Tanqueaban, revisaban frenos, aceleraban el motor y en fracción de segundos de 20 a 40 motociclistas de Bogotá desaparecían por la carretera.
Doce adelante, doce atrás y con ese ruido se encendía también la adrenalina en sus cuerpos. En 40 minutos eran capaces de llegar al Salto del Tequendama.
Miguel Ángel, de 21 años, solía llegar triunfante, sacarse fotos y celebrar los mejores tiempos. “Salíamos a las 7:30 y llegábamos a las 8:10. Al plan se podía pegar todo el que quisiera”.
Otras veces llegaban hasta Mesitas del Colegio en una hora y 15 minutos, otras, el destino era La Vega. En las rectas la velocidad sobrepasaba los 100 kilómetros por hora; bajaba a 80, 70 o 60 solo cuando una curva lo ameritaba. (Lea también: 206 vehículos inmovilizados este año por piques ilegales)
Durante un año este fue el plan favorito de Miguel Ángel.
Entre semana este joven, con 20 años recién cumplidos, administraba un negocio de venta de tela, ya se había graduado del colegio y su meta era estudiar Ingeniería de Sistemas. “Me gustaba mi trabajo porque viajaba mucho y ya me pensaba como un negociante”.
Pero la afición por la motos le picaba desde que tenía 12 años, cuando su tío le enseñó a manejarlas y le dejaba dar vueltas por el barrio. Por eso, cuando tuvo la forma de ahorrar y llevado por las historias de un amigo, lo primero que hizo fue comprarse su máquina. “Me decían que podíamos salir a rodar, ir a Tocancipá, participar en piques y pues como a mí siempre me gustó la velocidad yo me emocioné”. Pronto una Yamaha FZ-150 estaba parqueada frente a sus ojos. Seis millones y medio le había costado su sueño; ‘engallarla’ era la primera tarea para poder competir. Abrir culatas, cambiar los pistones, las bielas, las cadenillas fueron algunos ajustes. Luego, solo un mensaje a través de WhatsApp y en poco tiempo las jornadas estaban preparadas. El que llegaba tarde tenía que pagarle la tanqueada de gasolina a los ganadores.
Nada los excitaba más que ver un retén de la Policía porque de los 25, por lo general, solo 10 tenían los papeles en regla, requisitos como el pase o la revisión técnico-mecánica. “Casi siempre nos paraban pero lo que se hace es que los que tienen todo en regla pasan despacio para que los otros pasen rápido sin ser parados”.
La correrías con los oficiales son adrenalina pura porque saben que ellos tienen motos de alto cilindraje, pero que no los pueden tumbar porque eso va en contra de la ley. También solían escabullirse entre el tránsito y perderse por cualquier calle mientras la sangre les hervía. “Era genial poderles hacer moñona”. Tenían los retenes memorizados, todos se creían los reyes de las vías. “Al comienzo mi mamá no sabía que yo corría, pero con el tiempo sospechaba y yo terminé por contarle que eso era lo que yo hacía. Ella no podía hacer nada. En esta edad uno cree que se las sabe todas”. (Además: Piques ilegales no dejan dormir en Bosa Porvenir)
El accidenteEl primero de febrero del 2015 fue la última vez que Miguel Ángel se volvió a montar en una moto. “El sábado me había ido de rumba y había llegado a mi casa a las seis de la mañana. La verdad me sentía muy mal”. A esa misma hora entró una llamada en su celular: “¿Entonces qué, nos vemos en los piques?”. La fiebre comenzó a subir por su cuerpo, no pudo resistirse. “Bueno, ya voy”, y con esas palabras, con licor corriendo por sus venas, se puso su casco y fue capaz de llegar al estadio El Campín, donde se reúnen todos los motociclistas para irse de piques.
La reunión de aficionados fue impresionante ese día. Miguel Ángel recuerda, por lo menos, unas 500 o 600 motos que partían hacia Tocancipá. Las ganas de correr se sentían en el ambiente. Así, de día, frente a la vista de todos, los líderes comienzan a repartir manillas y a hacer el fichaje.
Las primeras son una especie de pase para correr y lo segundo es como una clasificación por cilindraje. Los corredores comenzaban a mirarse a los ojos y a cazar la competencia en la que se juegan hasta sus vidas por las vías de la ciudad y de la sabana.
Mientras transcurría la algarabía, Miguel Angel hizo lo propio y arrancó a correr enloquecido en su moto por la carrera 30, atestada de carros. “Solo recuerdo mucho desorden, que yo intenté sobrepasar dos carros. No sé si fue maldad de un taxista, sentí que me cerraron y yo para no estrellarlo boté la moto hacia un lado y me di contra una cuneta. Tiempo después los testigos del accidente me dijeron que yo había salido a volar y que luego había caído encima de una piedra”. Perdió el conocimiento y así, tirado muy lejos de donde había quedado su moto, lo vio su madre, en la total inconsciencia.
El domingo, sus ojos alcanzaron a ver un destello de luz en la clínica Méredi. El tremendo dolor lo hizo sacudirse por unos segundos. “De ese día solo recuerdo el rostro de mi madre, de resto creo que no reconocí a nadie más”.
