivido a los enfrentamientos entre la guerrilla, los paramilitares y el ejército. Desde niña, supo que su única salvación era resistir. Y estudiar.

Pero al graduarse, como tantos jóvenes colombianos, no encontró mayores oportunidades. Quería ser abogada. O contadora pública. ¿Pero cómo pagar una universidad si su mamá trabaja como aseadora en un jardín infantil y su familia siempre ha sido muy, muy pobre? Pensó en entrar al Sena mientras trabajaba en la Alcaldía Local de San Cristóbal como vigía ambiental, arrancando retamo espinoso: una planta de flores amarillas y espinas expuestas, muy bonita, que realmente es una plaga que se traga todo a su paso: la pestilencia. Fue entonces cuando su profesor de Sociales, Juan Pablo Betancourt, le envió un mensaje vía WhatsApp con el enlace de Jóvenes a la U., de la Secretaría de Educación de Bogotá: una iniciativa dirigida a jóvenes de los sectores sociales más vulnerables, con 20.000 cupos nuevos en becas de educación superior. El profe Betancourt, un ángel de esos que aparecen en el salmo 91: “Pues a sus ángeles mandará acerca de ti, para que te guarden en todos tus caminos”.

Nayerli Niyireth y su familia siempre han sido humildes pero tienen grandes sueños.

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“Me postulé, aunque dudando. Pensaba que sería muy difícil pasar”, cuenta hoy, a sus 20 años. Escogió Contaduría Pública, que siempre fue su segunda opción después de Derecho. Y a los pocos días la contactaron para decirle que había conseguido una beca del ciento por ciento de la carrera más un salario mínimo vigente por semestre. Y muy agradecida —ella y toda su familia— empezó a estudiar en la sede sur de la Universidad Antonio Nariño, ubicada en la calle 22, arriba de la avenida Caracas, pues el programa del que es beneficiaria busca que las universidades estén en sus mismas localidades.

Debe salir de la casa a las 5 de la mañana porque sigue trabajando en la Alcaldía Local de San Cristóbal, ahora como coordinadora de los vigías ambientales que arrancan esa maleza de florecitas amarillas. Al mediodía regresa para almorzar —muchas veces debe cocinar— y ponerse al día con las tareas. Y a las 5 de la tarde sale en el SITP, su medio de transporte, rumbo a las clases que arrancan a las 6 y que se extienden hasta las 10 de la noche. Y a esa hora debe esperar el bus que la llevará de regreso. Aunque muchas veces camina, cuando la plata no le alcanza para el pasaje. Hoy, es una aventajada estudiante de segundo semestre de Contaduría Pública.

Nayerli Niyireth Montaño Meza nació en Cali el 19 de julio del 2002. Es la tercera de los cinco hijos de su mamá, después de Eider, de 26 años, y Briyidh, de 23: una chica alta. bella y entusiasta, de 1,74 de estatura. Una gacela de piernas larguísimas que bien podría ser modelo o atleta pero estudia Recursos Humanos en el Sena.

Desde niñas —cuentan ambas— han sido muy buenas estudiantes pese a todas las escuelas y colegios por los que han pasado en esa vida nómada a la que las llevó el conflicto armado de este país. “Tuve que repetir primero varias veces”, dice resignada Briyidh mientras hace las tareas. Sabe que la entrevista es para su hermana, pero por fortuna se mete en la conversación y complementa los relatos.

En los colegios por los que pasaron, en Bogotá, cuentan ambas, las humillaron y discriminaron por ser negras. Y porque llevaban los zapatos rotos. Muchas veces llegaron sin probar bocado. “Nos acostábamos apenas con un pan y una aguapanela”, dice Briyidh y se echa a llorar. Desde niñas, han sido muy creyentes. Siempre Dios por delante. Eso se lo enseñó a todos mamá Neira.

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Nayerli Niyireth lleva el pelo crespo y corto, atrapado en trenzas que le llegan hasta los hombros. Es amable, tranquila. Tímida. Sonríe levemente, sin dejar ver sus dientes blancos. Habla sin sobresaltos, como si estuviera conteniendo la alegría. O como si nunca la hubiera conocido. La tristeza se refleja en sus ojos cafés.

Revela esa mancha curtida y rugosa al lado derecho del pecho, producto de la enfermedad con la que nació: angioma cutáneo: pepitas rojas, una llaga abierta que era un río inatajable de sangre y que finalmente lograron sanar con menjurjes calientes elaborados con lodo y borojó.

Nos acostábamos apenas con un pan y una aguapanela

Eso lo recuerda Neira al evocar la época en la que su hija estuvo hospitalizada. La pequeña Nayerli Niyireth creció en hospitales porque se desplomaba todo el tiempo. Y por esa llaga. Y por la cabeza, que se le estallaba del dolor. Al comienzo les dijeron que podía ser leucemia, pero el diagnóstico concluyó que padecía hipoglucemia: le faltaba azúcar en la sangre. Un mal que todavía padece aunque ya lo controla.

