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El gamín de los 70 que ahora salva vidas en la calle
El gamín de los 70 que ahora salva vidas en la calle

Édinson Caballero se mete a humedales, potreros, separadores, carrileras y puentes vehiculares a sacar personas sumidas en la desgracia.

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Édinson Caballero se mete a humedales, potreros, separadores, carrileras y puentes vehiculares a sacar personas sumidas en la desgracia.

El gamín de los 70 que ahora salva vidas en la calle

“¡Se vino el agua, se vino el agua!”, le gritó Javier Molina, cuando estaban metidos en una intersección de un ducto del canal Fucha. La advertencia lo hizo correr como endiablado hasta que una montaña de excremento lo frenó en seco, mientras su compañero le pasaba por encima.

Édinson Caballero cayó de cara, sobre un estercolero. No podía respirar ni abrir la boca, estaba untado de desperdicios humanos de cabeza a pies. “A mí como que la mierda me sigue”, dijo mientras recordaba cómo lo habían tenido que subir amarrado de un soga, llevar a una bomba y lavar con una manguera a presión. Tocó botar la ropa que llevaba puesta, bañarlo con creolina, remitirlo al médico. En total fueron cuatro días de incapacidad.

El gamín de los años 70Trabaja como un ángel azul con la Secretaría de Integración Social.



Esta es solo una de las experiencias que ha tenido que vivir este hombre desde que trabaja con la Secretaría de Integración Social como ‘ángel Azul’. Es de Bogotá, tiene 52 años y fue gamín durante muchos años. Solo así se explica el temple que tiene para salir a las calles y convencer a gente sumida en las drogas y la suciedad de que se den una oportunidad en los centros de rehabilitación del Distrito. No cualquiera lo hace.

Édinson Caballero, el gamín que ahora salva vidas en las calles

Sus padres lo vieron nacer a él y a su hermano en el barrio El Carmen, de la localidad de Tunjuelito, pero pronto los problemas de pareja hicieron que se fuera a vivir con su padre.

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Sus padres lo vieron nacer a él y a su hermano en el barrio El Carmen, de la localidad de Tunjuelito, pero pronto los problemas de pareja hicieron que se fuera a vivir con su padre. Ese fue el revés de la vida que lo llevó a la calle.

Édinson Caballero, el gamín que ahora salva vidas en las calles

Édinson vivió en la calle durante muchos años. Solo lo acompañaba su gallada, un grupo de niños de la misma edad.  

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Sus padres lo vieron nacer a él y a su hermano en el barrio El Carmen, de la localidad de Tunjuelito, pero pronto los problemas de pareja hicieron que se fuera a vivir con su padre. Ese fue el revés de la vida que lo llevó a la calle.

Édinson Caballero, el gamín que ahora salva vidas en las calles

Édinson guarda los mejores recuerdos de niño cuando recibió la ayuda del padres Javier de Nicoló.

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Sus padres lo vieron nacer a él y a su hermano en el barrio El Carmen, de la localidad de Tunjuelito, pero pronto los problemas de pareja hicieron que se fuera a vivir con su padre. Ese fue el revés de la vida que lo llevó a la calle.

Édinson Caballero, el gamín que ahora salva vidas en las calles

Édinson solo alcanzó a graduarse. Hoy se arrepiente de no haber aprovechado todas las oportunidades que le dió el padre Javier de Nicoló. 

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Sus padres lo vieron nacer a él y a su hermano en el barrio El Carmen, de la localidad de Tunjuelito, pero pronto los problemas de pareja hicieron que se fuera a vivir con su padre. Ese fue el revés de la vida que lo llevó a la calle.

Sus padres lo vieron nacer a él y a su hermano en el barrio El Carmen, de la localidad de Tunjuelito, pero pronto los problemas de pareja hicieron que se fuera a vivir con su padre, según dijo, un panadero de renombre. “Él se ganó varios concursos en el año 1946 y gracias a él yo aprendí a hacer achiras, pero la embarrada fue que cayó en el vicio del billar, las cartas y los caballos”. Mientras tanto, su madre rehízo su vida con otro hombre y tuvo 11 hijos.

Ese fue el revés de la vida que lo llevó a la calle. El parque de Los Mártires en El Voto Nacional lo recibió cuando solo tenía 7 años. En 1979, él y otros niños armaron ‘la gallada de los chingas’, la tan despreciada gaminería en esa época como ahora.