El martes siguiente despertó. La operación ya había transcurrido. “Cuando abrí los ojos, no sé por qué, yo ya sabía que nunca más en mi vida iba a poder mover mis piernas. Pensé: la cagamos, esto me lo gané yo solito”. (Lea: Hermanos mueren en accidente de motos cerca al Coliseo El Campín)
Y solo lo pensó porque en ese momento hablar era imposible. Lo estaban tratando en la Unidad de Cuidados Intensivos, estaba entubado y vendado hasta más no poder.
Luego vino la confesión de su madre. “Hijo, ¿tú ya sabes que fue lo que te hicieron? Te operaron la columna, estaba completamente fracturada, y no podrás moverte”. Esas palabras le dolían más a ella, porque veía a su hijo frágil, con su vida partida en dos.
El silencio fue su cómplice durante tantos días de convalecencia que tuvo tiempo suficiente para recapacitar mientras su cabeza, el pecho y los brazos le dolían. “A los pocos días, cuando me quitaron los tubos y podía hablar, ya sabía que no le podía echar la culpa a nadie de lo que me había pasado, me tocaba afrontar mi estado y salir adelante”.
Miguel Ángel tuvo un Traumatismo Raquimedular T5 (TRM). “Los doctores me dijeron que habían tenido que reconstruir las vértebras porque estas se habían estallado con el golpe. En pocas palabras me dijeron que yo iba a vivir aferrado a una silla de ruedas porque mi médula había quedado muy dañada”. De un 100 por ciento había un 1 o 2 por ciento de que sucediera una recuperación.
El cambioSu cuarto está aprovisionado con unas barras para realizar sus terapias, algunas tardes trascurren en la sede de Teletón donde le han brindado ayuda para su recuperación. “Lo que más me da duro es ser una persona totalmente dependiente. No poder hacer lo que a mí me gusta es frustrante”.
Cosas tan simples como ir al baño, cambiarse de ropa, abrir una puerta se convirtieron en tareas difíciles. “Gracias a Dios vivo con mis padres y hermanos, pero me duele que ellos tengan que padecer mi condición”.
Los moteros también los han acompañado en su recuperación. De hecho, muchos de ellos aguardaron días en el hospital mientras se sabía el dictamen médico. “De los trece días, doce estuvieron conmigo. Yo sentí ese apoyo y creo que eso también me ayudó a aceptar más rápido lo que me había pasado. Muchos de ellos dejaron de salir a los piques”.
Días después de su accidente ocurrieron otros dos. “Otro dos compañeros sufrieron heridas y fracturas graves en la tibia, el fémur y la clavícula. Uno de pelao toma todo a la ligera, uno cree que es el putas y que nunca le va a pasar nada. Eso pensaba yo”.
Hoy Miguel Ángel lamenta, sobre todo, haberse subido a su moto con alcohol, cansado, si haber dormido. “Si en sano juicio hay riesgo, con licor, uno pierde reflejos”.
Dice que su historia no le va a servir a nadie porque a los jóvenes no les gusta que les den consejos, sino que les predigan el futuro. “A muchos les gusta la adrenalina, retar a la ley, la velocidad. Nada de lo que se les diga los va a hacer entrar en razón”. Dice que así acondicionaran campos e infraestructura legal para esta afición los jóvenes seguirán corriendo. “El autódromo existe pero a la gente le da pereza irse hasta allá, prefieren tomarse una vía porque saben que con toda seguridad correrán”.
Pero Miguel Ángel no se dará por vencido. Está buscando por todos los medios una universidad que lo acepte con su condición. “Quiero estudiar Ingeniería de Sistemas, quiero tener amigos, ser profesional. Ahora sé que la vida no vale un trago, que si no fuera por un casco estaría muerto, y que hoy tengo otra oportunidad”.
340 comparendos por piquesLa Seccional de Tránsito y Transporte de Bogotá trabaja para ponerle freno a los conductores que participan en los piques y que ponen en riesgo sus vidas y la de los demás. Los excesos de velocidad y la modificación de los automotores ya están en la mira de las autoridades. Como resultado de las intervenciones por parte de los uniformados y personal encubierto, este año se han efectuado 340 órdenes de comparendo a vehículos y motocicletas involucradas en esta práctica, de los cuales 206 automotores fueron inmovilizados.
Algunas de las modificaciones que les están haciendo a los vehículos son cambios de chasis, motor, caja, suspensión, color, resonadores, bómperes, polarizados y luces. Las autoridades detectaron que algunos vehículos participan repetidamente en piques clandestinos; así mismo han identificado a quienes lideran los grupos y los convocan, y los sitios en los que acostumbran concentrarse.
El coronel Germán Jaramillo Wilches, jefe de la Seccional de Tránsito y Transporte de Bogotá, afirmó que, en
coordinación con la Secretaría de Movilidad, se viene efectuando un monitoreo a las páginas web y redes sociales para actuar de manera preventiva, y se recopilan evidencias a través de fotografías y videos.
La ciudadanía puede denunciar estas prácticas en la línea de atención #767.
CAROL MALAVER
Redactora de EL TIEMPO
*Escríbanos a carmal@eltiempo.com y lea otras de mis historias en @CarolMalaver
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