En Cali vivían en el barrio Mojica, un sector marginado donde compartían vivienda con varios familiares. La mamá vendía empanadas y fritanga afuera de la casa. Trabajaba como empleada doméstica. “Pedía monedas en la calle, en los buses, para pagar el tratamiento de la niña y para llevar comida a la casa”, cuenta Neira. “Gracias a Dios estamos vivos, porque casi nos matan, varias veces”, sigue.

Nayerli Niyireth tenía 6 años cuando el papá de su hermana menor y entonces marido de su mamá, Salvador Robledo, consiguió trabajo en una finca del Meta. Raspando coca. Sembrando yuca y plátano. Cuidando el ganado. Y todos se fueron en bus desde Cali hasta la vereda El Danubio de Puerto Rico (Meta). A Neira le dieron trabajo como cocinera. Y sus cinco hijos, más un sobrino del marido que se llama Jorge David, dormían en una piecita, uno al lado del otro, como racimos de bananos sobre dos colchones.

“La escuelita quedaba lejos, así que no podíamos ir siempre. Además, era muy peligroso el camino”, recuerda Nayerli Niyireth. Un camino en el que eran comunes los enfrentamientos entre el ejército y los hombres de la entonces guerrilla de las Farc. Llegaban unos a la finca a pedir comida y Neira tenía que cocinar. Llegaban otros a la finca y Neira tenía que cocinar. No podía negarse. Y por eso se ganó enemigos en ambos bandos.

Un día, a las 5 de la mañana, llegaron varios soldados a alertarlos: “Van a reclutar a los niños más grandes y es posible que los maten a todos”. “Estaba moliendo el café cuando llegaron los militares con sus armas a decirnos que nos teníamos que ir”. Cogieron algo de ropa y se fueron corriendo por el monte. Y después de una travesía que duró varias horas llegaron a un campamento del ejército de donde los sacaron en helicóptero para llevarlos a Villavicencio. Allá pasaron varios días hasta que los mandaron a un albergue en Bogotá donde vivían muchas familias desplazadas por la violencia, como ellos. Eso fue en el 2008.

Allí vivieron varios meses, hasta que Neira decidió buscar rancho aparte. Pagaría el arriendo con los pesos que se había ganado trabajando como aseadora. Así que se fue a buscar casa en las lomas del sur de Bogotá. “Pero siempre que decía que era para ella y sus cinco hijos, le tiraban la puerta en la cara”, recuerda Nayerli Niyireth. “Hasta que una señora que era ciega y medio loquita nos arrendó dos piezas en una casa grande, donde también vivía una señora como con 50 perros que recogía de la calle”, continúa. “Vivíamos llenas de pulgas”, se echa a reír Briyidh desde el escritorio donde hace tareas, que también es una biblioteca con libros escolares sin tapa y obras literarias como La Vorágine, de José Eustasio Rivera, y Cien años de soledad, de Gabriel García Márquez. Sí: a las hermanitas siempre les ha gustado leer.

Gracias a Dios estamos vivos, porque casi nos matan, varias veces

El favorito de Nayerli Niyireth es La metamorfosis, de Franz Kafka. “Lo he leído cuatro veces. El protagonista es el pilar de la familia, hasta que se enferma y la familia lo abandona. Mi mamá siempre ha sido un ejemplo para mí, el pilar de nuestra familia, se ha esforzado mucho por sus hijos. Y si llegara a pasarle algo que le impida hacer las cosas por ella misma, nunca la abandonaría”, dice.

Vivieron varios años en “la casa de los perros”, como le dicen, que tenía un solar grande sembrado con duraznos, brevas y moras. Hasta que terminaron en esta casita, que le arrendaron a su mamá. Hoy, agradece, ella puede ayudar con algo para la comida. Y estudia con esmero porque quiere terminar rápido su carrera para hacer una especialización en Derecho Tributario. “Y quiero emprender. He hablado con varios compañeros para ver qué nos inventamos, aguacate o lo que sea, para exportar. Una profesora nos está asesorando”. Y quiere, sobre todo, servirle al país, aunque todavía no sabe cómo.

Su hermana Briyidh espera unas pasantías en la empresa Luker y sueña con ser psicóloga. “Cuando salí del colegio me puse a trabajar en una empresa de aseo porque no tenía cómo estudiar. Y me maltrataban, me humillaban. Por eso quiero trabajar en recursos humanos, para ayudar a los empleados, para que no los traten mal”, dice Briyidh.

Cuando se gradúe y consiga un empleo mejor pago, Nayerli Niyireth quiere comprarle una casa a la mamá. Una casa grande, con jardín, para que nunca más tenga que buscar otra en arriendo. “Soy la única de mis hermanos que está estudiando en la universidad y la primera mujer de mi núcleo familiar que ha tenido acceso a la educación superior”.

Y quiere viajar con ella, a descansar y a conocer esos lugares tan bonitos de Colombia que ha visto en los libros y en la televisión. Y espera poder volver al Meta, de donde tuvo que huir, pues cree necesario cerrar ese ciclo. “Yo por allá no volvería jamás”, refuta la hermana y vuelve a llorar.

“Yo sí quiero regresar, para sanar mi corazón”, dice Nayerli Niyireth y sonríe sin mostrar sus dientes blancos, con esos ojos cafés que miran tan tristes.

José Alberto Mojica Patiño
Editor Especiales
@JoseaMojicaP

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