Édinson conoció el ‘Cartucho’ y la ‘L’ del ‘Bronx’, que ya comenzaba a armarse de cambuches. En esa época, solía sacar de entre la basura un 'roll on' que usaba como guacharaca para cantar en los buses: “Grabé en la penca de un maguey tu nombre…”. Unas cuantas monedas de 50 pesos le servían para surtirse de la droga que empezaba a consumir, porque la comida la retacaba en los restaurantes de la calle 16 con carrera 9.ª, muy cerca de donde funcionaba la flota Rápido Tolima. “A mí no me daba pena comer sobrados. Había gente que me dejaba hasta media bandeja”.

Le decían ‘Memín’ o ‘Caranga Mona’, porque si se dejaba crecer el pelo era invadido por una especie de piojos que no se aguataban ni los gamines de su grupo. “Eso picaba que daba miedo. Si me cundían, me tocaba quemar la ropa. Cada rato me peluqueaban”.

Durante diez años, Édinson fue el único gamín que dormía en la puerta del Voto Nacional. “ ‘Caranga Mona’ vente para el ‘parche’”, le decían otros gamines que dormían en un separador en la calle 22, encima de unos cables de luz que emitían calor. “Es que yo era casa sola, me gustaba dormir apartado; además yo creo en Dios”, contó.

Pronto llegó el consumo de drogas a la rutina de este ‘parche’ de niños de 7 años. Primero cigarrillo, Pielroja sin filtro, y luego, para poder hacer parte del clan, había que fumar marihuana, inhalar gasolina o vivir alucinando con una lata de pegante Bóxer, de esos que usaban los zapateros. “Uno se sentía en el país de las maravillas. Imagínese, sin papá, su mamá en otro cuento. Mi mundo era la calle, los ‘chinches’, hasta las peleas; éramos como hermanos”.

A mí no me daba pena comer sobrados. Había gente que me dejaba hasta media bandeja

La ley de la calle

La repartición del ‘nepor’ era una ley de la calle. “Se lo explico. Si yo conseguía algo de comer, tenía que repartirlo con la gallada o hacer algún canje. Ese era el ‘nepor’”.
‘Caranga Mona’ y los otros gamines solían pararse frente a un Kokorico de la calle 22 con Caracas de donde salían las mujeres mayores con su caja de pollo, en esa época con forma de ave. “Hoy esto me avergüenza, pero en esa época y con hambre eso era ¡ñanga¡, y corra para Los Mártires a buscar a los demás”. Las presas eran repartidas de forma equitativa o intercambiadas por droga.

—Tome su pernil.
—Pero venga, ‘Caranga’, yo tengo bareta, pero veo lo suyo.
—Venga pa’ acá ese moño.

Ese era el tipo de conversaciones que sostenían. Los delitos graves llegaron más tarde con el consumo de bazuco, que aunque en esa época se preciaba de ser puro, terminaba por hundir a los gamines en la degeneración. “Nos lo metíamos en pipa, ‘pistolo’ o ‘maduro’ y ‘pa´dentro’”. Así cumplió 12 años, robando relojes Samurái o cadenitas de oro para después irlos a vender a la plaza España; pero había un trofeo especial en esa época: el que lograba robarse un Barbisio, un sombrero campesino con una pluma al costado y muy cotizado en esa época y ahora, podía recibir entre 20.000 y 25.000 pesos de ganancia, una suma nada despreciable.

—¿Cómo los robaban?
—Esperábamos a la gente del campo donde quedaba la flota Alianza y la Santafé.

Ellos venían a contratar personal para llevar a sus fincas. Les decían los giles.
En gavilla robaban los costosos sombreros y los vendían en la plaza España, hasta que un día, a ‘Caranga Mona’ le tocó demostrar de qué estaba hecho.

—Usted está de mucho coche, tío, ‘nos lleva es de carros’, papi. Es todo lindo con el baretico, pero no nos ha demostrado que puede robar, así que ‘entuque’, papá.

Y así fue que a este gamín le fue impuesto el reto del barbisio. “Ese día me vi de frente ante un ‘cebollero’ en la Caracas, en el trancón que se armaba frente al Voto Nacional, y asomado por una ventana, avisté al paciente”.

