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Bogotá

'Un día mi jefe me dijo que olía feo, que si era yo’

Alexánder es un joven con VIH que pide ser tratado por un psicólogo. Es solo un caso de muchos a los que nunca se les concede una consulta de este tipo.

Alexánder es un joven con VIH que pide ser tratado por un psicólogo. Es solo un caso de muchos a los que nunca se les concede una consulta de este tipo.

Foto:Ilustración: Sebastián Márquez.

Esta es la historia de un hombre gay que lucha por vivir a pesar de ser VIH positivo.

Carol Malaver
“Por favor, no me cuelgue, necesito que alguien me escuche, necesito ayuda”. Ese fue la llamada desesperada de Alexánder, un joven de 32 años, a quien la vida lo ha golpeado desde que era un niño.
Nació el 1.º de mayo de 1987 en Bogotá, en el barrio La Estrada, pero su niñez transcurrió en la vereda La Aguadita de Fusagasugá junto con sus padres. Su padre cuidaba granjas y su madre trabajaba en los cultivos. En ese momento era hijo único y un niño necio que molestaba los enjambres de abejas y hacía pilatunas.
Con esfuerzo, su padre compró un lote en Fusagasugá y construyó una casa, pero lo que al comienzo fue motivo de felicidad con el tiempo se convirtió en una pesadilla. “Mi mamá trabajaba en servicios generales y mi papá en construcción, entonces me dejaban solo con una vecina. Ellos comenzaron a pelear mucho por el genio de mi madre”. Todo eso pasaba mientras Alexánder sacaba adelante sus estudios con todas las carencias posibles.
Cuenta que los problemas terminaron en una demanda en una comisaría de familia y que aunque su padre, luego de la separación, cumplía con el mercado, su mamá le tiraba todo al piso cuando lo llevaba. “Ella nunca pudo controlar sus impulsos. Terminó arrendando la casa para irnos a vivir en la vereda Novilleros”.
El niño ingresó a la escuela veredal, mientras tanto, su mamá trataba de llevar relaciones que siempre terminaban desgastándose por los mismos problemas. “Por eso volvíamos al pueblo, de un lado a otro, hasta que terminamos en Pasca (Cundinamarca). Lo bueno fue que el padrastro de esa época me defendía de ella”, contó Alexánder.
Los golpes eran parte de su diario vivir, pero no olvida el día en que perdió tercero de bachillerato. “Mi madre llegó tomada y me arrastró por la mitad de los cultivos. Me golpeó tan duro. Me hizo mucho daño”. La familia terminó retornando a Fusagasugá, donde, mal que bien, Alexánder recibía el apoyo emocional de los vecinos, nunca de su familia.

Mi madre llegó tomada y me arrastró por la mitad de los cultivos. Me golpeó tan duro. Me hizo mucho daño

A los 16 años recibió una nueva golpiza tan fuerte que tuvo su primer intento de suicidio. “Estaba agotado, me sentía solo, ella me echaba en cara la comida, la dormida, todo, hijue... para arriba y para abajo, ese era como mi nombre. Ese día, una vecina llamó a la policía. Viví un año con el Bienestar Familiar, pero nadie me adoptaba por ser mayor. Mi mamá intentó sacarme, pero yo no me sentía seguro con ella”.
Para esa época, los rumores sobre su orientación sexual se difundieron en el pueblo. Su madre solía decirle que le iba a tocar esconder sus tacones, sus faldas y sus medias veladas, que era el marica, el gay de la cuadra. “Por eso, a los 17 años, cuando conocí a un man de 25 que me ofreció vivir con él, no lo dudé. Me enseñó a vestirme bien, a peinarme distinto, fue mi primera pareja”.
Pero esa relación duró hasta el primer ataque de celos. “Me tiró todo por la ventana y terminé viviendo en una habitación con unas canastas en las que medio acomodaba un colchón. Trabajé en unos supermercados de la región. Mi mamá de vez en cuando pasaba por mi trabajo a decirme que era un marica. Un día le dije que por qué no me había abortado y ya, lo peor es que después tuvo un hijo con otro señor y lo trataba igual”.
En el 2006 decidió probar suerte en Bogotá, entonces tenía 19 años. “Viví en Bosa y trabajé como domiciliario. Me perdía en la ciudad, en el TransMilenio. Trabajé cinco meses hasta que un carro me estrelló. No aguanté más porque además me echaron de donde vivía por decir que un man con el que vivía me había robado”.
Terminó en Patio Bonito, donde una tía que le arrendó por 150.000 pesos una habitación sin cama. “Allá también me sentía como un arrimado, entonces un día me presenté al servicio militar, pero no pude aplicar, entonces terminé prestando servicio en la Policía”. Allá vivió en la estación La Macarena con 12 personas más, todas con antecedentes de haber ensuciado el nombre de la institución. “Por ser el más sano, me robaban y me trataban mal”.
Luego vino el golpe mayor. En septiembre del 2007 le diagnosticaron VIH luego de haber donado sangre. “Recuerdo que al día siguiente salí a trotar con unos tenientes hacia Monserrate. Lloré todo el camino. Luego el servicio fue una pesadilla porque como me robaban las cuchillas, yo advertí lo que tenía y todo el mundo se enteró”.

