El sargento Pablo Crespo recuerda con emoción la primera emergencia que ayudó a atender apenas se vinculó al cuerpo de Bomberos de Bogotá, en 1989. Llevaba solamente cinco días en la institución y no había siquiera comenzado el curso de preparación obligatorio; pero, aun así, nunca dudó de lo que tenía que hacer en una gran conflagración que se presentó por ese entonces en un depósito de madera, en la autopista Norte con calle 110.
“El incendio era muy grande, pero me sentí feliz de poder ayudar. Nunca sentí miedo, solo emoción, y cuando se logró apagar, fue tranquilidad”, cuenta.
Por eso, al iniciar la preparación como bombero, unos días después de ese incendio, ya estaba convencido de que esa era la profesión a la cual quería dedicarse el resto de su vida, si bien su llegada a ese cuerpo de auxilio se dio, por decirlo así, más por cosas del destino.
“Antes de llegar a esta institución, yo era vendedor de una reconocida empresa de cerámicas. Me vestía muy elegante y atendía a clientes siempre. Un día no cumplí la meta de ventas, y me despidieron. Pero uno de mis familiares me motivó a que ingresara al cuerpo de Bomberos”, recuerda.
Ese familiar era su cuñado, el teniente Miguel Cabra, jefe de la estación Bicentenario y quien ya lleva casi 40 años ejerciendo esa actividad. Pero, a pesar de que su cuñado estaba ya vinculado, el sargento Crespo tuvo que abrirse campo por sí solo en 11 de las 17 estaciones en las que estuvo cumpliendo su profesión, que así como regala emociones, también puede mostrar la más cruda y triste tragedia.
Comenzaba la década del 90 y el sargento Crespo tan solo llevaba un par de años como bombero. De pronto se encontró de cara con una imagen que recordaría durante su carrera: un bus ejecutivo se incineró en la autopista Norte y hubo siete víctimas fatales. En ese momento no existía la estación de Caobos Salazar, de la que se retira con orgullo tras pasar en dos oportunidades por esta; tampoco existía la de San José de Bavaria, en Suba. Por esta razón, junto con el cuerpo de Bomberos de Puente Aranda, trabajó en esa tragedia.
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“Cuando llegamos, lamentablemente ya se había consumido todo el bus. No me olvidaré de ese incendio, por las víctimas: cuatro adultos y tres niños... Cuando entré por la parte delantera no vi nada, pero cuando avancé, vi cuerpos completamente calcinados. Lo más impactante fue ver a dos niños abrazados en la parte trasera del bus y a una señora con su bebé, que tampoco logró salir”, rememora, con tristeza.
Para el sargento Crespo, esa situación que nunca echó al olvido lo formó y mantuvo siempre preparado. Tal vez lo hizo más fuerte pero no menos humano. Ahora que se retira, después de 28 años de servicio, sin proponérselo, su hijo Cristian, de 22 años, el menor de sus tres vástagos, heredará las vivencias de su padre, pues decidió ser también bombero.
Y cuando se le pregunta al sargento Crespo qué quiere decirles tanto a su hijo como a los compañeros más jóvenes que quedan en el cuerpo, no duda en decir que trabajen siempre con pasión, sin importar los sacrificios que esto conlleve, como pasar muy poco tiempo con la familia. “Estamos prestando un servicio a la comunidad y siempre hay que apoyar y hacerlo con el corazón. La comunidad puede confiar en el cuerpo de bomberos porque siempre vamos a ayudarlos”, finalizó.
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