Los amigos de ‘Caranga Mona’ le hicieron pata de gallina y, de un solo jalonazo, el entonces niño le arrancó el sombrero. “Salí a correr por la 12, pero llegando a una esquina de la plaza España, me cogió un tipo y me dio una paliza. Resulta que yo le había robado el sombrero a un carabinero de la Policía”.

Reventado a patadas, lo llevaron al hospital San José, le hicieron algunas curaciones y lo dejaron salir. “Cuando me vi con la gallada se burlaron hasta el cansancio, me decían: ‘Usted es el único marica que roba a un policía’. Así me purgaron”. Lejos de aprender la lección, el robo se convirtió en parte de su vida.

Dura era la vida de los niños de la calle. Les tocaba cuidarse de los abusos sexuales y protegerse hasta de los pervertidos que los acechaban. “Éramos como una guarida de perros salvajes del África. Así vivimos la calle hasta que el padre Javier de Nicoló llegó a nuestra vidas”.

Haber robado me avergüenza, pero en esa época y con hambre eso era ¡ñanga¡, y corra para Los Mártires a buscar a los demás

El convencimiento de Nicoló

Todo comenzaba con una chocolatada. Hombres y mujeres educadores del Idipron llegaban a los parques del centro de Bogotá. “Yo fui una vez a regañadientes porque desconfiaba de los padres. Pero la verdad es que nos daban esa bebida en pura leche con un pan gigante. Ese era el enganche para llevarnos a Bosconia, pero a mí me daba miedo porque estaba en medio del ‘Cartucho’ y patio es patio”.

Lo convencieron de irse en medio de un partido que jugaban los gamines con una pelota hecha de bolsas de plástico. “Ese día me había quedado solo y me dijeron: ‘Muy de malas, se va con nosotros o se abre del ‘parche’’. Me abrazaron, me convencieron y me llevaron. Yo tenía 14 años”.

El gamín de los 70 que ahora salva vidas en la calle

Édinson Caballero llora de solo recordar todo lo que significó el padre Javier de Nicoló en su recuperación.

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Édinson Caballero llora de solo recordar todo lo que significó el padre Javier de Nicoló en su recuperación.

Allá en Bosconia se encontró a ‘los largos’, los gamines más adultos. “Me dieron comida, me lavaron la ropa, parecía un french poodle en un salón de belleza. Era chévere, pero yo me evadía. A los 17 años ya llevaban cuatro entradas a Bosconia”.

En una de esas escapadas Édinson se ‘empepó’, se drogó hasta con medicina psiquiátrica, y así, en una nebulosa, salió a la calle en pantaloneta y descalzo. “Me atropelló un bus en el costado occidental de la carrera 10.ª. Caí de cara en una esquina llena de mierda de habitante de calle, con la clavícula salida y el cuerpo lleno de chichones”. Con el rabo entre las piernas, los gamines les avisaron a las monjas Carmelitas que trabajaban con Nicoló.

Cecilia, una de ellas, de ojos azul profundo, le dijo al padre lo que le había ocurrido a ‘Caranga Mona’. “Yo no quiero saber nada de ese maricón. Cuántas veces le hemos dado la oportunidad de cambiar y no ha querido”, dijo con acento extranjero. La hermana, desconsolada, le dijo: “Si él no cambia, yo le prometo que me voy de la congregación. Yo quiero salvarlo”, y así logró que el padre cediera.

Lo alzaron, lo llevaron a Bosconia, lo bañaron en una piscina, le pusieron pijama y lo acostaron en el mejor cuarto del lugar. “Cuando reaccioné vi a la hermana entrar, ella se arrodilló y me preguntó que si la quería o que si la iba a hacer echar. Así fue que desde los 17 años duré ocho años en el proceso de rehabilitación”.

Édinson pasó por las casas de los salesianos de San Carlos, vía Tena, donde terminó su primaria porque no sabía leer ni escribir. “Aprendí las vocales, supe dónde quedaban los países, todo lo que atravesaba el río Magdalena, me enamoré de los libros. Comenzamos a soñar como niños”.