A los 17 años, cuando conocí a un man de 25 que me ofreció vivir con él, no lo dudé. Me enseñó a vestirme bien, a peinarme distinto, fue mi primera pareja

Sin dinero, Alexánder pasó de una pieza a otra. A veces, buenos amigos lo apoyaron, en otras vivió en inquilinatos, siempre en medio del abandono total de sus padres, extremadamente delgado y padeciendo una enfermedad y sin controles médicos frecuentes.
El 22 de febrero del 2012 entró a una empresa de soluciones de capital humano. “Trabajé como mercaderista muy bien por algún tiempo hasta que un día, saliendo de un almacén en Plaza de las Américas, me atropelló un taxi. Duré un año incapacitado, y se tiraban la pelota entre la temporal y la empresa. Ya no era una persona deseable. Un día pedí permiso para ir a una cita médica y como me demoré mi jefe me pidió mostrarle mis fórmulas médicas. Como no quise me mandó a descargos”.
Todos se enteraron de su enfermedad y, un día después, tenía un pocillo y un vaso con su nombre. “El ambiente se tornó hostil. Era terrible, vivía estresado. No aguanté más, terminé otra vez como mensajero”.
Sus problemas de salud se agudizaron. Dice que lo explotaron tanto que muchas veces no pudo almorzar. “Un día se me bajó el potasio, me hospitalizaron en la Clínica Nueva, me pusieron sonda. Otra vez la empresa se enteró. Me dieron vaso, pocillo y me dijeron qué baño podía usar”. Alexánder recuerda que padecía de sudoración excesiva por el cambio de retrovirales.
Para esa época vivía una de las peores humillaciones. “Yo tenía un jefe que solía decirme que yo olía a feo. ¿Tú te bañas bien?, me preguntaba. Y comenzaba a olfatear”. Cuando eso pasaba, Alexánder se aislaba en un rincón y comenzaba a llorar. Con el resto de sus compañeros se convirtió en una persona conflictiva, problemática. En su casa lavaba su ropa con agua caliente y se bañaba con un estropajo, como si así, casi lastimando su piel, lograba que su jefe dejara de humillarlo.
De esos trabajos terminó saliendo porque la situación era insostenible. “Durante ese tiempo tuve muchas parejas sexuales. Reconozco que soy promiscuo. También necesito ayuda para eso porque no estoy haciendo las cosas bien”.

Yo tenía un jefe que solía decirme que yo olía a feo. ¿Tú te bañas bien?, me preguntaba. Y comenzaba a olfatear

En este momento, Alexánder no tiene trabajo ni EPS, y, además, siente tristeza por el fin de otra relación a causa de la intensidad de su situación mental. “Tengo depresión, lloro todo el tiempo, pero mi EPS Compensar en todo este tiempo solo me ha dado una cita con psicología y me la cancelaron. Y la vicepresidenta diciendo que hay muchos psicólogos, ¿dónde?”.
Hace poco, impulsado por unos amigos, comenzó a estudiar una carrera técnica. “Todo comenzó bien, estaba feliz hasta que otra vez, el rumor: ‘tan marica, tan delicado’ ”. Y así, como si se tratara de una escena continua, una vez, mientras hacía un trabajo, le dijo a una compañera que sacara una hoja de su fólder. “No caí en cuenta y ahí tenía una certificación médica. Otra vez, todo el mundo sabía”. Otro sueño que se le frustró porque su ambiente se volvió en su contra.
Alexánder dice que a pesar de su depresión tiene deseos de vivir. “Quiero que alguien me explique cómo perdonar, cómo me quito de encima el pasado, esta depresión. Estoy arrepentido de haber sido tan desordenado con mi vida sexual, de seguir cometiendo errores. Quiero estudiar, ser reconocido como profesional, no por ser gay o tener sida, quiero una casa… una familia… quiero curarme”.

Discriminación y enfermedad

Según un estudio de la Secretaría de Planeación del Distrito, con el apoyo de la Oficina de Naciones Unidas para la Droga y el Delito, dado a conocer en el año 2018, ser lesbiana, gay, bisexual, transgénero o intersexual en Bogotá sigue siendo una condición propicia para la exclusión y la discriminación, incluso desde las familias.
La investigación consultó a 241 personas LGBTI y, según la entidad, la encuesta mostró que 97,8 % de las personas LGBTI han recibido algún tipo de ofrecimiento que los pone en riesgo de ser víctimas de la trata de personas, 76 % están en riesgo económico y 61 por ciento son vulnerables al abuso sexual.
También hay un grupo con riesgo familiar (12 por ciento) y por consumo de sustancias psicoactivas (6 %). La quinta parte de los encuestados reveló que gana menos de un salario mínimo y muchos no tienen la administración del dinero que devengan por su
trabajo.
Uno de los problemas que evidencia el estudio es que las autoridades no saben cuántos de los habitantes de Bogotá son LGBTI y dónde están ubicados. De hecho, las personas entrevistadas fueron ubicadas en puntos de atención de esta población y en zonas reconocidas de ejercicio de la prostitución y de bares, eso quiere decir que pueden ser más.
La encuesta mostró que el 32 por ciento de las personas LGBTI que fueron entrevistadas ejercen la prostitución, y entre los oficios que desempeñan quienes no venden servicios sexuales están la mendicidad, las ventas ambulantes, el reciclaje y los trabajos domésticos.
Según el estudio, “gran parte de las personas LGBTI no son conscientes de las violencias de que son objeto. De hecho, muchas naturalizan la violencia asociada a su identidad sexual”, explicó Juan Carlos Prieto García, director de Diversidad Sexual de la Secretaría de Planeación, en ese año.
(Esta historia se publicó originalmente en marzo del 2020)
CAROL MALAVER
SUBEDITORA BOGOTÁ
carmal@eltiempo.com
Carol Malaver
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