Luego, ‘Caranga Mona’ pasó a La Florida, el último de los retos, la casa que funcionaba con un gobierno interno con alcaldes y secretarios ideado por el padre Javier de Nicoló y en donde les pagaban a los muchachos con una moneda inventada llamada camellos y florines. “Para ganárnoslos teníamos que ‘camellar’ en ebanistería, mecánica y soldadura, y con eso nos comprábamos la ropa o el mecato. Era como la vida real para aprender a defendernos”.

Me atropelló un bus en la carrera Décima. Caí de cara en una esquina llena de mierda de habitante de calle

Ahora los ‘gamines’ iban a teatro, podían ser parte de una orquesta y muchos hasta viajaron a Alemania, Francia y Japón. “El padre Nicoló era muy inteligente para conseguir recursos y ayudar a más muchachos. A la casa fueron políticos, senadores, jeques árabes, cantantes, de todo, y quedaban maravillados con la obra del padre”.

Édinson, a punto de cumplir 24 años, aún estaba en riesgo. Lo ‘pillaron’ un par de veces consumiendo marihuana detrás de los pastizales o fumando entre un hueco y tapándolo con tierra como si así se pudiera esconder el humo. Hasta allá llegaban los cuidadores a sacarlo de los brazos. “El castigo era teso. Habrían una gaveta, sacaban un moño, lo ponían encima de la mesa, ponían un cronometro y medio vaso de agua. A comérsela. Y tome agua y coma marihuana. Uno sudaba”, recordó Édinson.

También los mandaban al cívico, que era hacer oficio hasta las 11 de la noche y volverse a levantar a las 3:30 de la mañana. La tarea incluía limpiar las marraneras. “Nos decían: Canuto, el marrano, quiere el apartamento amoblado hoy, y nos tocaba”. Pero cuando ya veían que los muchachos estaban recayendo, los llevaban al psicólogo para que retomaran el rumbo. Otra cosa le recordaban: el compromiso con la hermana carmelita, a la que adoraba.

El golpe

Todo ese mundo que amaba se acabó en una Navidad de 1988, cuando estaba en cuarto de bachillerato. “Era 24 de diciembre. El padre Nicoló nos reunió en el cabildo, éramos 500. Nos dijo que el Concejo de Bogotá había dicho que no nos aprobaba más presupuesto para ‘los largos’, es decir, para los mayores de 20. Ese día Nicoló no pudo hablar más, se le desgranaron las lágrimas. Ciento ochenta nos teníamos que ir, yo era el tercero en la lista”.

Míreme a los ojos, ya estoy viejo, el día que me muera se va a acordar de mí, tirará un puñado de tierra en mi cajón. Usted es inteligente, no siga en eso, no fume, no se deje vencer

En unos buses de Bolivariano los sacaron a la calle 26 con carrera 10. ª con un taco de dinero. Todos lloraron, muchos recayeron, incluso Édinson. “Cuando estaba en la mitad de la ‘traba’, no sé cómo, llegaron unos mancancanes del padre Nicoló, me sacaron a rastras y me llevaron a donde estaba él. Me metió un palmadón, iba a llorar y me dijo: ‘Míreme a los ojos, ya estoy viejo, el día que me muera se va a acordar de mí, tirará un puñado de tierra en mi cajón. Usted es inteligente, no siga en eso, no fume, no se deje vencer’”.

Y así, con ese último consejo, ‘Caranga Mona’ volvió a las calles, fue atracado, lo atropelló un carro, conoció a su madre, vendió limones, fue cotero, y un día, por cosas de la vida, se enteró de que el Idipron buscaba gente para que ayudará a rescatar gente de la calle. “Eso fue en 1999. Mientras los otros entrevistados decían que eran la madre Teresa de Calcuta, yo solo conté que había sido gamín y que necesitaba trabajo”.

Era lo que necesitaban, gente que hubiera respirado calle, que entendiera el valor de los seres humanos escondidos detrás de la mugre. Luego empezó un proceso de capacitación, de conocer los hogares de paso, de verse reflejado en los rostros de otros niños. “Señor, señorita, regálese un día, déjese ayudar”, le dice desde hace 17 años a cuanto habitante de la calle aborda en la calle. Él y su equipo de ‘ángeles’ no hacen otra cosa que salvar vidas.

Édinson Caballero en un 'ángel azul'

Édinson Caballero es uno de los 'ángeles azules' de la Secretaría de Integración Social. Pasa los días caminándose las calles de Bogotá para ayudar a los adictos a las drogas.

Foto:

Édinson Caballero es uno de los 'ángeles azules' de la Secretaría de Integración Social. Pasa los días caminándose las calles de Bogotá para ayudar a los adictos a las drogas.

Édinson Caballero en un 'ángel azul'

Édinson Caballero es uno de los 'ángeles azules' de la Secretaría de Integración Social. Pasa los días caminándose las calles de Bogotá para ayudar a los adictos a las drogas.

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Édinson Caballero en un 'ángel azul'

Édinson Caballero es uno de los 'ángeles azules' de la Secretaría de Integración Social. Pasa los días caminándose las calles de Bogotá para ayudar a los adictos a las drogas.

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Édinson Caballero es uno de los 'ángeles azules' de la Secretaría de Integración Social. Pasa los días caminándose las calles de Bogotá para ayudar a los adictos a las drogas.

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Édinson Caballero en un 'ángel azul'

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Édinson Caballero en un 'ángel azul'

Édinson Caballero es uno de los 'ángeles azules' de la Secretaría de Integración Social. Pasa los días caminándose las calles de Bogotá para ayudar a los adictos a las drogas.

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Se meten a humedales, potreros, separadores, carrileras y puentes vehiculares a sacar personas sumidas en la desgracia. “Hay dos turnos, de 6 de la mañana a 2 de la tarde y de 2 a 10 de la noche, a menos que haya emergencia”.

Édinson Caballero vive en una pequeña pieza en Ciudad Bolívar

Édinson vive en una habitación en Ciudad Bolívar solo. Dice que anhela tener algún día una casa y llevar a su única hija, a quien ama y enseña los peligros de la vida.

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Édinson vive en una habitación en Ciudad Bolívar solo. Dice que anhela tener algún día una casa y llevar a su única hija, a quien ama y enseña los peligros de la vida.

Édinson Caballero vive en una pequeña pieza en Ciudad Bolívar

Édinson vive en una habitación en Ciudad Bolívar solo. Dice que anhela tener algún día una casa y llevar a su única hija, a quien ama y enseña los peligros de la vida.

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Édinson vive en una habitación en Ciudad Bolívar solo. Dice que anhela tener algún día una casa y llevar a su única hija, a quien ama y enseña los peligros de la vida.

Édinson Caballero vive en una pequeña pieza en Ciudad Bolívar

Édinson tiene su cocina impecable, esa fue una de las enseñanzas que le dejó su paso por las casas del padre Javier de Nicoló.

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Édinson vive en una habitación en Ciudad Bolívar solo. Dice que anhela tener algún día una casa y llevar a su única hija, a quien ama y enseña los peligros de la vida.

Édinson Caballero vive en una pequeña pieza en Ciudad Bolívar

Édinson vive en una habitación en Ciudad Bolívar solo. Dice que anhela tener algún día una casa y llevar a su única hija, a quien ama y enseña los peligros de la vida.

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Édinson vive en una habitación en Ciudad Bolívar solo. Dice que anhela tener algún día una casa y llevar a su única hija, a quien ama y enseña los peligros de la vida.

Todos los días se encuentran con casos más conmovedores. “Una vez encontramos a una joven en El Fucha. Consumió bazuco, estaba untada de pegante. Hoy tiene un puesto de artesanías. Está recuperada”. Pero no todos son tan dóciles como ella, muchos les sacan cuchillo cuando los abordan. Bajo el efecto de las drogas, dice Édinson, cualquier reacción violenta es normal, pero peligrosa.

Han encontrado gente en lugares inimaginables. “Hay un punto conocido como ‘puente lata’, en la Circunvalar, cerca de Bosque Izquierdo, en la 5.ª con 26. Allá abajo es cosa seria. Ahora para poder entrar hay protocolos de seguridad”.

Así son todos los días de Édinson, quien vive en una habitación en Ciudad Bolívar solo. Dice que anhela tener algún día una casa y llevar a su única hija, a quien ama y enseña los peligros de la vida. Es su razón de vivir. Por ella sale todos los días a escudriñar las calles, a hacer lo que algún día hicieron con él, cuando era ‘Caranga Mona’.

CAROL MALAVER
Subeditora sección Bogotá
*Escríbanos a carmal@eltiempo.com o a @CarolMalaver

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